lunes, 4 de mayo de 2020

La liga de Messi

Cuando el fracaso atormenta y golpea con su hacha de doble filo. Cuando los sueños se esfuman por el sumidero de la derrota. Cuando las esperanzas se tornan grises ante el giro de los acontecimientos. Cuando la sensación de agonía se acrecienta a medida que ves como tu enemigo sonríe a costa de pisotear tu ego es cuando vuelves la cabeza hacia el cielo y buscas un Dios a quien culpabilizar de todo el estrepitoso desastre en el que te han involucrado.

Lo más duro de saberse mejor que el resto es no terminar de encajar que puede que alguien sea mejor que tú. Durante sus dos ciclos como presidente del Real Madrid, Florentino Pérez no ha escatimado en gastos; con mayor o menor fortuna, los mejores futbolistas del mercado han terminado jugando en el equipo blanco. La gloria, hablando en liga, algo más esquiva durante esta segunda etapa, fue mucho más sonora en sus inicios, cuando de la mano de los conocidos como galácticos, el equipo conquistó en dos ocasiones la competición doméstica.

Nadie puede negar el esfuerzo económico realizado por el presidente del Real Madrid para conseguir que un puñado de extraordinarios futbolistas vistiese la camiseta del equipo. Cristiano Ronaldo es un futbolista superlativo que en ocho temporadas y media ha dejado la escalofriante cifra de cuatrocientos cincuenta goles. Kaká llegó como el último balón de oro terrenal. Ozil era el futbolista alemán con mayor proyección. James contenía una zurda de dibujos animados. Isco llegó después de convertirse en el mejor futbolista del Europeo sub 21 que España terminó ganando por la vía del aplastamiento. Varane es el mejor defensor joven del momento, Kroos llegó después de convertirse en flamante campeón de Europa y el mundo, Modric y Bale llegaron después de ser considerados como los mejores futbolistas de la Premier League. Xabi Alonso, Albiol y Arbeloa, formaban parte del grupo español que había conquistado el mundo. Y otros, como Benzema, Di María o Khedira llegaron como algunos de los mejores futbolistas jóvenes del momento. Entonces, después de tal cantidad y calidad en los fichajes ¿Qué ha podido pasar para que los resultados en liga no hayan sido exactamente los previstos? La respuesta es fácil de decir y quizá no tan sencilla de asumir. Lo que ha ocurrido se llama Lío Messi.

Durante los años cincuenta, un suceso en el planeta fútbol cambió el sentido de la victoria haciéndole tomar un casi eterno puente aéreo. El Barcelona, que durante el comienzo de la década había formado un equipo vistoso y casi temible, encadenó cinco victorias consecutivas en la Copa del Rey y se alzó con los campeonatos de liga en 1952 y 1953. Eran años prósperos y felices, pero entonces en Madrid aterrizó una Saeta Rubia y el equipo blanco de la capital comenzó a ganar ligas como quien gana partidas de póker con las cartas marcadas. Desde la ciudad condal, se quería hacer ver que su jugador fetiche, Ladislao Kubala, era realmente el mejor futbolista del mundo. Incluso el gran Joan Manuel Serrat se encargó de glosar en una canción su preferencia por el húngaro. A Kubala se le sumaron los magníficos Kocsis y Czibor, llegó Luis Suárez y se mantuvieron los eternos Gensana, César o Evaristo. Hubiese sido un equipo temible de no haber contado con un rival superior y el único trofeo que pudieron gobernar fue la Copa de Ferias. Justo el torneo que el Real Madrid no jugaba.

Siempre nos han hablado Di Stefano como el hombre orquesta que gobernaba los partidos de cabo a rabo. Nos decían que era capaz de iniciar la jugada desde su área, combinar tirando paredes, dejar sentados a un par de rivales y lanzar a un compañero de cara a puerta o terminar el mismo rematando la jugada dentro del área. Uno ve a Messi en cada lance, emulando el mismo partido que ya ha jugado unas doscientas veces, y no puede sino evocar todo aquello que le contaron los más viejos del lugar. El tipo que gobierna el juego, que se asocia con todos, que lanza a sus delanteros, que inicia con un dribling, una pared o un robo y que, en muchas ocasiones, culmina su propia jugada con un remate, casi siempre, junto al palo, el lugar más dañino para un portero.

Éste, como aquel, no da tregua a la derrota. Éste, como aquel, contagia a todo a su equipo, quien se ve obligado a ganar por la vía del aplastamiento con tal de no dejar atrás tamaño derroche de virtudes. Éste, como aquel, convierte a sus compañeros, algunos buenos futbolistas, en futbolistas extraordinarios. Porque éste, cómo aquel, convierte cada partido en historia y cada temporada en portada de la épica del fútbol.

Tipos así nacen cada cincuenta años. Son interacciones planetarias o designios de algún Dios. Nacerá otro igual, o quizá mejor. No se sabe. Volverá a jugar aquí o quizá lo haga en otro lugar, lo que seguramente ocurra es que dejará a todos sus rivales por el camino; quien quiera destronarle gastará una fortuna y reiniciará sus proyectos una y otra vez. Alguna vez caerá, pero se levantará más fuerte y quienes lo disfruten le recordarán para siempre. Quienes le sufran no tendrán otro remedio que esperar a que la llama se apague, se inicie un nuevo ciclo y, con la tecla de reinicio pulsada, esperar a que una nueva etapa comience de cero. Entonces, cualquier fortuna, probablemente, volverá a valer un puñado de títulos.

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