viernes, 4 de enero de 2019

El club de los malditos

John Keating pasea intransigente ante los asombrados alumnos y les espeta una proclama que ha de convertirles en audaces devoradores de sueños; “Hay que desafiar la adversidad, enfrentar al enemigo sin temor”. No hay mayor enemigo que el miedo y el prejuicio. No hay mayor desafío que el de renacer de las propias cenizas.

Como un poeta muerto en vida, Santi Cazorla renació de sus cenizas para demostrarle al mundo que el fútbol no entiende de dramas cuando el corazón y la cabeza encuentran el equilibrio. La de Cazorla es la historia del hombre que encontró el infierno y tuvo la voluntad suficiente para reescalar la montaña. Voluntad de fuego, espíritu de competición. Ha perdido la chispa que le convirtió en imprevisible, pero ha encontrado el equilibrio entre el esfuerzo y la comprensión; sabiendo leer el juego encontró la espalda de Marcelo en media docena de ocasiones, en dos de ellas logró batir a Courtois para redimirse. No existe mejor escenario en el mundo para la reivindicación que un partido ante el Real Madrid, porque allí donde pinta en blancas, las cosas cotidianas pueden convertirse en gestas y los pequeños tropiezos en tragedias sin solución.

No encuentra el Madrid el juego porque no encuentra la consistencia defensiva. Puede parecer un oxímoron, pero nada otorga más confianza que la victoria y la puerta a cero. El Madrid juega con la duda constante de saber que hay un agujero a su espalda y eso resta confianza. Sus piezas clave, además, están en un bajón de forma. Nada nuevo en los últimos diciembres; el Madrid juega a sestear para confundir a sus rivales hasta que el modo Champions despierta sus instintos. En febrero, cuando las habichuelas se jueguen en un todo o nada volverá a ser el equipo más peligroso de Europa, porque sacará el colmillo y buscará la sangre. Hasta entonces, bien vale mantenerle lejos. Ya son siete puntos y la sensación de que esta liga se le puede volver a poner muy cuesta arriba.

Quien, durante muchos minutos tuvo la liga muy cuesta arriba fue el Manchester City. Viajamos más al norte donde se dirimió uno de los duelos del año en un partido trepidante. El Liverpool anotó un golazo para empatar y ponía las cosas muy difíciles. Eran siete puntos y la sensación de que remar iba  a ser harto complicado, pero entonces apareció otro de los poetas malditos para rescatar a su equipo del desastre. Leroy Sané es un proscrito con cintura de bailarín. Ante un equipo que juega en tromba, al igual que hizo Cazorla con Marcelo, el City ganó desde los extremos. En constantes duelos a la espalda del lateral, Sterling y Sané castigaron a un Liverpool competitivo que vendió cara la derrota.

Hace unos meses, Sané saltaba de la concentración alemana y se quedaba sin disputar el mundial. Se le acusó de indolente, de irresponsable y de enfrentadizo. Claro está que es decisión de un entrenador el separar la paja del grano, mucho más en un torneo tan comprimido donde la compenetración es tan importante como la permeabilización de conceptos. Lo que ocurrió después dejó a Löw en calzones y a Sané en el santoral de las probabilidades. El fútbol ficción es puñetero porque siempre juega con la ventaja de lo que nunca ocurrirá. La imaginación es selectiva y Sané llegaba en un gran momento. "Carpe Diem", le hubiese dicho John Keating. Y quizá Löw hubiese cambiado de opinión aunque su equipo estuviese destinado a caer igualmente en primera ronda. Guardiola ha sabido aprovechar el momento y, sobre todo, ha hecho saber al futbolista que los momentos se pintan para ser aprovechados. Partidazo y gol. Los malditos, a veces, también encuentran su bendición.

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