jueves, 21 de febrero de 2019

Fuego y gloria





Los peores momentos de la historia pasan una y otra vez por nuestra cabeza a modo de pesadilla para hacernos saber que sí, que podemos soñar todo lo que queramos, pero no somos más que esclavos de un pasado donde las ilusiones se cercenaron de manera cruel. Y aunque la vida, en más de una ocasión, nos ofrezca un instante para la revancha, en nuestro momento de felicidad seguirá doliendo el pinchazo que aquella maldita espina nos produjo en el centro del corazón.

Hay equipos marcados a fuego, para siempre, por un instante maldito. El gran Deportivo La Coruña de los noventa tuvo su momento de esplendor en los albores del siglo cuando, cabezazo de Donato mediante, pudo alzar los brazos en lo que era un merecimiento por derecho propio. Aquel campeonato de liga ganado a los más grandes quedará para siempre como la mayor gloria de un club que, sin embargo, nunca podrá quitarse el estigma de aquel penalti fallado por Djukic en el último minuto.

Se ha hablado tanto de Djukic que apenas se ha hecho hincapié en los valores de un equipo que aprendió a jugar al fútbol desde la libertad y el talento. Los fichajes de Mauro y Bebeto apuntalaron a un equipo que, capitaneado por Fran y bien escoltado por secundarios de lujo, supo hacer un fútbol vistoso y aguerrido que puso en pie a decenas de estadios en el país. Durante unos años, todos nos hicimos del Dépor porque todos nos creímos, a pies juntillas, la historia del equipo humilde que venía a toserle en la cara a los poderosos. Pero todo aquel cuento de hadas comenzó un poco antes, justo el día en el que Stojadinovic se convirtió en un ídolo más dentro del santoral deportivista.

Jugar en primera era un sueño que, desde hacía casi veinte años, se había esfumado en las ilusiones de los ciudadanos coruñeses. Un sinfín de proyectos baldíos daban con el equipo, una temporada tras otra, en los confines del infierno. El descenso a Segunda División B supuso un momento de catarsis en un club que había vivido del talento y ahora se veía obligado a salir de una guerra con el cuchillo entre los dientes. Fue un camino largo que terminó aquella tarde de junio en un partido contra el Murcia poco después de ver como la grada de Riazor ardía como una tea en un día que pudo ser tragedia y terminó en historia.

Deportivo La Coruña y Real Murcia saltaron al césped de Riazor con una premisa en la mente y una misión en el alma; ascender a primera división. Eran los tiempos de dos puntos por victoria y esa era la ventaja que el Murcia tenía sobre su rival. En la ida, los pimentoneros habían ganado por tres goles a dos por lo que les valía el empate e, incluso, perder por un solo gol. Por ello, cuando Stojadinovic anotó a puerta vacía al comienzo de la segunda parte, las llamas que, durante un buen rato habían poblado parte del estadio, se convirtieron en fuego interno para los más de treinta mil espectadores que lo abarrotaban. Una explosión de alegría que confirmó el segundo gol del yugoslavo. Un jugador que llegó, vio y cumplió. Un tipo que, con la llegada de Bebeto y Claudio al equipo hubo de buscarse otro lugar donde seguir creyendo en los milagros. Y aunque el futuro no le dio más tardes de gloria como aquellas, en algún rincón de La Coruña siempre será el tipo sobre el que empezó un sueño.

Se falló un penalti en un último minuto de un último partido, sí. Y más tarde se ganó una liga. Y dos Copas, una de ellas asaltando el tempo más inexpugnable del planeta. Toda la gloria tiene un final y los que hoy observamos al Dépor deambular en la zona noble de la Segunda División, no olvidamos a ese equipo que, durante muchas temporadas nos hizo creer en los cuentos de hadas. Un cuento que empezó la tarde en que Riazor se impregnó de fuego y gloria antes y después de los dos goles de Stojadinovic.

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