jueves, 26 de julio de 2018

Au revoir

Ser un enfant terrible conlleva adjudicaciones implícitas; falta de reconocimiento, falta de unanimidad alabadora y, sobre todo, falta de comprensión. Pero cuando sobra el ego y, sobre todo, sobra el talento, las costuras se rompen y el corsé se libera. Porque el fútbol no entiende de rabietas y es muy propenso a encumbrar, como mitos, a aquellos tipos que, de tanto golpear la mesa, terminan siendo los protagonistas del banquete.

Eric Cantona nunca fue un tipo fácil de llevar y, sin embargo, para todos aquellos que le disfrutaron, fue el tipo más fácil de querer. Ídolo caído, fue dejando sorbos de realidad en cada estación. Parada y fonda. Y volver a empezar. Auxerre, Martigues, Marsella, Burdeos, Montpellier, Nimes. A todos los lugares llegaba con una maleta vacía, la llenaba de realidades, y se marchaba a cumplir sueños a un nuevo lugar. Su definición era sencilla; un tipo listo, lleno de talento e inconmensurable en las inmediaciones del área. Su forma de jugar era tan asombrosa como efectiva; balón al hueco, definición perfecta, regate inverosímil. Pero tenía tanta rabia acumulada que no se dejó disfrutar ni de sí mismo.

Apartado de la selección francesa y apartado de la vida mundana, cruzó el Canal de la Mancha para hacerse un hombre y lo que consiguió fue hacerse leyenda. Fichó por el Leeds y el Leeds ganó la liga después de dieciocho años sin ganarla. Fichó por el Manchester United y el Manchester United ganó la liga después de veintiséis años sin ganarla. Y allí se acomodó. Junto al canal del Mersey dibujó sus momentos más grandes, sus noches más gloriosas y también, como punto final, sus peores pesadillas.

El sueño se acabó cuando saltó a la grada para agredir a un aficionado. Era un hombre sin término medio, una persona que descargaba tensiones en momentos complicados. Libre sobre el césped y genio bajo la grada señorial del teatro de los sueños, acomodó sus instintos en cada uno de sus lances. Le quisieron más por lo que hizo que por cómo lo hizo. Él encumbró la Premier. Un campeonato muerto que resucitó su presencia. Él inició el dominio de un Manchester imperial. Un equipo en continua búsqueda de su indentidad.

En una de las escenas de "Buscando a Eric", de Ken Follet, Cantoná declara que el más bello momento de su vida deportiva fue un pase de gol. Así de altruísta se mostró el personaje. El tipo único que, en el cénit de su carrera y al comprobar que ya no podía dar más gloria, se subió, por última vez el cuello de su camisa y, como en el anuncio, nos dijo a todos "Au revoir".

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