jueves, 19 de enero de 2023

El número uno

Las mesas de debate suelen ser basureros de discusiones superfluas o peleítas de baja estofa por hacer saber quien la tiene más larga y, sobre todo, por tratar de potenciar lo que nos late en el corazón por encima de lo que nos dicta la cabeza. Por ello, el periodismo deportivo se convirtió en una barra de bar donde cada uno muestra su carné de simpatizante creyendo que así se acercaban más al pueblo mientras se alejaban cada más de la realidad.

Durante los años en los que Messi gobernó el juego con fútbol y goles, los predicadores de lo suyo se empeñaron en izar a Cristiano hacia lo más alto de los altares por la simple premisa de que vestía la camiseta que a ellos les gustaba. Sin menospreciar a Cristiano, quien ha sido un goleador implacable y con una alta dosis de decisión en los momentos clave, los soldados de la sensatez trataban de hacer saber que ser el segundo mejor jugador del mundo no tenía porqué ser una ofensa, pero ellos erre que erre, no queremos al enano y si hace falta nos inventamos un Chitalu para desprestigiarle.

Acabados los debates históricos tras el mundial, ahora empieza el debate de los forofos al otro lado del puente aéreo. Uno, que puede afirmar y confirmar, que Messi es lo más grande que ha visto sobre un terreno de juego, podría estar de acuerdo, en cierta manera, en que pudiese recibir un nuevo balón de oro, pero en lo que no estaría de acuerdo, ahora mismo, es que el argentino siga siendo, por más que pese, el número uno.

Y es que el jugador más decisivo del mundo juega en el Paris Saint Germain pero no viste el número treinta. Killian Mbappé tiene todas la virtudes de los mejores futbolistas de la historia y, sobre todo, tiene la capacidad competitiva de evitar que se descubran mucho sus defectos. Con una velocidad endiablada y un sinfín de recursos en el área, Mbappé ha llegado para quedarse y para decirle al mundo que los balones de oro se regalan en base a títulos pero que la capacidad para ser el mejor se gana en el campo y él lo lleva demostrando durante un par de temporadas.

Acicatado por la llegada de Neymar primero y la de Messi después, Mbappé no encontró presión sino motivación a la hora de jugar al lado de los mejores, lejos de apartarse, analizó aquello como un reto y no sólo se propuso ser complemento sino ser incluso mejor que ellos. Porque de eso trata la verdadera grandeza, la que vive en los pies de los privilegiados y en la cabeza de los elegidos; ser el mejor por hecho y por derecho.

Mbappe, que juega a mil por hora y vive con la mueca de Mona Lisa incrustrado en su rostro, presentó su mayor credencial ante el mundo llevando a Francia hasta la final en un mundial fastuoso, lleno de detalles y de jugadas para el recuerdo. Y aunque perdió, su sello quedó impregnado para siempre en forma de hat-trick en la final y, sobre todo, en la mirada pavorosa de todos los argentinos que se cruzaron con él durante el tiempo que duró la prórroga. Y es que respeto no se suplica, sino que se gana y los jugadores rivales ya saben de sobra quien es Killian Mbappé. Ese futbolista que mientras miraba a Messi recorrer el espacio que le separaba de la copa del mundo, pudo decirle con la mirada; tú ahora eres el campéon, pero yo ahora soy el número uno.

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