miércoles, 20 de agosto de 2008

La final de los postes

Cuando la temida selección húngara de los años cincuenta, conocida como “Los Mágicos Magiares”, se deshizo por motivos políticos, y personales, todos tuvieron que recorrer Europa en busca de una nueva ficha como futbolista y una nueva carrera que terminase de alzar su mito hacia el pedestal de los jugadores inolvidables.

De esta manera llegaron Kocsis y Czibor al Fútbol Club Barcelona. Y allí se encontraron con Kubala, otro húngaro que había huido de las leyes marciales del comunismo soviético y había sido acogido en Cataluña con honores de héroe nacional.

Aquella inolvidable delantera había sido definida en su calidad con la llegada de Tejada y de un joven gallego llamado Luis Suárez, un jugador de pausa venenosa y ejecución letal. Habían conseguido disputar su primera Copa de Europa gracias al título de liga conseguido el año anterior y se habían plantado en la final tras dejar en el camino al Real Madrid, Hradec Kralove y Hamburgo, tres rivales de categoría superior que habían engrosado el nivel de méritos de un equipo que empezaba a construirse para ganar títulos de verdad.

Sin duda alguna, la eliminatoria que más expectativas había creado y más había ensalzado su categoría había sido la que les había enfrentado ante el Real Madrid. Disputaron dos partidos apasionantes ante el que, hasta el momento, había sido considerado como el mejor equipo del momento y, tras haber salido vivos del primer envite en el Santiago Bernabéu con un agónico empate a dos, un espectacular cabezazo de Evaristo, que había quedado reflejado en una maravillosa foto que dio la vuelta al mundo, había puesto el dos a uno definitivo en el partido de vuelta en el Camp Nou y había terminado por darles el pase a la siguiente ronda, quitándose del medio y de un plumazo, al rival más difícil de cara a conquistar el título.

Sandor Kocsis llegó a Barcelona de la mano de Czibor. Debido a su poderoso remate de cabeza tenía el honor de ser conocido como “Cabeza de Oro”, y es que en cada balón que llegaba desde un extremo, Sandor era capaz de mantenerse en el aire de manera perpetua hasta conseguir un remate limpio y cargado de gol. Él había sido el centro delantero de aquella mágica Hungría de los años cincuenta y él había participado con goles en las dos victorias más sonadas de la historia hasta el momento; los dos enfrentamientos ante una Inglaterra que quería seguir presumiendo de imbatibilidad en los partidos disputados en su viejo estadio de Wembley. Pese a todos aquellos logros, Kocsis tenía una espina clavada en lo más hondo de su recuerdo y no era otra que la derrota que habían sufrido en el estadio Wankdorf de Berna ante Alemania y que les había privado de ser campeones del mundo y rubricar un extraordinario ciclo que les mantuvo más de cuatro años como invictos y temidos por todas las selecciones a las que se enfrentaron. Kocsis jugó aquel fatídico partido en el Wankdorf, anotó un gol y Hungría estrelló tres balones contra los postes. Kocsis estaba jugando de nuevo, siete años después, en el Wankdorf, para ganar la final de la Copa de Europa frente al Benfica, había anotado un gol y el Barcelona había estrellado cuatro balones contra los postes.

Zoltan Czibor llegó a Barcelona de la mano de Kocsis. Debido a su imparable juego de caderas llegó a ser considerado como el mejor extremo izquierdo del mundo, y es que en cada balón que jugaba, Zoltan era capaz de regatear a cuantos rivales le salieran al paso hasta conseguir el espacio suficiente para aportar a sus delanteros un preciso centro hacia el gol. Él había sido el extremo izquierdo de aquella mágica Hungría de los años cincuenta y él había participado con jugadas imposibles en las dos victorias más sonadas del momento; los dos enfrentamientos ante una Inglaterra que tras enfrentarse a ellos dejó de presumir de imbatibilidad en los partidos disputados en su viejo estadio de Wembley. Pese a todos aquellos logros, Czibor tenía una espina clavada en lo más hondo de su corazón y que tenía nombre de derrota ante la Alemania de Fritz Walter en el estadio Wankdorf de Berna, una derrota que les había arrebatado la gloria de un campeonato del mundo y que puso fin a un inolvidable ciclo de cuatro años sin perder en los que se pasearon por Europa con la cabeza alta y el orgullo intacto. Czibor jugó aquel fatídico partido en el Wankdorf, no anotó ningún gol y sus compañeros estrellaron tres balones contra los postes. Y Czibor, enfundado con la camiseta del Barcelona, estaba jugando de nuevo, siete años después, en el Wankdorf, intentando ganar la final de la Copa de Europa frente al Benfica portugués, había anotado un gol y sus compañeros habían estrellado cuatro balones contra los postes.

El tercer húngaro del equipo era Ladislao Kubala. Él no había disputado un campeonato del mundo pero era el más querido de los tres. Él no había sido reconocido mundialmente pero era el mejor de los tres. Él no había ganado nunca una Copa de Europa para el Barcelona pero sí había conseguido ganarse a la ciudad tras once años en el club. Él había provocado que el viejo estadio de “Les Corts” se quedase pequeño y el club se viese obligado a construir el imponente Camp Nou, donde, cada domingo, más de ciento veinte mil espectadores esperaban impacientes la magia futbolística de su jugador favorito. Kubala era delantero centro, interior y extremo, Kubala era goleador y asistente, Kubala era el santo y seña de un equipo que buscaba la gloria ante el Benfica portugués en el estadio Wankdorf de Berna. Kubala no había jugado su mejor partido y no había anotado ningún gol. Kubala había intentado marcar por todos los medios pero los postes habían evitado en cuatro ocasiones que tanto sus disparos, como los de sus compañeros, se convirtiesen en gol y en victoria.

Cuando el Benfica inició su último contragolpe tras el enésimo disparo al palo de los jugadores del Barcelona, Kocsis y Czibor pudieron volver a ver una jugada que tenían bien grabada en su recuerdo. Recordaron aquel momento en el que un tiro al poste inició un contraataque; el Benfica salió disparado al igual que habían salido los alemanes en aquella fatídica tarde del cincuenta y cuatro, igual que en el partido ante Alemania, cuando el balón llegó al área, el inexpugnable portero Grocsis había resbalado y Rahn había podido rematar a gol y conseguir una victoria que nadie esperaba. Contra el Benfica, cuando el balón llegó al área, el portero Ramallets, ídolo del barcelonismo, también había resbalado y se había metido en su propia portería un gol que coronaba al Benfica como un campeón por el que nadie había apostado una moneda.

Cuando terminó el partido y vio a los jugadores portugueses celebrando su victoria abrazados en el centro del campo, Kocsis tuvo muy claro el motivo de aquel desenlace y así se lo hizo saber a su amigo Czibor mientras rodeaba su cuello con el brazo. “Todo está claro”, concluyó, “Este campo guarda una maldición contra todo húngaro que lo pise”.

5 comentarios:

piterino dijo...

Hoy tengo poco que añadir y mucho que anotar y aprender. Lo cierto es que es una pena que el fútbol húngaro lleve medio siglo al nivel en que está, sobre todo teniendo en cuenta lo que llegó a ser a mediados del XX. La política y la economía al final influyen, porque donde nació un Puskas o un Kubala deberían brotar otros talentos así ...

miguel diaz dijo...

Estupendo artículo y merecidísimo reconocimiento a aquella generación de soberbios fútbolistas. Desde crio, siempre escuché a mi padre hablar de lo buenos que eran los húngaros. un abrazo. miguel

Anónimo dijo...

El Barcelona tuvo muy mala suerte. El cuadro azulgrana mereció entonces ganar su primera Copa de Europa. Los húngaros de aquellos años deslumbraron. Hoy en día, el fútbol húngaro anda de capa caída. Un abrazo.

Álvaro dijo...

Los húngaros son reyes sin corona, sin dudas le enseñaron al mundo a jugar al fútbol en una época, antes lo habían hecho los uruguayos (no está en duda...jeje)y un tiempo después lo hicieron unos que tenian camisetas naranjas; cada uno en su momento pero sin dudas fueron fundamentales para la evolución de este deporte.

Un abrazo desde Uruguay.
Álvaro.

NoTe dijo...

Qué bueno todas estas cosas que se aprenden. Felicitaciones!