martes, 5 de marzo de 2019

La cátedra del trabajo

El fútbol es tan coyuntural que los equipos de menor aspiración han de vivir siempre en el alambre del resultado. Para ellos, el trabajo es el único camino hacia el objetivo porque, más allá de los sueños existe un campo de realidades que termina poniendo siempre a cada uno en su lugar. A falta de talento, el trabajo diario y la fe continua se convierten en los verdaderos aliados a la hora de asaltar el milagro. No hay un camino más allá del éxito porque el éxito, en sí, vive en la capacidad de superación de cada uno de los futbolistas.

El Getafe vivió, durante once temporadas, el sueño de la razón. Más allá de los monstruos dibujados, quedaron los monstruos derrotados. Jugó finales, viajó por Europa y se codeó con los grandes en victorias aún recordadas. Cuando llegó la hora de decir adiós, todos asumieron el momento porque los que están destinados a la pobreza no viven demasiado tiempo para contar sus riquezas. Pero, más allá de la resignación, quedó una muesca en el orgullo, porque, quien ha aprendido a ser rebelde, generalmente muere con las botas puestas.

Es difícil tener una pequeña lancha motora y salir a navegar, día a día, entre dos yates donde el lujo y la displicencia se convierten en pecados capitales. Siempre la mirada por encima del hombro, siempre la seguridad de los tres puntos en la buchaca. Getafe no es del Getafe. Lo sabemos, a ciencia cierta, todos los que nos hemos criado en sus calles y nos hemos besado tras sus esquinas. Getafe es blanca y rojiblanca, por ello, sobrevivir al pecado en minoría le otorga un plus de necesidad. Cada domingo necesita reivindicarse contra sí mismo porque los pocos que van a verle son aficionados acostumbrados a otros menesteres más jugosos. Se les exige en función al corazón y no se le agradece en función a la razón.

Jugar contra la exigencia y exigirse un mínimo de competitividad, ha terminado convirtiendo al Getafe en un equipo sólido cuya presencia molesta más que agrada. Pierna fuerte, sacrificio, juego directo y, sobre todo, trabajo, mucho trabajo. Analizando los mimbres y despiazando los enseres, podemos llegar a la conclusión de que no existe equipo más trabajado en Primera que el Getafe. Vale que el Barça vaya a su velocidad de crucero rumbo a su enésima liga del siglo y vale que el cholismo haya convertido al Atleti en un Grupo Salvaje; pero en la balanza entre el talento y la posición en la tabla, lo que está consiguiendo el Getafe es tan meritorio como improbable.

Un equipo, a priori, del montón, reconstruido con jugadores que, en su mayoría, han ido llegando al equipo desde la segunda división y entrenados por un tipo que ha hecho de la fe un ejercicio de memoria. La intensidad bien entendida fabrica equipos que son auténticos dolores de muelas. Al Getafe le salva su trabajo y le ha colocado en la zona noble su nómina de fabulosos delanteros. Molina, Mata y Ángel son tres tipos que han conocido la vida desde lo más profundo del pozo y saben que volar no tiene límites si eres tú quien maneja las alas. La condición de equipo experto en aprovechar los errores del rival ha colocado al Getafe como la gran revelación de la temporada. Con un fútbol sencillo en la planificación y muy costoso en la ejecución: presión asfixiante en el medio con media docena de pirañas siempre encima del balón, robo y búsqueda inmediata del desmarque de ruputura. Cuando Molina o Mata o Ángel reciben con espacios, los que les hemos visto en más de una ocasión sabemos que la piedad no es condición inherente en los buenos pistoleros.

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