lunes, 29 de agosto de 2022

Última oportunidad

Para entender el valor de un futbolista hay que analizar siempre el contexto en el que juega. Hay grandes futbolistas que se convierten en gigantes cuando se rodean de los mejores, caso De Bruyne. Y hay otros futbolistas a los que la compañía les empequeñece porque gustan más de destacar que de convertirse en complemento. Caso Grealish.

Otros, a medida que van progresando van consiguiendo que el equipo vaya creciendo en torno a ellos. En este aspecto, Messi y Cristiano son dos ejemplos superlativos; ninguno de los grandes logros alcanzados por Barça y Madrid durante la última década y media se entendería sin ellos. Pero existen futbolistas de un segundo o tercer escalón que han conseguido, por sí mismos, ser considerados futbolistas top por su capacidad para aparecer en el momento preciso.

Pero existe aún un futbolista a medio camino entre el bien y el mal, entre la promesa y la realidad, entre el quiero y el puedo. Un tipo que, durante los diez últimos años ha llenado portadas y ha intentado llamar a la puerta de la cima durante más de una ocasión pero, por hache o por be, no ha terminado de cuajar un partido grande de verdad a un alto nivel de exigencia. Vale que ganara enteros en una Real Sociedad en la rampa de ascenso, pero durante aquel trepidante año vivió a la sombra del pie de Mikel Merino y las apariciones portentosas de Oyarzabal.

Martin Odegaard ha sido, Haaland aparte, el mayor talento surgido del fútbol nórdico durante los últimos quince años. Para analizar el impacto de su juego en aquella adolescente Real de Imanol, habría que tener en cuenta los factores psicológicos que atenazaban a aquel equipo. Era un equipo sin timón, con tendencia a partirse en dos, con mucha fragilidad atrás y mil dudas en cuanto al verdadero valor de su exigencia. Con ello, comprobar de qué manera Odegaard encajó como un guante en aquel equipo, resultó completamente conmovedor.

Mientras el Madrid buscaba un relevo generacional a Kroos y Modric, Odegaard mandaba señales de esperanza desde San Sebastián. Por ello se confió en él. En un verano, el de 2020, en el que la situación pedía prudencia, el Madrid se reforzó con su llegada a pesar de que él pedía un año más de fogueo en San Sebastián. No se equivocaba. El tiempo y las exigencias pudieron con su cabeza y su fútbol se diluyó al tiempo que  San Sebastián suspiraba por su regreso y desde Inglaterra le tentaban con cantos de sirena. Todo su talento pareció desaparecer el día que le obligaron a sustituir a todo un balón de Oro. Nadie, de los que han llegado, ha sido aún mejor que Modric y probablemente nadie de los que llegue con posterioridad sea capaz de igual al croata, pero no por ello, hemos dejado de creer que algún día llegará el momento en el que Odegaard sea capaz de resucitar de nuevo y decir: “Por eso me marché del Madrid”.

Y ese día bien podría ser en mayo. Es cierto que el Arsenal ha ganado sus primeros cuatro partidos con Odegaard al timón, es cierto que con confianza es un jugador más que interesante, pero en las noches de verdad, esas en las que el mundo está pendiente de un televisor porque se pone en juego la gloria que solamente otorgan las competiciones internacionales o los partidos domésticos de alto nivel mediático, a Odegaard aún no se le ha visto. Es por ello que está ante su oportunidad. En la liga más competida, ante los mejores futbolistas del mundo y con todos los pronósticos en contra ¿Será el momento? No creo que quiera seguir mirando atrás, echar un vistazo a sus momentos más críticos y tener que volver a preguntarse “¿Para qué he venido aquí?”.

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