miércoles, 10 de enero de 2024

Il codino

Se puede ser el mejor sin ganarlo todo, se puede ser un genio, un mantra, una excusa para ver un partido de fútbol sin la necesidad de ser un devorador de títulos porque la genialidad vive en la diversión y la diversión vive de la espontaneidad. Uno es feliz cuando puede hacer lo que quiere y por ello, a Roberto Baggio, muchas veces no le dejaron ser feliz porque aunque muchas veces hizo lo que quiso fueron otras tantas en las que le afearon la conducta.

Porque Baggio vivió una época de guerras y cuarteles, una época en la que Italia era conservadora hasta en el fútbol y en la que el Calcio era un motivo para morder antes de para inventar. Y muchos de los que inventaban, la gran mayoría, jugaban allí y de esa concepción del esclavismo nacieron los espíritus más libres desde Rivera hasta Conti culminando la gran obra con Roberto Baggio. Y es que Baggio era al fútbol lo que Puccini a la ópera, pura inspiración, puro talento, pura magia al servicio de la emoción ajena.

Cuando arrancaba, allá por su juventud, era frecuente verle dejar cadáveres por el camino en forma de sacos de arena; los defensores parecían fardos sin presencia y él parecía el capataz capaz de manejar los tiempos y los espacios. Más tarde, cuando las lesiones y el tiempo le había machacado la piel, cambio la potencia por la inteligencia y se convirtió en el tipo al que todos querían ver cada domingo. Su pie era el guante de las ilusiones y su cintura era el cúlmen de la perfección. Roberto Baggio era Dios entre los hombres y sin embargo se le trató como a un hombre entre dioses.

Por ello se sintió arropado cuando le llegó el reconocimiento en forma de veteranía. Entonces jugueteaba con los defensores vistiendo camisetas de menor importancia histórica pero que grabaron a fuego la pasión del juego en su corazón. Bolonia y Brescia fueron apoteosis dominical siempre que Il Codino salía a hacer el paseíllo para retirarse más tarde por la puerta grande. Jugó en los equipos más potentes y él solito se las bastó para tener a su país a tiro de un penalti para ser campeón del mundo. Aquel pateo hacia el cielo le marcó ante la historia pero no lo marcó ante el rencor. Le siguieron amando porque gracias a él el fútbol italiano hizo click y a su sombra crecieron otros genios que supieron aprovechar el rebufo del hombre que lo cambió todo.


No hay comentarios: