martes, 17 de diciembre de 2019

Cuento de Navidad

Bob Cratchit es un tipo triste y abnegado que vive un perpetuo sueño de justicia mientras rumia su desgracia y trata de vivir con dignidad. La abundancia no entra en sus planes de vida y mucho menos la ilusión de ser considerado como una persona de provecho por su jefe. Ebenezer Scrooge es, por contra, un tipo avaro y amargado que vive en soledad mientras rumia su rabia y trata de consolar su maltrecho ego en contradicción contra los preceptos de justicia. La caridad no entra en sus planes de vida y mucho menos la empatía.

Pero he aquí que ciertos espectros visitan la morada de Scrooge y este puede enfrentarse, cara a cara, con la crueldad que emana de su falta de caridad y su exceso de avaricia. Sus seres más cercanos murieron en un halo de tristeza y su poca familia echa de menos el calor de un abrazo. Su empleado, Cratchit, es, además un tipo maltratado cuyo hijo vive en la indigencia y sólo aspira a sobrevivir un día más en un invierno crudo dentro de un mundo cruel.

Scrooge entiende, entonces, que de su propia supervivencia dependen la supervivencia de sus ajenos, que de su caridad emanaran necesidades básicas para sus allegados, no sólo las tangibles sino otras, acaso tan necesarias, como el amor, la amistad y la comprensión. Al calor de sus nuevos actos, la gente recoge sus prebendas y él obtiene la recompensa de la satisfacción personal como el camino más directo hacia la felicidad.

El Getafe era un equipo aguerrido pero abnegado a su suerte que vivía su perpetuo sueño de grandeza mientras rumiaba su realidad y trataba de sobrevivir con dignidad. Las grandes gestas no entraban en su planes por más que rememoraba noches de codeo y remontada, y mucho menos soñaba con consolidarse después de haber muerto y resucitado por mor de un tipo tan sobrio y lleno de fe como José Bordalás. La competición, por contra, seguía siendo esa hidra de dos cabezas que devoraba víctimas y no se paraba a recoger los cadáveres. No existía el consuelo y mucho menos la esperanza.

Pero he aquí que ciertas amenazas inquietan la supervivencia de la competición, en continua guerra contra las federaciones y esta puede enfrentarse, cara a cara, con la crueldad de la hidra y su exceso de opulencia. Sus clientes menos poderosos mueren de desidia y los pocos apoyos que le quedan le piden una moratoria. Sus penitentes más necesitados, Getafes y similares, son equipos maltratados por sistema que han de vivir de migajas y no aspiran más que a la supervivencia y a olvidarse de cualquier sueño de grandeza.

La competición entiende, entonces, que, para poder sobrevivir, necesita la supervivencia de aquellos pobres desgraciados a los que había obviado sin compasión. Sin quitarle el caramelo de la eternidad a las dos cabezas de la hidra, se vio obligado a negociar nuevos tratados de reparto e, intangibles innecesarios aparte, porque este mundo, el egoísmo impera en cualquier punto de la pirámide, los tangibles ayudaron a los equipos menores a soñar con una cota de grandeza. Al menos durante unos meses. Al menos durante la vida que durase el recuerdo. Así, recogiendo las limosnas del patrón, el Getafe creyó en su proyecto y Bordalás puso el trabajo y la cordura necesarias para plasmar el milagros y ahora, recompensa en el buche y sueños en la mirada, caminan por la liga con la satisfacción de saber que solamente la realidad les puede descabalgar en esta carrera hacia los sueños.

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