martes, 22 de octubre de 2019

El Nibelungo

El gran Héctor del Mar, fallecido hace meses y maestro de narradores, gustaba de señalar futbolistas con apodos de distinción. Había uno que era un bombón, otro un fenómeno, otro un macho y otro un llaverito. Por encima de todos se distinguía la figura rubia e imponente de un tipo al que conocía como "El Nibelungo".

En la mitología germánica, los nibelungos eran tipos que acumulaban poder y riquezas y cuyo rey fue derrotado por Sígfrido. A Schuster, futbolísticamente, muy pocos le derrotaron, porque el tipo entendía el fútbol como si se tratase de una extensión de la vida. Tenía carácter, era listo y era audaz. Tenía un guante en el pie derecho y un mueble con estantería en la cabeza. Como una brújula andante, buscaba el norte y encontraba siempre al compañero mejor colocado. Pudo haber sido un futbolista de cariz histórico, pero una lesión de cambió la vida.

Antes de Goico, Schuster era un box to box de manual. Un tipo de tranco largo y mirada siempre en el frente. Era lo suficientemente rápido como para acompañar y lo suficientemente hábil como para conducir. Vivía de tirar paredes, encontrar desmarques y ganar la zona de tres cuartos. Después de Goico, Schuster perdió la velocidad y cierta capacidad de regate, pero supo reinventarse porque en sus piernas había mucho fútbol y en su cabeza seguía habiendo muchos espacios libres.

Retrasó su posición, encontró una posición más periférica y se dedicó a jugar andando, cada vez más a medida que iba cumpliendo años. Cuando llegó al Atlético, tras haber sentado cátedra en el Barça y el Madrid, se le tenía por un jugador apagado y falto de carisma. Se encargó de cerrar bocas y apagar dudas dando lecciones de fútbol desde el círculo central. Fue el engranaje perfecto para que Futre abriese por fin la puerta que se le cerraba y fue el guía para una tropa que luchó una liga después de muchos años y ganó dos Copas después de una travesía en el desierto.

Acabó sus días en Alemania, el país que le despreció por haberse marchado fuera cuando era un joven con ínfulas; el país que le negó éxitos internacionales y donde marchó para marchitarse mientras se recondujo como defensa libre. Una muesca más en una carrera trufada de éxitos y, sobre todo, lecciones de fútbol. El nibelungo era el dueño del anillo y con él los dominaba a todos. Porque Schuster no creía en leyendas, pero sabía conjugar las mejores historias.


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