martes, 28 de abril de 2020

Negocio o salud

La avaricia mal entendida y conducida hacia una necesidad casi enfermiza por el producto nos ha convertido en tipos sin medida social y, sobre todo, sin medida cultural, porque lo que siempre fue una mera tradición se convirtió en nuestra forma de vivir la vida. Si era domingo, había fútbol, si era miércoles, había fútbol, si llegaba el mes de junio y era año impar, tenía que haber fútbol. Consumimos tanto y tan vorazmente que dejamos que el producto se prostituyese y se convirtiese no sólo en nuestra forma de ver la vida sino en el conducto idóneo para que los ávaros de la inestabilidad echasen sus zarpas y se colasen en nuestros salones. Entre todos inflamos la burbuja y entre todos dejamos que la burbuja nos envolviese porque así no teníamos otra cosa en la que pensar, porque así sólo tendríamos un tema sobre el que discutir.

Ocurre, en todo cuento de hadas, que los protagonistas buscan vivir felices y comer perdices hasta que aparece un lobo, una bruja o un enviado del mal. El fútbol, como los protagonistas indelebles de cuentos inmortales, quería vivir su particular historia de amor con la sociedad y la sociedad, abducida por los datos y carcomida por las estadísticas, se dejaba llevar hacia el infinito porque entre los números había espacio para su equipo y para hora y media de asueto cada pocos días. Pero he aquí que llegó el lobo, la bruja, el enviado del mal y el balón sufrió un punterazo en la costura que lo reventó mientras volaba hacia un tercer anfiteatro donde vivían las incapacidades, los malos sueños y aquellos augurios que ninguno habíamos querido escuchar.

He aquí, que nos encontramos, de repente, sin producto y sin condición para reactivarlo. Nos encontramos derrotados y, sobre todo, nos encontramos aislados de todo, con la memoria como única herramienta y la preocupación como única alcayata que nos hace colgar del mundo. Echamos de menos el fútbol pero, sobre todo, echamos de menos la normalidad. Por eso, duelen prendas y, sobre todo, duele el alma ver como los tipos que manejan el negocio se pelean entre sí y, sobre todo, se pelean con los gobiernos, para ver quien es el primero en abrir el chiringuito aunque sepan que no van a tener clientes.

Porque entre todos hemos convertido al fútbol en un ente tan impersonal que no le hace falta público para sobrevivir. Se habla de estadios vacíos, de ecos infinitos, de televisores encendidos, de goles cantados a larga distancia. Salud y dinero, no hace falta más. Los aficionados, el verdadero alma del deporte, hemos sido relegados al sillón y los contadores de billetes se pelean entre ellos porque quieren dinero pero no tienen la salud. Por ello pasan por encima de cualquier cadáver, por ello planifican el calendario sin consultar a gobiernos, por ello se ponen por delante de las personas porque saben que, sea o no sea fútbol, a nosotros nos importa nuestro equipo pero nos importa, sobre todo la salud, pero su vida sólo tiene sentido si es contada con puñados de billetes.

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