miércoles, 15 de julio de 2020

Implicación

Para el hambre no hay pan duro. Es una frase que solía repetir mi padre siempre que nos quejábamos de una comida o poníamos esa nota de excentricidad en la mesa queriendo hacer creer que éramos unos expertos en materia culinaria cuando realmente éramos unos desagradecidos. Con ellos nos quería hacer ver que lo nuestro no era hambre sino insatisfacción y que, quien realmente ha conocido la necesidad, no hace ascos a un mendrugo al igual que no lo hace a cualquier plato que se ofrezca caliente o frío y que, haciendo de necesidad virtud, se convierte en superhéroe de sí mismo cuando sabe que, frío o caliente, la única opción que le queda es la del agradecimiento por seguir sobreviviendo y la del esfuerzo para compensar la subsistencia y, sobre todo, para intentar mejorar la situación.

Existen muchos futbolistas que ven rotos sus sueños de la infancia cuando comprueban que no hay sitio para ellos en el equipo de sus amores. Muchos son los que quedan cortados para siempre, otros terminan en equipos de barrio para superar la abstinencia y algunos otros, los menos, sobreviven en el filo de la élite a base de cesiones en equipos de ínfima aspiración. Jugar en primera, más allá de hacerlo en el primer equipo, es una quimera que muy pocos terminan alcanzando, por ello, aquellos que se ven relegados a la Segunda División B o incluso a la Tercera, sólo tienen una opción si quieren demostrarle al mundo que sus designios eran erróneos: trabajar, trabajar y trabajar.

Apretar los dientes, tragar barro, disputar cada balón como si fuese el último y jugar como si se tratase del partido más importante de la vida. En eso se basa la implicación; siempre la ilusión por seguir avanzando, siempre el trabajo para ser imprescindible, siempre la pasión para no dejar de ser tenido en cuenta.

Sergio Reguilón encontró, durante la temporada pasada, el premio a su trabajo después de verse relegado, durante dos ocasiones, a una cesión residual en la Unión Deportiva Logroñés. En un equipo sin demasiadas aspiraciones más allá de la permanencia, Reguilón hubo de batirse el cobre ante veteranos que venían de vuelta y jornaleros del fútbol que ya dejaron pasar su último tren. En esa trituradora de cadáveres que es la tercera categoría de nuestro fútbol, Reguilón siguió soñando en grande y no dejó de pensar que su puesto era la Primera División. No podía llegar a pensar que su lugar estaba en el primer equipo del Real Madrid y mucho menos que sería titular durante gran parte de la temporada.

Condenado por una temporada aciaga y tapado por el fichaje de Mendy y los galones de Marcelo, Reguilón tuvo que ver como su sueño de triunfar de blanco se cerraba de nuevo, con una nueva cesión. Pero para qué tirar la toalla cuando ya te has visto en el peor rincón del ring. El Sevilla era una plaza de categoría y la traslación no debía verse como un fracaso sino como una nueva oportunidad. De esta manera, Reguilón se convirtió en el más sentido sevillista, dando fuste y categoría al lateral izquierdo. Volvió a apretar los dientes, volvió a trabajar y volvió a disputar cada balón como si fuese el último. Agarrado a la implicación y sostenido por la pasión, volvió a convertirse en titular, una vez más, en uno de los mejores equipos de la Primera División. Sabe que volver al Madrid es difícil, pero sabe, también, que la vida da pocas oportunidades y que ser un jugador importante en la élite es mucho más de lo que hubiera soñado de niño. Con las mandíbulas fortalecidas tras haber masticado el pan duro, no tiene más opciones que agradecer y seguir soñando. Hoy es bandera en Sevilla, mañana, quien sabe, puede volver a ser un jugador importante en el club de sus sueños o un ídolo en su club de acogida. Quien tiene que comer siempre quiere más. Reguilón  ya se ha sentado en la mesa y quiere disfrutar del banquete.

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