lunes, 18 de octubre de 2021

Merecido homenaje

Como solemos echar mano de la memoria sólo cuando la función mediática la convierte en novedad, no dejamos escapar la oportunidad de hacer recuento de agravios, renovar nuestra lista de de deudas pendientes y glosar una figura que no merece caer en el olvido. Algo parecido ha ocurrido con Luis Aragonés ahora que Mónica Marchante lo ha vuelto a poner en la picota después de un exquisito documental donde se repasa su carrera y se apostilla a un tipo cuyas deudas pagó con silencio y cuya herencia cobramos con entusiasmo.

No fue la de Luis una carrera pegada continuamente al elogio. Generalmente solemos tirar de palmarés para aupar, o bien condenar, al tipo que vemos sentado en el banquillo dirigiendo menesteres. Lo cierto es que, el de Luis, no es el palmarés más exquisito de la historia, pero no es menos cierto que cada vez que tuvo mimbres tocó alguna copa y cada vez que le dejaron trabajar, puso a cada equipo muy por encima de su lugar correspondiente.

La historia de Luis empezó con una Copa Intercontinental y terminó con una Eurocopa de Naciones. Viendo semejantes éxitos, muchos creerían que toda su carrera estuvo trufada de éxitos, pero lo cierto es que Luis fue un tipo directo en el discurso, pero extravagante en las formas. Depresiones, desencuentros y algún tropiezo inesperado, mancharon parte de su carrera y le pusieron en la picota en más de una ocasión, pero lo cierto es que ninguno como él supo reconstruirse cual Ave Fénix para regresar siempre a su lugar común y saber hacer de su gestión un éxito.

Después de media vida en el Atleti, con sus altos, sus bajos, sus idas y sus venidas, comenzó una peregrinación por equipos menores que se saldó con éxitos generalizados a pesar de que las Copas no regresaron a su currículum más que cuando volvió a su casa durante los años más convulsos del gilismo. Sin despreciar aquella Copa ganada con un Barça en proceso de autodestrucción, los éxitos de Luis se cuentan con la palabra mérito antes que con la palabra necesidad, porque tan exclusivo es un trofeo con el Atleti o el Barça como poner en Europa a Espanyol y Betis, como hacer pelear la liga a un Valencia moribundo o como clasificar para la Champions a un equipo pequeño como el Mallorca. Y es que en la exigencia sobrevive el hambre del soñador y en la autoexigencia sobrevive el poder del ganador.

Cuando Luis regresó al Atleti para sacarle del infierno, fueron muchos los que pensaron que aquel hombre había cerrado su propio círculo que merecía un último baile acorde a sus expectativas. Por eso, cuando la selección española pegó su enésimo batacazo, una portada mediática rezó una súplica que sonaba a advertencia: "España necesita un sabio". Lo que no sabía el sabio es que España, lo que en realidad necesitaba era un tipo que rompiese los moldes, diluyese los absurdos y se enfrentase a las tradiciones más arraigadas, porque romper un molde no trabajo exclusivo del más osado sino del más erudito. De ahí provenía la sabiduría.

Por ello, cuando dejó de contar con los tipos que a los medios les llenaban las portadas y les alimentaban las tertulias, los caciques de la caverna mediática se tiraron como perros sarnosos al cuello del seleccionador. No importaba que el tipo estuviese construyendo un monumento, importaba que, para ello, no contaba con los materiales que ellos vendían como inalterables. Pero lo cierto es que, con Raúl y todos los miembros de su camarilla, España sufrió un descalabro ante Francia y sin todos aquellos que decían se necesitaban para competir, España fue fabricando un equipo, a pulso y a conciencia, que terminó de enamorarnos a todos y nos situó en el escalón más alto de nuestros sueños cumplidos, porque, seamos sensatos, jamás imaginamos tal cosa y jamás nos lo hubiésemos llegado ni a proponer.

Dice Xabi Alonso en el reportaje que Luis no sólo les mostró que podían jugar bien, sino que su mayor éxito consistió en hacerles creer que podían ganar. Ellos eran bueno, muy bueno, pero hasta que el viejo sabio no se lo dijo y ellos no aprendieron a mirarse a los ojos, no terminaron de creérselo. Y es que el éxito de un hombre reside en su palabra y se sostiene en sus argumentos. Todos aquellos chicos sabían jugar de maravilla, pero necesitaban que alguien, un genio, les diese la confianza suficiente como para terminar de creerse que no eran simplemente buenos, sino que eran los mejores. Aquel ciclo exitoso de la selección se sostuvo en el fútbol de Xavi, en los milagros de Casillas y en los goles de Torres, Villa y el resto de secundarios, pero lo cierto es que nada de aquello hubiese ocurrido de no haber sobrevivido al odio y a la crítica aquel hombre de verbo directo y corazón indomable.

Por todo ello ha sido necesario el homenaje dirigido por Mónica Marchante y por ello es necesario este homenaje que dejo en el blog, porque las reparaciones se fabrican con palabras, pero se cierran con un perdón. Ya que nadie se lo ha dado ni aún después de muerto, sirvan aquellos testimonios y estas palabras para sacarle los colores a los miembros de la canallesca.

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