lunes, 18 de noviembre de 2019

La bomba inteligente

El tres de junio de 1997, un año antes del comienzo del mundial que habría de celebrarse en Francia, el país anfitrión del mismo y Brasil se enfrentaban en el partido inaugural de un campeonato extraoficial ideado por la FIFA y que, con el tiempo, terminaría conociéndose como Copa Confederaciones. Cuando corría el minuto veintidós del mismo, el lateral izquierdo brasileño, Roberto Carlos, seis a la espalda, coloca el balón a más de treinta metros de la portería después de que el árbitro cobrase una falta sobre Romario. La carrerilla previa le lleva hasta el círculo central, corre a pasos cortos, muy rápidos, casi saltando sobre el césped y le pega con el exterior de una manera que terminaría definiendo su estilo como futbolista. Visto desde atrás, parece que la pelota va a buscar el banderín de córner, cuando, de repente, hace una curva de afuera hacia adentro dejando a Barthez como una estatua y entrando violentamente en las redes, a media altura y pegado al palo. Lo llamaron la bomba inteligente.

Roberto Carlos ha sido, probablemente, el mejor lateral ofensivo de la historia. Dotado de un tren inferior espectacular, el brasileño era un superdotado a la hora de correr y una fiera a la hora de pegarle a la pelota. Sus internadas y, sobre todo, sus disparos desde media distancia, desatascaron muchos partidos tanto en el Real Madrid como en la selección brasileña.

Y eso que llegó al Madrid rebotado del calcio y colmado de dudas después de su rendimiento en el Inter de Milán. Pero, entrenador tras entrenador, supieron sacar de él todo su fútbol hasta convertirse en un futbolista capital dentro de una plantilla que ganó tres Copas de Europa y otras tantas ligas españolas. Con Brasil, sin embargo, se le estuvo negando la gloria del mundial hasta que, en 2002, Scolari encontró a su mejor generación en su mejor momento.

Después de jugar aquel mundialito extraoficial que terminó ganando Inglaterra, Brasil volvió a presentarse en Francia para demostrar su condición de mejor selección del mundo. Se pudo haber ganado, pero Ronaldo cayó en una convulsión, Roberto Carlos, su compañero de habitación, cayó por la impresión y Brasil no compareció en la final. Ni uno ni otro habían podido demostrar al mundo que eran los futbolistas más desequilibrantes del mundo en su puesto. Por ello, aquella cita de Japón y Corea era su segunda y gran oportunidad.

Brasil fue la mejor selección del campeonato y cada una de sus estrellas se guardó su momento de gloria. Rivaldo ajustició los octavos, de Ronaldinho fueron los cuartos, dejándose Ronaldo la gloria para los grandes momentos. Pero hubo un partido en la fase de grupos en el que Roberto Carlos pudo dejar, en la historia de los mundiales, su impronta de pegador impune. Fue una falta lejana frente a China, una carrerilla larga, pasitos cortos, casi saltitos y una manera impresionante de romper la pelota. Un obús que quebró al portero Chino, que abrió un partido, que condujo a una goleada y que supuso la carta de presentación de un equipo que había llegado a Oriente para ganar y sólo ganar.


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