lunes, 17 de septiembre de 2018

Esplendor

Todo futbolista vive su momento de esplendor. Todo gran talento tiene su lugar en la memoria colectiva gracias a una virtud, un momento puntual de forma y un reguero de buenas jugadas. Todo hombre tiene derecho a la reivindicación y todo espectador tiene derecho a ilusionarse. Cuando las cábalas funcionan y el talento sobrenatural se extiende, surgen momentos de gloria que raramente podemos llegar a olvidar.

El verano del año 2000 fue el verano de Luis Figo. El portugués, estrella incipiente de un Barcelona en horas bajas, decidió apostar su futuro al blanco y la jugada salió firmemente ganadora para el glosario de sus arcas. En una operación que dinamitó el estado del fútbol mundial, cambió de destino y cruzó el puente aéreo para vestirse de blanco. Fue un mes, el de junio, plagado de rumores y desmentidos, de dichos y contradichos.

Entre tanto, el extremo portugués se vistió de grana para disputar con su selección la Eurocopa celebrada en Bélgica y Holanda. Haciendo oídos sordos a las noticias e intentando demostrar porque había muchos que le consideraban ya, el mejor jugador del mundo, se dispuso a hacer un torneo acorde a sus exigencias y tomó el mando de una selección que llevaba años prometiendo algo realmente importante.

No resultó sencillo. El primer partido les emparejó ante Inglaterra y a los veinte minutos ya perdían por dos goles a cero. Fue una remontada apoteósica, un tres a dos final que dejó patente la fuerza portuguesa y, sobre todo, el hambre inconmensurable de un tipo que terminaría el año siendo Balón de Oro. Apenas cuatro minutos después del gol de McManaman que ponía el cero a dos, Figo arrancó con potencia desde el centro del campo, condujo el balón con frenesí y, ante la basculación de los defensas ingleses, soltó un zapatazo desde treinta metros que se coló como un obús por la escuadra de Seaman.

Parecía la primera gran declaración de intenciones. Fue un gran torneo para Figo en particular y para Portugal en general. Su meta fueron las semifinales ante la Francia de Zidane, el mejor equipo del momento. Un partido disputado tras el que se marcharon con la cabeza alta. Figo, el hombre del momento, se marchó cabizbajo sabiendo que no volvería a vestir de azulgrana. Él inició una época dorada en el un Madrid al que bautizaron como galáctico. Sólamente marcó un gol en aquella Eurocopa, fue aquel gol ante Inglaterra que aventuraba una época dorada. Aquel Madrid ganó mucho, Figo también lo hizo y el Barça, mientras tanto, hubo de aguantar una dura caída hacia lo más fondo del pozo mientras, un año tras otro, seguía lamentando su pérdida sin saber encontrar un referente.


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