jueves, 14 de marzo de 2019

Imitarse a sí mismo

Las tradiciones, más allá de generar relatos de cotidianedad, sirven para marcar un camino directo hacia el éxito. Cuando las cosas funcionan, por pragmatismo y por costumbre, se debería saber que los cambios de rumbo suelen ser perjudiciales, porque muchas veces cambiar no significa avanzar sino intentar hacer lo mismo de una manera distinta. Los experimentos con gaseosa, dicen los clásicos. Y el fútbol del norte siempre apegado a la épica.

Durante años, fue costumbre que generaciones enteras de bilbaínos disfrutasen de su equipo con dos dosis de determinación siempre comunes: un excelente extremo izquierdo y un cabeceador impenitente. Desde los tiempos de la primera delantera histórica donde Gorostiza ganaba la línea de fondo y Bata remataba como un coloso; siempre se vivió en la costumbre del balón largo y profundo, de la carrera suicida y del remate preciso ¡Gol! Aún resuenan en el barrio el eco de las celebraciones cuando el equipo era rey de España.

Gaínza y Zarra representaron, seguramente, el tándem más glorioso de la historia del club. Ambos eran futbolistas de una pieza; uno tenía un guante en la pierna y el otro un cañón en la cabeza. Uno era listo y el otro era audaz. El Capitán Trueno y Crispín vestidos de rojo y blanco levantando de sus asientos a una parroquia que gustaba del fútbol después de la hora de comer. Se perdieron muchas siestas por celebrar los goles de Zarra, pero se ganaron muchos sueños por recordar las cabalgadas de Gaínza.

Desde los caladeros del botxo llegaron al primer equipo dos tipos dispuestos a cambiar la historia. Uno era un extremo criado en la ciudad y el otro era un toro del área que había curtido su fútbol en el barro de Sestao. Txetxu Rojo era habilidad y precisión; escondía la pelota junto a la esquina del área y salía hacia afuera para centrar hacia el punto de penalti, allí aparecía siempre Fidel Uriarte, un animal de la definición que martilleaba con la pelota y celebraba con el alma. Un tipo caliente recibiendo los regalos de un tipo frío. Una extraña pareja que funcionó con tal regularidad que aún hoy hay quien dice que no ha visto nada igual en un terreno de juego. Y, claro está, jamás lo volverán a ver.

La última época gloriosa del club se asocia a un tipo lleno de cáracter que construyó un equipo cuya guardia pretoriana creía firmemente en sus mandamientos. Allí, entre los Urtubi, Liceranzu y De Andrés, la excelencia de Sarabia sobrevivió en lo alto mientras observaba, una y otra vez, como dos de sus compañeros repetían siempre la misma jugada. Centro de Argote y gol de Dani. Parecía fácil, pero era tan difícil que ninguno de los que llegaron desde atrás fueron capaces de repetirlo.

En una época donde el gusto por las tradiciones se va cambiando por el gusto por la globalización, el fútbol ha sufrido una transformación desde lo épico hasta lo vistoso. La pelota está más que nunca en el suelo y el músculo está más que nunca en el campo. Condición física y mucha inteligencia para evitar la presión. Eso está bien, pero mientras el Athletic siga queriendo imitar a los demás no se dará cuenta de que hasta que no vuelva a imitarse a sí mismo no volverá a ser el equipo que quieren sus aficionados. Existe la nostalgia y existe la historia. Lo que no existe, hoy, es un extremo izquierdo que ponga la distinción, ni un goleador que ponga una nota en el alma. Se puede estudiar para aprender, se puede trabajar para repetir.

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