lunes, 18 de febrero de 2019

En el salón de la fama

El deporte americano tiene una particular manera de homenajear a sus leyendas; más allá del palmarés, premian el DNI competitivo de manera que hacen saber al mundo que tal o cual jugador es un tipo que merece la pena permanecer en la memoria en tanto a las satisfacciones que ha generado en torno a una afición. El orgullo de pertenencia, la sensación de saberse inmortal, el recuerdo por encima del trofeo.

Hace unos días, Markel Susaeta fue homenajeado en San Mamés después de jugar su partido quinientos con la camiseta del Athletic. La cifra, que puede parecer alcanzable en unos tiempos en los que las competiciones se multiplican y los esfuerzos se dosifican, es una muestra más de lo difícil que resulta permanecer fiel a unos colores. Futbolista abnegado y trabajador con pie de seda, Susaeta ha fabricado una carrera en la banda derecha aprendiendo a fajarse contra el lateral más rudo y a ganar la espalda al lateral más estilista. Más allá de las oportunidades, vive el instinto de superviviencia. No es fácil aguantar más de una década vistiendo una misma camiseta, mucho menos lo es manteniendose en la cima de las predisposiciones.

En otro ejemplo de superación continua, Joaquín se convirtió ayer en el séptimo futbolista con más partidos en la historia de la liga. Teniendo en cuenta que tuvo un paréntesis de dos años en el fútbol italiano, esta cifra compromete a todos aquellos que auguraron una pronta caía en los infiernos para el artista del Puerto. Tendemos a confundir gracia con desgana y risa con desmotivación; Joaquín le ha dado una lección a los agoreros en cuanto ha demostrado que el fútbol vive de dos condiciones impagables: el talento y la fe. A los treinta y siete años, uno no puede ser tan explosivo como a los veinte, pero sí puede dar clases de oficio porque en el conocimiento del juego vive el instinto de supervivencia.

Sergio Ramos jugó, entre semana, su partido seiscientos con la camiseta del Real Madrid. A sus treinta y tres años, el club sigue sin destinar dinero en buscarle un sustituto porque sabe que sigue teniendo, en él a un verdadero líder cuya influencia no se puede reestructurar con ningún tipo de dinero. Cuando el Madrid es un bloque sólido, Ramos es el mejor mariscal porque conoce el oficio como pocos; lidera, empuja y se sirve de su solvencia para sacar la pelota siempre bien jugada. Su capacidad física y su hambre insaciable le colocan en un escalafón muy alto como futuro hombre récord del Madrid. El ciclo no acaba y el capitán sigue el primero de la lista.

No existe manera más difícil de defender que hacerlo con la espalda siempre descubierta. En equipos que juegan juntitos, como bloque, han destacado varios defensas como adalides de la destrucción. Godín, Bonucci o el propio Ramos son ejemplos visibles de líderes defensivos en sistemas aplicados para el contragolpe. Jugar desarropado es demasiado difícil y se necesita ser un experto en sistemas ofensivos para aguantar más de una década como líder defensivo de un equipo que juega en la cuerda floja cada fin de semana. Piqué, cuyas cabalgadas contranatura le hacen ser visto como un tipo con carencias, es un defensor inmejorable en cuanto a debe vivir corrigiendo antes que anticipando. En un equipo cuya premisa, por encima de todas, es la pelota, jugar como un funambulista supone jugar expuesto, domingo a domingo, a las posibles pérdidas en zonas de incorrección. Cuando el equipo rival sale en tromba, Piqué siempre se ve obligado a perder diez metros y ganar un segundo. Ahí, en el límite de la imprecisión, se maneja con tacto de cirujano; casi siempre encuentra la oportunidad para concederle a su equipo una vida extra. Ya son trescientos partidos los jugados en la liga española. Trescientos motivos para considerarle como uno de los mejores de la historia en su puesto.

Cuatro ejemplos de profesionalidad dignos de admirar, cuatro tipos que, en un país tan selectivo, terminarán en la memoria según el escalafón que hayan ocupado en el palmarés particular. Pero que en otras latitudes, en otras culturas y en otros destinos, habrían ganado los suficientes méritos para formar parte de ese lugar de leyendas que en América bautizaron con salón de la fama.

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