miércoles, 18 de marzo de 2020

El Cabezón

Hay quien dice que Messi es la versión académica del fútbol callejero de Maradona. Que en Maradona todo era natural, hasta el carácter y Messi, a pesar de tener en sí todos los conceptos necesarios para ser el más grande, ha necesitado de alguien que le pula y de alguien que le conduzca. Antes de la biblia junto al calefón hubo un tipo que abrió el camino a base de inventos y gambetas, a base de naturalidad e improvisación, a base de picardía y astucia, a base de poner en pie estadios enteros y poner en solfa a los mejores defensores.

Quitando a Di Stéfano, en cuya cabeza cabía todo el fútbol pese a que en sus pies había menos fantasía, y que algunos consideran el verdadero gran jugador argentino porque creó jerarquía, dinastía y mito, en los años sesenta apareció, vistiendo la banda sangre de River un tipo pequeñito al que apodaban cabezón porque tenía un tamaño desproporcionado de testa pero un monumento al fútbol en sus pies.

Deslumbró en River, donde ganó tantos campeonatos como jugó, deslumbró en Lima, liderando a los carasucias de Argentina y deslumbró, más tarde en Turín, donde se convirtió en un ídolo de masas capaz de concentrar en el Comunalle a decenas de miles de personas un domingo tras otro. Y, cuando parecía que el fútbol le había abandonado y las lesiones habían podido con él, pudo volver a deslumbrar en Nápoles conduciendo, en su crepúsculo, a un equipo de media tabla hasta el subcampeonato. El fue el primer gran argentino en San Paolo. Él puso la primera piedra. Diego terminó de construir el castillo.

El suyo era un fútbol de salón. Era pícaro, incisivo, el más listo de la clase. Una suerte de Raúl en el área con la imaginación de un Zola fuera de ella. Conducía con la cabeza alta y aparecía en la zona de tres cuartos, con su apariencia desgarbada y sus medias caídas. No le tenía miedo a nada e iba al choque con todo. Remataba sin miedo, sin mirar atrás, sin ningún tipo de ambage. Driblaba con la cintura y filtraba con la imaginación, pero antes de nada, jugaba con el corazón. Porque ahí reside el secreto de los verdaderos héroes del deporte, porque ahí reside la causa de la mitificación de los héroes del fútbol.


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