martes, 20 de septiembre de 2022

Mano de hierro y mandíbula de cristal

Es afín a los grandes boxeadores de la historia dos características supremas que les convirtió en leyenda por encima de los tiempos; sabían pegar, sí, pero también sabían recibir. La carrera de muchos grandes pegadores si vino abajo el día que conocieron la lona y la cuenta de diez. Foreman no fue el mismo después de Kinshasa, Tyson cayó a los infiernos tras aquella fulgurante combinación de Buster Douglas o el mismo Meredick Taylor cayó en el olvido después de que Julio César Chávez le mandase a dormir al final de un combate que tenía ganado.

Porque ser contundente es imprescindible, pero el verdadero valor lo aporta el aplomo y la resistencia, porque en el fútbol, igual que en el boxeo o cualquier tipo de deporte, no importa tanto qué haces cuando ganas sino saber qué vas a hacer cuando pierdes. Y es que la victoria sólo es el fin del camino, pero la derrota, bien aprendida, debe ser el inicio de un nuevo trayecto; un aprendizaje vital y el mejor motivo para una promesa que indique mejora y resentimiento.

Nada mejor que verse humillado para saber a qué sabe la sangre y a qué sabe la burla. Durante muchos años el Barça vivió pendiente del hilo de Messi, pero Messi, a su vez, necesitaba vivir pendiente del hilo de un grupo de artistas que sabían tocar la orquesta de manera perfecta para que él no desafinase. Fuera del círculo de protección de los Xavi, Iniesta, Neymar o Suárez, Messi siguió haciendo lo que pudo, pero no siempre pudo hacer lo que quiso.

Madrid primero y Turín después no fueron más que el aviso de lo que estaba por llegar. A pesar del arrebato de furia que les permitió remontar el ridículo de París, el equipo, en lugar de tomar inercia positiva se convirtió en un mal fajador de ambientes hostiles. De esta manera fue remontado en Roma y en Liverpool y fue zarandeado, sin piedad, ante el Bayern en Lisboa. De repente no quedaba ni una pieza bucal sana en la mandíbula de quien había sido el campeón del mundo de los pesos pesados.

Los que decían que el problema era de la libra del guante, se equivocaron cuando comprobaron que sin Messi, el Barça ya no era fajador, pero tampoco pegador, sino un púgil excesivamente vulgar que no fue capaz de pasar una ronda intermedia en el Europa League. Tocaba trabajo de gimnasio, ponerse en forma y, sobre todo, recuperar la pegada.

Y en ello anda el Barça, con el torso firme y los brazos trabajados, con libras en los guantes y una marcha impoluta en la Liga, con el único pero de que, la única vez que visitó a un peso pesado en la Champions, no fue capaz de levantarse después de recibir el primer gancho en el mentón, a pesar que estaba ganando el combate sobradamente a los puntos. Y es que en la Champions no vale con tener una mano de hierro sino que es imprescindible, además, no tener una mandíbula de cristal.

martes, 13 de septiembre de 2022

Conciencia de clase

Los comienzos de temporada no siempre son el termómetro indispensable para medir el logro final; son muchos los equipos que han empezado como una moto y han terminado como un triciclo oxidado. Lo que sí asegura empezar bien es, para los equipos menores, afianzar su promesa y, para los equipos de mayor enjundia, el aplomar la moral de sus perseguidores.

Para los equipos de aspiración mediana e ínfulas de predisposición a la altura, un buen comienzo significa un empuje anímico hacia la cima de la ilusión. Si hay un puñado de equipos que reflejan hoy su ánimo en el terreno de juego son el Betis, Villarreal, Athletic y Osasuna. La clase media.

Si asimilamos que la ubicación en la parte de arriba de la tabla de los colosos se asocia más al poderío brutal que al juego en sí, la presencia en el codo con codo de estos equipos significa que el fútbol sigue guardando rincones para la agradable sorpresa. Lo mejor de todo es que, más allá del resultado, lo que queda en la retina es la propuesta. Estos equipos están plagados de futbolistas jóvenes, rápidos, vigorosos y con un talento descomunal. De esta manera se comprobará que, a medida que vayan ganando, su autoestima se disparará hasta cotas insospechables. Es el premio al trabajo planificado en favor del espectador. Otra cosa será cuando las exigencias les coloquen en la disyuntiva y lo que hoy son agradables alabanzas por la sorpresa se conviertan en agudas obligaciones por la continuidad. Será en aquel momento cuando se distinga la pasta de un equipo grande con la fragilidad de un invitado sorpresa.

En el lugar opuesto se encuentran dos absolutos históricos como Sevilla y Valencia. Rebotados ambos de un éxito mal gestionado, se han visto obligados a reinventarse sin llegar a conocer sus verdaderas aspiraciones. No hay peor consejo para un holgado trabajador que hacerle creer que puede codearse con un millonario. Desde el momento en el que se pierden las perspectivas, se pierden las realidades. Cuanto peores resultados vayan cosechando, irá decreciendo su autoestima en detrimento de su condición. Hace un par de años eran el adalid de un nuevo fútbol y ahora mismo tan sólo son dos equipos llenos de dudas. Las malas rachas solamente se apagan con trabajo, fe y unión. Para ello, todos deben saber de dónde provienen los problemas, y entonces quizá tengan claro hacia donde deben caminar.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Fútbol total

Para Rinus Michels el fútbol era una guerra. cada partido era una batalla donde los jugadores debían ejercer de guerreros de primera fila y trinchera y debían estar preparados tanto para atacar como para defenderse de las embestidas del rival. La prensa, en principio, definió el sistema con una frase elocuente: “Todos defienden y todos atacan”, pero el mundo del fútbol fue más escueto y definió aquella manera de jugar de la forma más entendible posible: “Fútbol total”.

El fútbol total del Ajax se basaba en un sistema de presión asfixiante. Hasta entonces ninguna defensa se había atrevido a utilizar el fuera de juego como parte del sistema defensivo, pero el Ajax estaba dispuesto a ir más allá de todo orden establecido y se aferró al ataque continuo para ganar un partido tras otro.

Michels y sus jóvenes discípulos ya habían propuesto sus intenciones dos años atrás, pero el trabajado catenaccio italiano había dado de bruces al equipo con la realidad. Sin embargo, aquello no había sido sino la semilla de lo que estaba por llegar. El Ajax maduró en su liga local protagonizando inolvidables enfrentamientos ante el Feyenoord y terminó por consagrarse en Europa a base de puro fútbol. Porque las promesas de Michels y sus jóvenes discípulos iban más allá de la simple victoria; se trataba de hacerse dueños del balón durante los noventa minutos de juego.

En la final de 1969 al equipo le había faltado aplomo y habían chocado una y otra vez contra el muro defensivo italiano. Al mismo tiempo, habían sido incapaces de detener la fabricación creativa de Gianni Rivera y se habían visto machacados por culpa de los centros letales del portador de la magia italiana. Aquel Ajax de dos años antes era bisoño e inocente, ambicioso pero falto de experiencia en partidos de verdad y para pulir aquellos defectos, Michels viajó de nuevo a las galerías de fabricación de promesas del club y regresó de la mano de Ruud Krol y Gerry Mühren.

Ambos jugadores terminaron por aportarle al equipo la dosis de solvencia que necesitaba para dominar y cuajar los partidos desde el principio hasta el fin. Krol en tareas defensivas y Mühren ayudando en la labor del centro del campo, formaron un ala izquierda irrepetible que permitió a Keizer convertirse en uno de los mejores extremos del momento. Todas las piezas del puzzle estaban encajadas y tan solo faltaba recorrer el camino y triunfar como estaba previsto.

Tras humillar a sus rivales en la liga holandesa disputada entre 1969 y 1970, el Ajax obtuvo de nuevo el derecho a participar en la Copa de Europa de campeones. Su primer rival en la competición fue el Nendori Tirana, un débil equipo albanés que tuvo que sufrir la humillación en forma de goles, asfixia y dominio total. Pero ganar a aquel rival tan solo había sido considerado como una anécdota por lo que el nombre del Ajax aún no había comenzado a sonar con fuerza en las grandes ciudades del continente.

El rival en segunda ronda fue el Basilea. Un equipo suizo que integraba los valores futbolísticos de la vieja escuela europea; alegría con el balón y distribución mesurada. El Ajax simplemente lo barrió. Con un juego espectacular, los jugadores suizos anduvieron buscando la pelota durante los ciento ochenta minutos que duró la eliminatoria, pero todos los esfuerzos fueron vanos porque el Ajax se hizo dueño de su tesoro desde el minuto uno y controló los partidos y el marcador a su antojo. Pero tampoco era el Basilea un rival de campanillas por lo que aquella nueva victoria volvió a alejarse de la épica y tuvieron que esperar a su siguiente rival para hacerse acreedores de un nombre en el panorama futbolístico internacional.

Y el siguiente rival ya fue cosa seria. El bombo caprichoso quiso enfrentarles, tras un sorteo dispar, ante el Celtic de Glasgow escocés. El mismo equipo, aún dirigido por el maestro del banquillo Jock Stein, que había dado buena cuenta de las ideas conservadoras de Helenio Herrera en 1967 y el mismo equipo que en la última final tuvo que rendirse ante la evidencia de un fútbol que emergía desde el norte de Europa para imponer un nuevo estilo de juego y colectividad.

Igual que había hecho el Feyenoord el año anterior, el Celtic terminó por agotar sus fuerzas y sus recursos ante un fútbol que nunca se cansaba de pedir la pelota. El Ajax terminó tumbando al Celtic por insistencia y ambición y se plantó en semifinales del torneo por segunda vez en tres años consiguiendo, esta vez, sí, que toda Europa hablase de las cualidades de un equipo que jugaba al fútbol a mil por hora.

El penúltimo rival y último escollo de cara a alcanzar la final del torneo continental más prestigioso, iba a ser el Atlético de Madrid. El equipo de la capital española, siempre a la sombra de los éxitos y gloria del Real Madrid, intentaba madurar un embrión con una columna vertebral totalmente española y con un fútbol totalmente distinto al propuesto por el Ajax. Al Atlético le gustaba esperar, no perder la paciencia, robar en el centro del campo o más atrás si era menester, y salir endiablado en busca de un contragolpe letal. En su visita a Madrid, el Ajax se encontró con un equipo que no temió sus embestidas y no encontró el hueco donde meter el último pase de cara al gol. Sufrieron una derrota inesperada y todos se confabularon de cara a un partido de vuelta que pintaba más a venganza que a clasificación histórica.

En el partido de vuelta el Atlético se encontró con una afición entregada y con un equipo sediento de gloria. Tres a cero fue el resultado final y todos se pusieron de acuerdo a la hora de denominar al Ajax como el equipo que mejor jugaba al fútbol dentro del panorama internacional. Sus constantes apoyos, su dominio total de la pelota, su presión asfixiante y la facilidad con la que cada uno de sus miembros era capaz de tratar el balón, le convertía en el auténtico rival a batir dentro del panorama europeo.

En la final, Michels se encontró con el ídolo de su juventud. Puskas, que había sido un goleador implacable y un futbolista de los buenos de verdad, había abandonado el fútbol pocos años atrás para iniciar un peregrinaje por los banquillos europeos. Y en uno de sus primeros viajes llegó a Atenas y se quedó para vivir y para dirigir al Panathinaikos, uno de los equipos de la capital griega y donde impuso su magisterio y sus extraordinarias dotes de mando.

El Panathinaikos, que hasta entonces había sido una mera comparsa en el plano futbolístico europeo, alcanzó una histórica plaza en la final de la Copa de Europa de 1971 después de derrotar a auténticos equipazos como Everton, Borussia Monchengladbach y Estrella Roja de Belgrado y gracias, sobre todo, a los consejos tácticos y técnicos de quien un día se convirtió en el mejor goleador de todos los tiempos.

A Michels le iba a doler derrotar a la persona con quien tantas veces soñó de joven y tantas veces intentó imitar en vano desde su posición de delantero centro. Michels había sido un goleador consagrado pero con escaso acierto a la hora de invertir en fama mundial. Su nombre no había salido más allá de Holanda y en unos años en los que el fútbol y el triunfo eran propiedad privada de los equipos del sur, nadie se había preocupado de viajar a Holanda y buscar en la lista de jugadores referentes del país el nombre de un tal Rinus Michels.

Por todo ello y ahora más que nunca, a Michels le hacía especial ilusión conquistar el más preciado trofeo y convertirse en dueño de los triunfos que tanto soñó de niño y que nunca pudo alcanzar durante sus años como futbolista profesional. Y para Michels, ganar pasaba por ser más rápidos, más fuertes y más certeros y no había mejor demostración de rapidez, fuerza y ejecución que la de tener el balón en propiedad durante los noventa minutos del partido.

Puskas, que se vanagloriaba de ser uno de los supervivientes de la mejor escuela de fútbol que jamás había pisado un campo de fútbol, nunca pudo esperarse el azote físico al que sus jugadores fueron sometidos aquella noche. Para él, el fútbol consistía en jugar el balón de la manera más práctica posible y así, rodeado de los mejores jugadores que había dado el deporte del balompié, Puskas había creado dos escuelas legendarias; una en la Hungría letal de los primeros años cincuenta y otra en el Real Madrid invencible de los últimos años de la década. Y él, que creía haberlo visto todo dentro de un campo de fútbol, nunca se había imaginado que se podía jugar al fútbol con los defensores jugando en el centro del campo, los centrocampistas integrados en la línea de ataque y los delanteros jugando al escondite e intercambiando sus posiciones según lo exigiera la jugada.

Van Dijk primero y Haan después, sellaron un triunfo histórico y pusieron al Panathinaikos en el lado de los perdedores históricos. Aunque Panathinaikos, Puskas y Michels aparte, aquella noche, bajo una luna inglesa que iluminaba tenuemente la solemnidad del estadio de Wembley, será recordada por todos como la consagración de un fútbol que rompió con todas las tradiciones que se habían impuesto desde el principio de los tiempos; un fútbol sin sistema, sin ubicación y sin puestos definidos. Un fútbol de guerra. Todos atacan y todos defienden. Había nacido “El Fútbol Total”.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Cyborg

El fútbol cambió por completo cuando dejó de ser de los futbolistas y se convirtió en el coto privado de los entrenadores. No tuvo que cambiar necesariamente para mal, es sólo que donde había libertad comenzó a haber corsés y donde había ideas comenzaron a verse piernas. No todos los generales quieren soldados de infantería, los hay que siguen dando rienda suelta a la improvisación y al talento y los hay que estructuran cada movimiento llegando a predecir, incluso, lo que va a ocurrir en cada jugada. Sucede, sin embargo, que la genialidad, de manera definitiva, está exenta de matices y que al final, por más trazos que quieras tirar a lo largo de un mapa, llega el momento decisivo y la genialidad termina imponiéndose siempre a la planificación. Son esos momentos en los que te cruzas de brazos y te dispones a disfrutar de tu fracaso o a lamentarte por tu éxito.

Cuenta Valdano que un día le reprochó a Guardiola que le dijese que nada le producía mayor satisfacción que comprobar que el campo sucedía todo aquello que él había planeado ¿En qué lugar queda entonces, la libertad del futbolista? Le dijo entonces. Guardiola cree que sus futbolistas son libres, pero dentro de su corsé de juego. Y es que hoy en día, todos los entrenadores, incluido Guardiola, son esclavos de un estilo y rehenes de su propia ideología. Destaca el matiz de Guardiola porque es el adalid del fútbol ofensivo y el máximo referente del fútbol espectáculo a día de hoy, porque son muchos los que achacan a Mourinho o Simeone, su nula transigencia a la hora de negociar su estilo, pero es que, aunque sean completamente opuestos, hasta Guardiola y Klopp se ciñen a un guión que obliga al futbolista a guionizarse antes de expresarse y a regularizarse antes de administrarse.

El Manchester City es el mayor equipo de autor en la carrera de Guardiola. Libre de Messi y lejos del corsé alemán, Guardiola ha sabido expresar todo su ideario en un equipo construido por y para él por futbolistas comprados por y para él. Sólo él creyó en De Bruyne, Bernardo Silva o el propio Rodri. Él supo reconducir a Walker, a Mahrez o incluso a Sterling. Él reconvirtió a Cancelo, a Foden o a Gundogan. Y él consiguió que todos, absolutamente todos los jugadores del equipo participasen del juego como una colectividad automatizada.

El juego del City, que comienza en el centro del campo con su propia línea defensiva, se caracteriza por intensidad, vértigo y paciencia. De esta manera, el balón va circulando de un lado a otro hasta que un atacante consigue hacer un desmarque y un mediocampista consigue encontrar el espacio. Visto así, parece hasta fácil, pero requiere de un pie privilegiado y de una cabeza de rápido procesamiento. Y, sobre todo, de una capacidad de concentración lineal que obliga a estar pendiente del juego desde el portero hasta el delantero centro, convirtiéndose este, en la mayoría de las jugadas, en un punto de apoyo más en la elaboración del juego.

Mientras existió Agüero, Guardiola pudo sostener su estilo porque el argentino, además de golear, sabía anticiparse a los centrales y pivotar al tiempo que, seguidamente, se marchaba para buscar el desmarque de cara a gol. Se trataba de aprovechar la fortaleza de su tren inferior para tirarse unos metros atrás, ganar la jugada, servir de apoyo y volver a empezar. Como además respondía con goles, servía igual para un roto que para un descosido. Y es el que el gol, en definitiva, es el matiz que diferencia a los bueno de los muy buenos. Por ello, cuando Agüero se marchitó y apareció Gabriel Jesús, el equipo siguió funcionando como máquina pero echó de menos el cariz goleador, porque el brasileño era listo para jugar e inquieto a la hora de moverse, pero muchas veces llegaba tarde al centro o andaba desubicado en la aceleración.

Puestos a tener el mismo gol, convencido de que se podía ganar en el juego, Guardiola aprovechó la capacidad de desmarque de Gabriel Jesús para tirarlo a una banda poniendo a Foden en el centro del ataque con la condición de que se convirtiese en un mediocentro en el borde del área, mientras el brasileño no sólo aportaba desde el costado sino que podía tirar diagonales inesperadas hacia el punto de penalti. De esta manera el City jugó, probablemente, los mejores partidos de su historia, ya que aprovechaba todos los recursos de sus delanteros para conseguir que De Bruyne y Bernardo Silva brillasen por detrás y, con ellos, el equipo fuese el espejo perfecto de lo que buscaba su entrenador.

Y en estas llega Haaland. Llega porque el gol es oro y porque es la pieza más codiciada del mercado ¿Pero realmente vale la pena renunciar a una pieza del mecanismo por un puñado de goles? A día de hoy la respuesta es más que rotunda: sí. Con Haaland, Guardiola ha renunciado a su parte de elaboración impuesta ya que cuenta con un delantero que se abstrae por completo del juego. La mirada del noruego está siempre puesta en la portería rival y por ello está buscando, de manera constante, el desmarque que le deje sólo delante del portero. Le da igual que los medios no encuentren un apoyo constante en la zona de tres cuartos, que los extremos no tengan con quien tirar una pared en el balcón del área o que consiga viciar el juego del equipo dando una salida de balón en largo cuando la presión rival sea asfixiante. Le da igual porque conoce su físico y conoce sus condiciones. Haaland se impone por alto, por bajo y por velocidad. Es un cyborg del siglo XXI nacido y preparado para una tarea exclusiva: marcar goles. Y si los marca sin parar ¿Quién se atreve a reprocharle que no participa en el juego?