martes, 19 de febrero de 2019

Un partido de otro tiempo




Nada escapa a la mística en el fútbol inglés. Cada victoria, cada momento, son vividos con tanta intensidad y relatado con tanta literatura, que los años no hacen sino impregnar de épica cada particular partido del siglo. Para la leyenda, además, nada mejor que una de esas historias en las que David, honda en mano, es capaz de derribar a Goliat ante la estupefacta mirada del mundo.

Hablar hoy del Leeds United es hablar de un equipo perdido en los confines de las divisiones inferiores del fútbol inglés. Pero hace años el Leeds United era otra cosa. En los años setenta era, junto al Liverpool, el mejor equipo del fútbol inglés. Y lo era a su manera. Un equipo guerrillero, de fútbol directo, muy comprometido y que no dejaba prisioneros en cada partido. Aquella manera de jugar y, sobre todo, aquella manera de ganar les supuso ganarse la antipatía de la mayoría de las aficiones del país.

Por ello, cuando alcanzaron la final de Copa del año 1973, no fueron pocos los que simpatizaron con la que, a priori, debía ser la víctima perfecta de la máquina liderada desde el banquillo por Don Revie. El Sunderland era un equipo histórico pero que, en aquella época, no pasaba por su mejor momento. Acomodado en la zona media de la segunda división, fue avanzando rondas en el torneo de Copa a base de superar “replays”. De aquella manera, fue superando eliminatorias dejando en la cuneta a Notts County, Reading, Manchester City y Luton Town, antes de dar la campanada en semifinales y eliminar al Arsenal, otro de los grandes equipos de la época y que había sorprendido a todos logrando el doblete sólo dos temporadas atrás.

El partido fue bronco y muy disputado. El Sunderland se adelantó a la media hora de juego, gracias a un gol de su jugador más talentoso, Ian Porterfield. A raíz de aquello y, sobre todo, durante toda la segunda parte, tuvo que aguantar un ataque continuo y feroz del Leeds. Pero la firmeza de su defensa y, sobre todo, la portentosa actuación de su portero, Jimmy Montgomery, le permitieron permanecer en pie y alcanzar, ante la mirada estupefacta del entrenador Bob Stokoe y la algarabía de medio país, una victoria que, aún hoy, se recuerda como una de las mayores sorpresas de la historia del deporte.

Aquel día, once muchachos desafiaron a la lógica y se mantuvieron firmes frente a los pronósticos. Jugar con el alma y defender con el corazón, muchas veces, tiene premio. El de aquel Sunderland, más allá de una copa, tuvo el valor histórico de la inmortalidad. Nadie es capaz de pisar aquella ciudad y no escuchar, durante algún momento del día, el relato de aquella tarde en la que ganaron una final a uno de los mejores equipos del mundo.

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