Peor aún es cuando la crítica llega desde el propio
sector interno. No pretendo evangelizar el cholismo porque los resultados
hablan por encima de la memoria reciente. Estar en desacuerdo con el entrenador
no significa tirarlo a la basura, el problema es que hay demasiada gente que ha
perdido la memoria y la noción de la realidad. Pretender ser el rey cuando hace
dos días eras mendigo es como soñar por encima de las posibilidades. Después de
las derrotas ante Cádiz y Mallorca no fueron pocos los que salieron a la
palestra para rendir cuentas pendientes. La derrota duele, casi siempre en
demasía. Lo innecesario es apelar al pequeño fracaso para justificar las ganas
de revancha. Cuando se habla de falta de ambición se olvida que este equipo se convirtió
en casi intratable, precisamente, porque se merendó, con grandes dosis de
competitividad, a casi todos los rivales con los que se fue cruzando.
Sin ambición no se llega a ser uno de los mejores equipos del mundo. Deberíamos tener en cuenta esta última afirmación porque muchos, entre los que me encuentro, aún tenemos que frotarnos los ojos antes de pronunciar la frase. “Uno de los mejores equipos del mundo”. Para un equipo que hace una década se peleaba consigo mismo y había perdido la vergüenza y la identidad, llegar a ser algo así es como ser protagonista del cuento de la cenicienta. Solo falta esperar a que las campanas tarden mucho en anunciar la llegada de la medianoche, porque solamente entonces, cuando falte nuestro hada madrina, será cuando seamos capaces de valorar todo lo logrado. Más allá de jugar con un francés o hacerlo con un portugués, el debate debería centrarse en gracias a quién, el Atlético se ha consolidado en la cúspide. Cuando todos lo tengamos claro será el momento de empezar a autoexigirnos un poco de agradecimiento. El hambre voraz de este Atleti no ha tenido parangón en ningún momento de su más reciente historia.
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