viernes, 1 de octubre de 2021

Pichichis: Waldo Machado

Walter Marciano había sido el primer jugador brasileño en vestir la camiseta del Valencia. Dotado de una técnica exquisita, se había ganado a la afición valenciana gracias a su exquisita técnica y su golpeo de balón. En el apogeo de su carrera, Walter, quien gustaba de los coches caros y la velocidad, acudió a un cumpleaños en la Albufera y en el camino de regreso se estampó contra una furgoneta mal aparcada a la salida de una curva. Toda Valencia lloró su muerte. Para homenajear su persona y sacar un dinero necesario para la familia, se organizó un partido homenaje al que acudió Fluminense, uno de los muchos equipos punteros de Brasil y que tenía organizada una gira por Europa en aquel verano de 1961.

La estrella del Fluminense era un delantero espigado y hábil que concretaba cada acción con un disparo a puerta sin miramientos. Aquel chico ya llevaba siete años jugando en el Flu y se había convertido en el máximo goleador de su historia. Tras tres títulos y con la huella de sus pies fijada en Maracaná, como homenaje a los grandes artistas, el chico, de nombre Waldo, remataba cada balón y jugaba siempre con una sonrisa. Era difícil no enamorarse de él.

El partido homenaje a Walter lo ganó el Fluminense en Mestalla por dos goles a tres. Waldo anotó dos goles, repartió el tercero y dejó la sensación de que, desde Mundo, no se había visto un delantero semejante en aquel estadio. Le ofrecieron dinero, casa y un futuro estable y el chico se quedó en Valencia. Tenía veintiséis años y los mejores años de su vida por delante. Se visitó de blanco, le cosieron un nueve en la camiseta y se convirtió en el mejor goleador del Valencia durante la década de los sesenta.

Le preguntaron a Luis Aragonés, maestro en el lanzamiento de faltas, que cual era su secreto y contestó que fijarse en Waldo Machado. Y es que Waldo le pegaba a la pelota con precisión milimétrica. Su golpeo, bautizado en Brasil como Folha Seca, se había instaurado en Mestalla como denominación de origen. Había anotado trescientos diecinueve goles con el Fluminense, muchos de ellos de falta, y prometió anotar otros tantos en Valencia. No fueron tantos, pero sí los suficientes como para convertirse en el quincuagésimo cuarto goleador histórico de la liga española con un total de ciento quince goles anotados.

Waldo jugó nueve años en Valencia, hasta que se fue con treinta y cinco y más de centenar y medio de goles. Era un delantero rápido, fuerte y voraz, difícil de tumbar y con una arrancada brutal que dejaba atrás a los defensores y le hacía ganarse el espacio para rematar en ventaja. Un fútbol de calle que en Brasil sacaba futbolistas diferentes y que en España terminamos gozando con tipos como el propio Waldo, Didí o Vavá. En total fueron ciento sesenta goles los que anotó con el Valencia, repartiendo, además, sesenta y tres asistencias, lo que habla de un delantero completo que, además de tener un disparo preciso, tenía una sensacional visión de juego. No obstante, es el quinto máximo asistente en la historia del Valencia, amén del tipo que marcaba en todas las finales.

Vacunó al Barça en la final a doble partido de la Copa de Ferias de 1962, hizo lo mismo con el Dínamo de Zagreb en la final del mismo torneo del año siguiente y, una vez más, marcó uno de los dos goles del Valencia en la final de la Copa del Generalísimo de 1967 ante el Athletic de Bilbao. Fueron los tres títulos que ganó como valencianista, pero, más allá de ellos, se ganó la eternidad gracias a sus goles y su forma física, siempre un segundo antes que los mejores defensores de la época.

Su debut con el Valencia no fue el esperado, ya que el equipo perdió por cero goles a tres ante el Zaragoza de Reija, Marcelino, Seminario y Lapetra. Un equipazo. Sin embargo, pudo desquitarse en la jornada siguiente cuando el Valencia visitó Oviedo y Waldo marcó los dos goles de la victoria. Empezaba una relación apasionada entre el delantero y el escudo del murciélago. Cuando sus compañeros sentían el agobio de la presión, cualquier balón en largo era disputado y ganado por Waldo. Además de sus golpes francos, eran majestuosos sus remates de cabeza y sus disparos de media distancia. Aquel primer curso terminó con catorce goles, una Copa de Ferias y la ilusión por haber encontrado un nuevo hijo pródigo.

En su primer partido en Europa le marcó gol al Nottingham Forest. Era el principio de un idilio entre Waldo y la Copa de Ferias, competición en la que jugó cincuenta partidos y anotó treinta y dos goles. Y es que, con su técnica de delantero centro perfecto, era completamente indetectable para los defensores rivales. De esta manera se convirtió en el máximo goleador valencianista en todos los torneos que disputó, alcanzando el trofeo Pichichi en la temporada 1966-67 después de anotar veinticuatro goles en treinta jornadas. Fue el cénit de un tipo que cada año fue incrementando sus cifras hasta coronarse como estrella del gol de la liga.

Su dupla junto a Vicente Guillot fue la más famosa de Levante durante aquellos años de gloria. Les llamaban "café con leche" y se complementaban a la perfección. Uno abría los espacios y el otro los aprovechaba, uno filtraba la pelota y el otro remataba a gol. Los marcaba con las dos piernas, de cabeza y de falta. Todo un manual. Con semejantes recursos se convirtió en el segundo máximo goleador en la historia del Valencia, posición que aún ocupa y que tardará en ser superada. En total fueron ciento sesenta goles los que marcó para el Valencia, muchos de ellos espectaculares, casi todos ellos decisivos.

Jugar en Europa le impidió vestir más veces la camiseta nacional de Brasil. En una época en la que la los campeonatos brasileños eran, posiblemente, los más competitivos del mundo, ganarse un puesto en la canarinha era harto difícil. No obstante, Waldo jugó cinco partidos con la verdeamarelha en los que anotó dos goles. Porque él siempre hizo goles en todos los equipos en los que jugó. Los hizo en su Niteroi natal, cuando empezó a jugar contra chicos mayores cuando tan sólo era un adolescente, los hizo en Madureira, donde llegó con diecinueve años y desde el que marchó a Fluminense, donde también los hizo, claro, tantos que aún ningún jugador del club ha conseguido superarle. Y así siguió hasta que un día de 1970, cuando ya tenía treinta y cinco años, Alfredo Di Stéfano, nuevo entrenador del equipo le miró a los ojos y le fue franco: "Usted la ha dado mucho a este equipo, pero usted ya no está para jugar aquí".

Así que tuvo marcharse al Hércules, donde jugó unos partidos junto a su hermano Wanderley antes de darse cuenta de que la velocidad le había abandonado y sus músculos ya no ganaban la partida contra los defensores. Se marchó dejando una cifra de cuatrocientos ochenta goles y la sensación de que, desde entonces, Mestalla ha visto al salvaje Kempes, al incisivo Mijatovic y al oportunista Villa, pero no ha vuelto a ver a nadie con la estética en el remate de Waldo Machado.

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