martes, 26 de marzo de 2019

Cuentos de hadas

El fútbol, como la vida, también da segundas oportunidades y también vive de cuentos de hadas en los que la cenicienta termina encontrando un zapato para su horma. Cuando la historia se convierte en leyenda, solemos recorrer el camino inverso a las admiraciones para entender qué significa el verdadero valor del logro; caída a los infiernos, regreso a las alturas, consagración, sueño cumplido.

Enric Gallego fue cocinero antes que fraile. Y camionero, y peón de albañil, y técnico de aires acondicionados. Su vida, más allá de la pelota, es la vida de un ciudadano normal que, al ver rotas sus aspiraciones ha de encontrar un camino hacia la supervivencia. Dejó el fútbol a los dieciocho, lo retomó a los veinte y hasta los veintisiete no se planteó seriamente vivir de ello. Hasta entonces no había traspasado el escalón de la Segunda División B y no era un tipo contracorriente, más bien un delantero de oficio que pujaba cada pelota con el entusiasmo al que obliga el oficio.

Cuando ya creía no valer para el fútbol, regresó a su club de origen como un ejercicio de terapia y allí se destapó como un goleador incesante. Casi sin quererlo, se subió a una escalera metálica que no ha cesado de subir y subir. Quince goles con el Cornellá en la primera vuelta de la temporada le valieron un buen contrato con el Extremadura con quien anotó otros once goles y firmó un ascenso. Ya en Segunda, anotó otros quince en una vuelta que le volvieron a servir para mejorar su estátus. Con treinta y dos años y mil vueltas por campos de barro, Enric Gallego llegaba a Primera para jugar con la camiseta del Huesca. Nueve partidos y dos goles más tardes, aquellos que algún día creyeron tener que tirar la toalla aún tienen esperanzas porque siguen creyendo en los cuentos de hadas.

Jaime Mata fue un buen estudiante y un chico muy apegado a su pueblo. Allí empezó a jugar al fútbol y allí casi lo deja. Fueron nueve años, los que pasó desde el benjamín hasta el primer equipo de su Tres Cantos natal. Cuando dejaron de pagarle decidió dejarlo y dedicarse a los estudios. Nada más matricularse en Derecho le llamó el Rayo. Dejó la carrera y se centró en el fútbol. Pero como los designios de cada vida se juegan con cartas impredecibles, hubo de conocer la cara oscura del deporte fajándose en divisiones inferiores. Fue goleador en Tercera, en Segunda B y también en Segunda. Con dos módulos de Formación Profesional acabados y la sensación de que podía dedicarse a otra cosa, llegó la llamada del Lleida y se marchó a un equipo con aspiraciones. De Lleida viajó a Girona y, cuando creía que la gloria del ascenso se le marchaba para siempre, viajó a Valladolid para completar la mejor temporada de su vida. Hoy, con treinta años, juega en Getafe y es el máximo goleador nacional de la Liga. Un soberano premio para un chico que no quiso tomárselo demasiado en serio y que, sin embargo, terminó forjando una carrera de película. Porque más allá de las negativas y más allá de los tropiezos, un hombre siempre encuentra un lugar cuando la fe y la responsabilidad son inseparables compañeras de viaje.

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