viernes, 17 de diciembre de 2021

Clase a medida

Existen futbolistas, de cierta clase, que, una vez encuentran su lugar de acomodo, rinden por encima incluso de sus posibilidades, llegando incluso a verse atormentados una vez abandonan su hábitat y son capaces de cerciorarse que, lejos de su hogar, su fútbol se vuelve triste y, lo que es peor, previsible. En estas vicisitudes hemos encontrado casos como el de Aspas, Martial o Bernardeschi, tipos de geniales con camisetas de menor calado que, cuando han tenido que mostrar su clase en equipos de serias aspiraciones, no sólo se han dado un porrazo sino que han terminado por añorar el lugar de procedencia.

En estas vicisitudes vivió Santi Ezquerro durante la primera década del presente siglo. Devuelto al norte por las circunstancias de un Atlético de Madrid en proceso de descomposición, el otrora canterano de Osasuna, encontró en Bilbao no sólo su mejor fútbol sino su forma de ser. Componente imprescindible de aquel primer Athletic de Valverde que bordó tardes de ensueño, Ezquerro se complementaba perfectamente por Urzáiz porque habría espacios, encontraba lugares y alcanzaba el gol en muchas ocasiones.

Una de ellas fue un inolvidable y espectacular gol anotado al Villarreal en uno de esos trámites que vivía la Catedral cada dos semanas. El balón, llovido desde la derecha, llegó al borde del área donde Ezquerro llegó a contrapié. Acosado de cerca por un defensor y viendo que la prolongación hacia Urzáiz era más comprometedora que esperanzadora, se sacó de la manga un remate de tijera que acabó como un misil por la escuadra. Un gol de esos de pañuelos, puerta grande y recuerdo perenne. Un gol que definía a un futbolista de clase.

Una clase hecha a medida de un club. Un club singular que necesitaba jugadores como él, mezcla talento, mezcla sentido de pertenencia. Porque Ezquerro, superado por las expectativas, voló a Barcelona poco después y supo, pronto, que su lugar verdadero estaba cerca de casa. En un Barcelona plagado de estrellas, donde ganó dos ligas y una Champions, se convirtió en un futbolista residual, ni siquiera en un recurso. Y entonces supo que ningún título paga los aplausos de San Mamés el día en el que marcas el mejor gol de tu carrera.

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