Para entender el valor de un futbolista hay que analizar siempre el contexto en el que juega. Hay grandes futbolistas que se convierten en gigantes cuando se rodean de los mejores, caso De Bruyne. Y hay otros futbolistas a los que la compañía les empequeñece porque gustan más de destacar que de convertirse en complemento. Caso Grealish.
Otros, a medida que van progresando van consiguiendo
que el equipo vaya creciendo en torno a ellos. En este aspecto, Messi y
Cristiano son dos ejemplos superlativos; ninguno de los grandes logros
alcanzados por Barça y Madrid durante la última década y media se entendería
sin ellos. Pero existen futbolistas de un segundo o tercer escalón que han
conseguido, por sí mismos, ser considerados futbolistas top por su capacidad
para aparecer en el momento preciso.
Pero existe aún un futbolista a medio camino entre el
bien y el mal, entre la promesa y la realidad, entre el quiero y el puedo. Un
tipo que, durante los diez últimos años ha llenado portadas y ha intentado
llamar a la puerta de la cima durante más de una ocasión pero, por hache o por
be, no ha terminado de cuajar un partido grande de verdad a un alto nivel de
exigencia. Vale que ganara enteros en una Real Sociedad en la rampa de ascenso,
pero durante aquel trepidante año vivió a la sombra del pie de Mikel Merino y
las apariciones portentosas de Oyarzabal.
Martin Odegaard ha sido, Haaland aparte, el mayor
talento surgido del fútbol nórdico durante los últimos quince años. Para
analizar el impacto de su juego en aquella adolescente Real de Imanol, habría
que tener en cuenta los factores psicológicos que atenazaban a aquel equipo. Era
un equipo sin timón, con tendencia a partirse en dos, con mucha fragilidad
atrás y mil dudas en cuanto al verdadero valor de su exigencia. Con ello,
comprobar de qué manera Odegaard encajó como un guante en aquel equipo, resultó
completamente conmovedor.
Mientras el Madrid buscaba un relevo generacional a
Kroos y Modric, Odegaard mandaba señales de esperanza desde San Sebastián. Por
ello se confió en él. En un verano, el de 2020, en el que la situación pedía
prudencia, el Madrid se reforzó con su llegada a pesar de que él pedía un año
más de fogueo en San Sebastián. No se equivocaba. El tiempo y las exigencias
pudieron con su cabeza y su fútbol se diluyó al tiempo que San Sebastián suspiraba por su regreso y desde
Inglaterra le tentaban con cantos de sirena. Todo su talento pareció
desaparecer el día que le obligaron a sustituir a todo un balón de Oro. Nadie,
de los que han llegado, ha sido aún mejor que Modric y probablemente nadie de
los que llegue con posterioridad sea capaz de igual al croata, pero no por
ello, hemos dejado de creer que algún día llegará el momento en el que Odegaard
sea capaz de resucitar de nuevo y decir: “Por eso me marché del Madrid”.
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