martes, 29 de septiembre de 2020

El rugido del león

Nos habíamos visto más de una vez en una situación así. Nos habíamos confabulado, en momentos como aquel, en alguna otra ocasión, cruzando los dedos y dejando que las palabras saliesen de nuestros labios, bien en forma de susurro, bien en forma de desahogo, con el fin de que el deseo, el rezo o la exigencia, fuese capaz de derrotar al estado de nervios que nos aferraba el alma. No era la primera vez que jugábamos unos octavos de final, pero sí era la primera vez que los jugábamos con la sensación de sentirnos, esta vez sí, favoritos de verdad a la victoria final.

Pero todo recorrido tiene un proceso, unas estaciones donde detenerse, un lugar, cada vez más complejo, donde poder sentirse capaz de todo. Y aquella parada de cuartos, en el estadio de Ciudad del Cabo, nos enfrentaría a la Portugal del sempiterno Cristiano y los fantasmas pasados. Seis años antes, en nuestra anterior confrontación, los portugueses nos dieron un zarpazo en nombre de Nuno Gomes y nos mandaron a casa con la primera fase pendiente de aprobar y la vergüenza pendiente de ser rescatada. No debía pasar lo mismo. No debíamos dejar que ocurriese.

Para eso teníamos el balón, el mejor amigo de un grupo de chicos al que le encantaba tratar la pelota como si de un regalo se tratase, como si fuese un peluche al que quisieran acariciar todo el tiempo. Iban a necesitar paciencia y precisión, porque los portugueses, Cristiano aparte, eran rocosos y rápidos a la contra. Llevaban catorce partidos invictos, muchos de ellos sin encajar gol, con una primera fase irregular en la que se habían cruzado con Brasil. Mientras, nosotros, habíamos sufrido como perros para pasar de grupo, finalmente contra primeros, después de perder el primera partido contra Suiza y terminar pasteleando el resultado frente a Chile.

La oportunidad, una vez más, fue para Fernando Torres, quien, tras recuperarse de forma exprés de una lesión de rodilla mediada la temporada, había llegado al mundial falto de condición física o falto de movilidad articular. Aún así, sus ganas y su hambre habían sido tan tenidas en cuenta por Del Bosque que, por tercer partido consecutivo, le ofrecía la oportunidad de disputar el encuentro desde el principio, y, aunque tuvo un par de buenos disparos en los primeros minutos, su halo se fue apagando poco a poco a medida que la intensidad del partido subía y los portugueses incomodaban a España en la zona ancha.

Tal era la situación de espesura mental que llegarona agradecer la llegada del descanso. Para entonces, Casillas ya había hecho tres paradas más o menos meritorias y había visto pasar la pelota cerca de su portería en más de una ocasión. Tocaba cambiar el ritmo del remo y esperar a que los timoneles tomaran el mando. Pero tocaba, más que nada, cambiar la dinámica atacante porque el estado de Fernando Torres no daba para incomodar al Bruno Alves y Ricardo Carvalho. Fue por ello que Del Bosque recurrió al león y el león respondió con un rugido que acogotó en tablas a la selección portuguesa.

La primera intervención de Fernando Llorente, el león de San Mamés, fue un cabezazo en plancha que despejó con apuros Eduardo. De repente fuimos conscientes, y los fueron los defensores portugueses, de que teníamos delantero centro. Un delantero centro que fijó la marca en los balones largos y que cruzó desmarques en las transiciones. Eso dejó a Villa un panorama de libertad del que no había gozado durante los anteriores sesenta minutos. El siguiente ataque terminó con un disparo del Guaje rozando el palo y el siguiente, apenas dos jugadas después, terminó en los pies del número siete quien, sólo en el área y delante de Eduardo, aprovechó un rechace tras tiro forzado y coló la pelota en la portería portuguesa para deleite de los millones de españoles que lo veíamos desde la distancia.

Conseguido lo más difícil, tocaba hacer lo fácil, defenderse con la pelota. Con Xavi en el campo, cualquier discurso en torno al balón es irrebatible. El barcelonista tomó el mando y, apoyado en el incombustible Alonso y el mágico Iniesta, España comenzó con su particular rondo que terminó con la desesperación portuguesa y la consagración de un tipo que, poco a poco, había comenzado a comerse el mundo desde su rincón favorito de San Mamés. Un león del área, de mirada tímida y gestos de caballero, un tipo que se coló en la lista para, por si un día lo necesitaba España, terminar desatascando un partido complicado. Aquella tarde de octavos de final, el león rugió y los portugueses recularon. Ganó cada duelo, cada balón cruzado, cada salto, cada descarga. Y es que aquel mundial, pese a tener una estrella de honor en la memoria, fue el coto privado para que cada futbolista español gozase de su particular momento de gloria.

jueves, 24 de septiembre de 2020

El gran reto

Nada estimula más que lo difícil y nada más miedo que lo imposible. No hay rival pequeño, nos dicen,

pero siempre hay un ogro en el horizonte esperando a devorarnos, y si no somos capaces de convertirnos en dragón, sino somos capaces de transformarnos en bestia salvaje, no seremos más que un caramelo en una boca con lengua de fuego y dientes de acero. Cuando prevemos ser devorados, cuando creemos que los sueños no son sino la frontera de lo inalcanzable, es cuando el instinto de supervivencia nos hace abrir los ojos, apretar los dientes y preguntarnos por qué no, como ese Grupo Salvaje dirigido por Pike Bishop, dispuesto a morir matando, dispuesto a no dejarse matar por un ejército de perfectos mercenarios.

Aceptar el reto, es de valientes, hacerlo a cara descubierta es de temerarios. Nadie va a reprochar nada al Sevilla si acepta el reto y sabe guardar su ropa antes de nadar, porque el bicho que tiene enfrente es



una máquina bien engrasada, un Panzer alemán que pisa el campo de batalla sin complejos y lo abandona, como el caballo de Atila, dejando un reguero de cadáveres, sin hierba fresca y con la sensación de que no hay ejército capaz de hacerle sombra. Sobreviven en este Bayern ciertos aspectos de intimidación de aquellos equipos alemanes contra los que no se podía jugar porque te avasallaban en lo físico y te abrumaban en lo táctico. Es por ello que no deben sobrevivir en el Sevilla aquellos complejos de inferioridad que nos convertían en víctimas propicias y en carne de cañón.

Para ganarle al Bayern hay que saber buscar el momento. No hay otra forma de ganar contra estos equipos que se presentan con la vitola de históricos. Sin Thiago, la responsabilidad creativa caerá en manos de Kimmich, un verdadero manual del juego que juega tan sencillo que hace parecer que el fútbol es cosa de niños. Nada más lejos de la realidad, Kimmich es el alumno aventajado de un fútbol alemán que hace años viró hacia el cruyffismo dejando atrás los cánones y prejuicios de un fútbol avasallador y martilleante. En las bandas, Sane y Gnabry son dos flechas con una precisión milimétrica en el desmarque y la resolución y como timón de guía, sigue estando, capitán de los ejércitos del gol, el polaco Lewandowski, un tipo que se levantó un día con ganas de golear y al que ningún récord termina de quitarle el hambre.

Pero como todo gigante, este Goliat también tiene su punto débil. Fuera Álaba de la ecuación, la pareja de centrales formada por Boateng y Sule es demasiado rígida y carente de velocidad. Por ello, al ser un equipo que gusta de jugar con la línea adelantada y practicar la presión alta, resultará imprescindible saber encontrar el espacio para que tipos rápidos, como Suso, Munir u Ocampos, encuentren el espacio a la espalda de la defensa y así poder optar ese factor tan imprevisible conocido como sorpresa. Porque más allá de los pronósticos existe la esperanza y más allá de las sensaciones existe el orgullo. El verdadero orgullo del Sevilla sería ser capaz de competir, la verdadera campanada sería ser capaz de ganar.

martes, 22 de septiembre de 2020

El Tuto

Por bigotes. Por honor, por orgullo, por casta de galgo y por diablo viejo que todo lo sabe. El Tuto Sañudo

se hizo amo del área propia del Sardinero a base de coraje, de meter miedo al miedo y de ser tan sobrio como un tablón de madera. Aguantaba el tipo con la cabeza alta, la nariz enrojecida por los choques y la camiseta siempre manchada de barro, como pintaba la tradición, como lo exigían los dueños del espectáculo.

Pierna fuerte, salto enérgico, siempre al cruce, con todo, con esa vieja premisa que dictaba una norma no escrita pero siempre candente; o pasa el balón o pasa el tipo, pero nunca los dos juntos. Por eso el Tuto se convirtió en capitán, por eso se convirtió en ídolo. Levantaba el brazo, la cabeza, la voz y todos escuchaban. Esta tarde hay que darlo todo. Y el Sardinero vibraba con sus años de élite. Más de doscientas veces vistió la blanca y verde en primera, más otras tantas con el azul del Oviedo. Allí conoció Europa, por vez primera, allí, una vez más, se midió al checo Skuhravy y le dejó claras las intenciones en el minuto dos del encuentro. Amarilla y a callar. Orgullo intacto y a correr.

Cumplió treinta y cinco y regresó a casa. Por amor, por necesidad, porque se lo dictaba el corazón, porque se lo pedía su gente, porque añoraba el calor de una grada que siempre se había rendido a su entrega. Dibujó una temporada de ensueño y devolvió a su Racing al lugar de pertenencia. El equipo de nuevo en Primera y él, una vez más, diciendo adiós. Esta vez para siempre. Los compañeros se abrazaban en el centro del campo y él caminaba hacia el oscuro túnel de la retirada mientras el estadio, puesto en pie, le dedicaba un aplauso y le decía ese "gracias por todo" que tanta satisfacción genera en las personas. 

jueves, 17 de septiembre de 2020

El ídolo del Tartiere

El Atlético de Madrid visita al Oviedo y se lleva un serio correctivo. Entre los cinco goles anotados destaca un zambombazo de Tomás desde el centro del campo que sorprende a Abel. Ante el asombro y jolgorio de la afición local, un pequeño jugador salta al campo con la camiseta del Atlético de Madrid, la gente, antes de continuar vitoreando a su equipo, se pone en pie y aplaude de manera rotunda. "Carlos, te quiere, la gente del Tartiere". Al chico se le pone la piel de gallina y apenas puede contener la emoción mientras intenta jugar y capear un temporal irremediable.

Carlos había jugado en Oviedo durante la temporada anterior. Procedente del más negro pozo de la competición, había terminado salvando la categoría gracias a una rocambolesca operación de la federación que terminó por incrementar el número de equipos en la categoría de plata. De dieciocho a veinte y una de esas dos plazas para el Oviedo, quien había terminado en puestos de descenso. Así, pues, Carlos llegaba, procedente del filial del Barcelona, a un equipo autodestruido y con pocas aspiraciones. Así que, a falta de ilusión colectiva, impuso su ilusión particular e hizo lo que mejor sabía; marcar goles. Carlos anotó veinticinco, los que le consagraron como pichichi de la categoría y el Oviedo alcanzó la tercera plaza con la opción de poder jugar la promoción de ascenso ante el Mallorca. Un gol de Carlos en el descuento, ponía en ventaja a un Oviedo que supo aguantar estoicamente los embates bermellones en el partido de vuelta. El Oviedo estaba de nuevo en Primera y el Tartiere tenía un nuevo ídolo.

Pero al chico le dijeron que tenía que fichar por el Atlético y se vistió de rojiblanco sin apenas saber si era eso lo que le interesaba. El Atlético de Gil era una trituradora de futbolistas y un enjambre donde siempre acababan presos de patas en él cada uno de los entrenadores que corría para escuchar las palabras malditas del presidente. Carlos se encontró con Clemente, otro juguete roto de la vicisitud gilista, y se enfrentó a él porque prefería poner a Manolo y a Baltazar. Como no se sentía inferior a ellos se rebeló y la disputa terminó con Clemente en la calle y Carlos en el banquillo. Por eso, aquel día en el que regresó al estadio donde había sido feliz, la gente se puso en pie y le hizo una declaración de amor que jamás olvidaría.

Carlos regresó al Tartiere y jugó siete temporadas con el Oviedo anotando noventa y tres goles. Durante un tiempo, lo que duró Vicente Miera como seleccionador, fue el delantero centro titular de la selección española, pero su idilio con la roja se rompió el día en el que Clemente destituyó a Miera y le dejó claro a Carlos que, con él, jamás volvería vestir de rojo. La afrenta que duele en el corazón es la que más agita el espíritu. Por ello Carlos se hizo hombre, se hizo irreductible y se hizo dueño del área grande. Anotó goles de todas las facturas, compitió como el más castizo de los delanteros y se dejó la piel en cada disputa. No hubo extrañeza, pues, cuando una tarde de mayo de 1996, Carlos dijo adiós entre lágrimas y todo Oviedo, de pie, ya fuese en sus butacas o en sus salones, entonase el "Carlos, te quiere, la gente del Tartiere".


lunes, 14 de septiembre de 2020

El comienzo de la dinastía

Como lo hace la tierra alrededor del sol y la luna alrededor de la tierra, nuestras vidas giran, mecánicas y expectantes, alrededor de nuestro equipo de fútbol. Por ello, cada vez que asoma una nueva temporada y se atisba un nuevo primer partido, ponemos en orden nuestras prioridades y analizamos hasta dónde alcanza nuestro derecho a soñar y donde está el punto de partida de nuestras ilusiones. Porque más allá de los sueños, pintan bastos cuando la realidad es la dueña del cortijo. Candidatos, firmes, serios y seguros sólo hay dos, en incluso diría que sólo uno de ellos tiene la expectativa bien agarrada viendo como su rival, puente aéreo mediante, ha dinamitado toda su convivencia futura justo antes de empezar la función. Aun así, no quedan dudas del valor competitivo de Messi, de la fuerza bruta que emana de sus estadísticas y de la expectativa, esta sí, real, por compilación de asuntos, que ha generado su affaire con la directiva del Barça, quedando la duda, pendiente de un hilo, sobre si este último baile será un bonito tango o una danza descontrolada en un bar de carretera.

Al Madrid le salen las cuentas para querer iniciar una nueva dinastía. Ha trasladado la guerra a


Barcelona, se ha asentado con un verano tranquilo en el que las cuitas por los fallos de Varane se han ido amortiguando por su pasado más cercano y por la tranquilidad que les otorgó una liga a la que ya no se sentían abonados. Poco a poco, ha ido encajando sus piezas y ha encontrado, sobre todo, la paz que necesitaba en tiempos de guerra, generada por el discurso sencillo de su entrenador. Porque las grandes estrellas entienden el fútbol con tal sencillez que no necesitan explicarlo para hacerlo entender.


El Barça, sin embargo, parece sumido en una guerra institucional en el que el presidente cree haberse vestido de honores por haber conseguido la permanencia del mito, pero más allá de las falsas verdades sobrevuelan las realidades del estigma. Messi, herido de bala en su corazón, dejará que este desangre por última vez en el Camp Nou mientras la liga le despide en pie y los suyos le corean por siempre. Será un año raro, cargado de contradicciones y en el que el Barça debe empezar a acometer un trabajo que, por necesario, no deja de ser urgente; la transición. Más allá de que no gane nada, o de que lo gane todo, hay que dejar equivocarse a Ansu Fati, hay que dejar jugar a Riqui, hay que darle la alternativa a Pedri. Y así, mientras los chicos toman confianza y los mayores van dejando vía libre, el club irá descapitalizando su masa salarial al tiempo que va capitalizando sus opciones de futuro.

Al Atleti, por su parte, le pintan en oros cada año y en cada reparto de cartas tiene una peor mano. Eso


sí, la exigencia será la misma o incluso mayor y en cuanto haga algún refuerzo de poca monta y menos tirón, dirán que vuelve a tener la mejor plantilla de su historia y que estará obligado, una vez más, a volver a ganarlo todo, como si fuese lo que ha venido haciendo durante los últimos cuarenta años. Simeone, agarrado al timón de un barco que se hunde, tendrá que volver a hacer el milagro de los panes y los peces para mantenerse a flote mientras no suelta lastre y no es capaz de encontrar a sus verdaderos capitanes. Un año, quizá sea este, ya no será capaza agarrarse al tercer puesto y, entonces, las pirañas que le esperan hambrientas, le devorarán como el fracasado que siempre han querido que sea.


El Sevilla, como casi siempre, se ha movido de una manera bastante inteligente en el mercado, si añadimos a que este año apenas ha vendido, olvidando, no sabemos si de manera definitiva, su costumbre, a fin de sobrevivir, de vender a ocho o diez jugadores de su plantilla, y sumando todo a que tiene un equipo hecho y recientemente campeón de la Europa League, podemos decir, sin parecer exagerados, que este año es firme candidato al tercer puesto y, quién sabe, quizá tocar un ratos las narices hasta, al menos, llegada la segunda mitad del campeonato, y es que cuando se juntan paciencia y capacidad, es muy probable que las cosas terminen saliendo bien.

Muy a la zaga del Sevilla, a la hora de moverse en el mercado, ha estado el Villarreal, quien ha sabido


pescar en el río revuelto del Valencia y ha obtenido sus ganancias de pescador con la obtención de sus dos pilares del centro del campo, jugadores que vendrán a suplir a los sempiternos Bruno y Trigueros y la sensible baja de Anguissa, quien ha regresado al Fulham. Con el fichaje de Emery, ganan la experiencia de un técnico que conocen la élite, pero la plantilla pierde al padre que había encontrado en Javi Calleja. Si sabe dejar atrás los conflictos emocionales y entregarse a los preceptos de su nuevo entrenador, es posible que den un paso adelante y se conviertan en una mosca molesta en el plato del Atlético.


La Real Sociedad ha perdido a Odegaard, pero ha ganado a Silva. Más viejo, menos enérgico, pero un manual con la pelota. Ha recuperado, además, a algunos cedidos que han ganado minutos y experiencia y ha mantenido a sus puntales en ataque. El estilo de Imanol, agradecido para la afición, promete buen fútbol y, muchas veces de manera incomprensible, partidos extraños que convierten al equipo en un tiro al aire. Si sabe complementar la liga con la exigencia europea, la Real es un candidato a hacer pasarlo bien y a repetir su plaza entre los seis primeros.

Para el Granada, esta temporada significará una auténtica reválida. Aupado a la séptima posición


después de un último tramo colosal, se verá obligado a dosificar esfuerzos si no quiere que el curso termine pasándole factura. Le pasó al Getafe quien llegó del confinamiento con aspiración a todo y vio como los sueños no son posibles si no existen las condiciones. Al Granada le avala el trabajo de un técnico que tiene claro lo que quiere y lo que posee. A partir de ahí, toca que sus jugadores sigan creyendo en su discurso y que sigan siendo un tormento para cada uno de sus rivales.


Al Getafe le pudo la temporada, la expectativa y la edad de su delantera. Ahora, con un sello prefijado en la cuña de Bordalás, tratará de rejuvenecer laureles al tiempo que mantiene el sólido bloque que tan fiable le hizo. Apenas ha sufrido salidas y ha conseguido mantener a Djene, Arambarri y Cucurella, los tres pilares sobre los que su entrenador cimenta su castillo.

El Valencia es el caos hecho equipo de fútbol. Es la consecuencia de


las cosas mal hechas, de dejar un juguete valioso en manos de un niño caprichoso. Peter Lim no sólo está a punto de romper el juguete sino que corre el riesgo de dejarlo irreparable. Javi Gracia, gran estratega en sus años en Málaga y con una decente labor en el Watford, tiene ante sí el reto más difícil de su carrera: hacer creer a los valencianistas que su club sigue siendo un buen equipo de fútbol.


Ascender a primera y quedar entre los diez primeros contando con un presupuesto ínfimo es de un mérito altamente reconocible. El trabajo de Arrasate en Osasuna está apuntalado en la fe y en la constancia; el equipo es una roca como local y un vendaval en espera de su contra como visitante. Desinflado en el último tercio, llegó a soñar con Europa, pero hoy, analizada la temporada, se puede dar por satisfecho al haber obtenido la salvación de forma holgada. Este año, como los sophomore del deporte americano, toca el año de confirmación, dicen que el más duro de todos.

Al Athletic le sobró constancia pero le faltó fútbol. Es lo que pasa cuando priorizas el no recibir gol


antes que anotarlo y, sobre todo, es lo que pasa cuando la cabeza se va de la competición en el momento en el que has logrado el billete para la final en el segundo torneo más importante de España. Será importante para el Athletic saber mantener la tensión en liga ante la perspectiva golosa de la final de Copa y, sobre todo, conseguir que su línea de ataque encuentre definitivamente el gol y no depender en exclusiva de los zarpazos efímeros de Raúl García.


El Levante, como el Eibar, ha terminado convirtiéndose en un equipo de autor. De un loco y bendito autor. Paco López juega con la línea adelantada, busca el fútbol directo y confía en la calidad técnica de su trío de mediapuntas. Rochina, Bardhi y Campaña hacen del fútbol una orquesta y del juego un espectáculo de trilero. Sin el gol de Borja Mayoral, debe recuperar a Sergio León y, sobre todo, conseguir que Roger vuelva a ser el tipo fiable de hace dos temporadas. Formará parte del grupo que luchará por la supervivencia, por ello, tener claro el trabajo a seguir le otorgará un punto extra de ventaja.

Sergio González cree en el trabajo y Ronaldo Nazario cree en Sergio González. Sabe que su Valladolid


no será el equipo más vistoso, que quizá no de campanadas de altos vuelos, pero será un equipo fiable en casa y rascará algún punto como visitante, porque hace de la incomodidad del rival su punto fuerte y de los pocos goles recibidos su clave para mantenerse entre los mejores. Sin Unal, los goles dependerán del buen estado de Sergi Guardiola, siempre una moneda en el aire pendiente de caer de cara.


Eibar se acostumbró durante mucho tiempo a ser un equipo de segunda, tanto, que ya se sintieron parte de la élite desde su humilde morada, ahora que va a cumplir su octavo año en primera, el sueño se ha convertido en pura realidad y ya tienen derecho a sentirse de verdad un equipo de los buenos. Mendilíbar es el timón y guía y la secretaría técnica sigue haciendo encaje de bolillos una y otra vez. Este año faltan medios y faltan recursos, por lo que la apuesta es doble y arriesgada. Quizá algún año la ruleta caiga en un color diferente, mientras tanto seguirán soñando, trabajando y haciendo de Ipurúa su particular fortín.

Al Betis se le caen los proyectos uno detrás de otro. Portador de una deuda infinita con gran parte de la


comunidad andaluza, cada año comienza el curso con las expectativas en lo más alto y casi siempre lo termina sumido en la decepción. El equipo, en manos este año del excelso Pellegrini, cuenta con bastantes piezas de calidad y con una defensa endeble, quizá el punto débil de su ya de por sí débil moral. Pero si las cosas van bien, Joaquín, Canales, Fekir y Laínez han de tener aún mucha capacidad para hacer vibrar a la necesitada afición verdiblanca.


El Alavés jugó con fuego al destituir a su entrenador a falta de cuatro jornadas. Lo cierto es que, cuando parecía que la salvación estaba asegurada, el equipo cayó en picado y la llegada de Muñiz le reactivó. Ahora no están ni Garitano ni Muñiz y el proyecto ha sido puesto en manos de Machín, un técnico que demostró muy buenas dotes en Girona pero que estrelló los dos últimos vehículos que condujo. Sevilla le vino grande y el Espanyol era un equipo autodestruido. El regreso a los planes de permanencia le volverá examinar como un tipo que tira de estrategia, que apenas mueve su sistema de tres centrales y que hace de la motivación su método de trabajo.

Celta de Vigo lleva dos años jugando con fuego y ya se sabe que muchas veces, esa iniciativa tan


infantil suele terminar con una quemadura en la piel y un estigma en la memoria. Agarrados al hombre milagro, el Celta sabe que la salvación pasa por Aspas y Aspas sabe que sus últimos bailes los quiere dar en Vigo y en primera. Volverá a estar en el vagón de cola aunque por la calidad de alguno de sus futbolistas, bien podría estar un poco más arriba.


Generalmente, son los equipos que ascienden a primera los máximos candidatos a regresar de nuevo a segunda, porque el presupuesto suele ser más limitado, porque los recursos son inferiores, porque la afrenta suele quedar grande. Ya le ocurrió al Huesca hace dos temporadas después de su primer ascenso. Entonces sufrió la bisoñez y la falta de adaptación. Este año regresa de nuevo como campeón de segunda, con un estilo, el de Míchel, que gusta de la vistosidad y al que se le achaca cierta fragilidad. Será duro, pero nadie les robará la ilusión.

Cadiz es la alegría, la mofa, la fiesta, el fútbol vivido desde la felicidad. Hemos venido a


emborracharnos, el resultado nos da igual. Y mientras corre el alcohol, seguirán corriendo los sueños, porque el sitio de un ciudad como Cádiz está entre los grandes, porque el legado que, en nuestra infancia, nos dejó el Mágico González es difícil de olvidar y aún pende del hilo de las emociones más profundas.


Al Elche le ha acompañado el destino y con la sensación de saberse tocado por la varita sabe que este es año para disfrutar y para seguir creciendo. Puede que, a priori, sea el candidato más firme para el descenso, pero nada se consigue sin trabajo y nada se alcanza sin ilusión. La baja de Pacheta es una merma en la mentalidad de los futbolistas, pero darle a Nino el gran último baile que se merece es un acicate perfecto para salir a entregarlo todo.

La función número noventa alza el telón, unos, los de nombre más grandilocuente, comenzarán más tarde, otros, tan importantes como el que más, echarán a rodar el sábado y la ruleta de las emociones, esas que pagan entradas y salvan carreras, volverá a tomar impulso para llevarnos de viaje, una vez más, al país de nunca jamás.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Desmantelar el alma

Cuando las cosas van mal la única manera de revertir el problema es hacer una reflexión ¿Nos paramos y lo arreglamos o lo fastidiamos del todo? No hay mejor medicina que mirar hacia detrás para encontrar los errores y poder, así, administrar los antídotos. No hay mejor camino hacia la puerta de salida del infierno que rescatar la esencia y negociar la recuperación del alma, porque cuando has hipotecado tu historia y has convenido con el diablo que, para dar un paso adelante son necesarios tres hacia detrás, es cuando llega el desastre cuando eres consciente, realmente, de que las decisiones han sido erróneas y que la única vuelta atrás pasa por recuperar todo aquello que te hizo feliz.

El Barcelona se enfrenta a una de sus crisis deportivas e institucionales más graves de su historia. Condenado por sus propios pecados, se ha convertido en la oveja devorada por un lobo que avisaba con llegar mientras ellos seguían mirando hacia otro lado. Con un equipo desvencijado, viejo y desmantelado, ha ido ganando a marchas forzadas mientras a Messi le aguantaba el motor y a sus compañeros les aguantaba la rabia. Sin físico, sin hambre y sin calidad, el Barça se levanta hoy magullado después de haber sido ayer zarandeado. Y lo que podía ser peor se concretó el día en el que el mejor futbolista de su historia se levantó con ganas de mandarlo todo a la mierda y le enseñó los dientes en forma de burofax.

Es el Barcelona un equipo tan acostumbrado a la exageración que no es de extrañar que, después de una época dorada, le suceda otra donde la casa se queme, no queden ni los muebles y sean las cucarachas las únicas supervivientes con capacidad para dirigir la nave. Le sucedió en la época post-Cruyff cuando la holandización extrema le llevó al infierno, en la época post-Rijkaard cuando el aburguesamiento de sus brasileños le llevó al pasillo en casa de su más enconado rival y le puede ocurrir en la época post-Messi cuando, una vez, más, se corra el peligro de amueblar la nueva casa con enseres de mercadillo en lugar de contratar a un buen ebanista capaz de asegurar un futuro más confortable.

El problema que encuentra el Barça es que, más allá de la profundidad del drama, está la profundidad de la realidad. En la plantilla quedan apenas astillas, algún enser de calidad y demasiadas joyas por pulir como para ser optimistas de cara a un futuro temprano. Sabiendo que sus mejores épocas se asociaban a jugadores de la casa, poco a poco, el Barça se fue desprendiendo de ADN propio para ir llenando su circuitos con sangre de otro grupo. Así, mientras iban apareciendo tipos como Mathieu, Braithwaite o Coutinho o se asentaban otros como Semedo, Umtiti o Vidal, el Barça se fue desprendiendo de otros como Thiago, Cesc o Pedro, ya consagrados y con buenos partidos en sus piernas pero sospechosos para la crítica por el mero hecho de haberse criado en casa.

No hay que mirar muy atrás para encontrar el momento en el que Xavi era el culpable de todos los males o en el que Iniesta, con veintitrés años, seguía siendo el suplente de Deco. Porque cuando el desastre acecha, el populismo gana valor entre las masas y el deseo del esfuerzo es siempre tenido en cuenta antes que el deseo del talento. Y el Barça, para querer volver a ser quien fue necesita mirar atrás y analizar lo que perdió, compararlo con lo que tiene y hacer balance de sus errores porque, mientras otros disfrutan de sus frutas caídas ellos empiezan a masticar la arenilla que quedó en su erial.

Jordi Masip es un portero de sobradas condiciones. Sobrio, frío y con carácter, se ha hecho con la


portería del Valladolid mientras a Sergio le intentaron imponer el destello del joven Lunin. Llegó al Barça con quince años y se marchó con veinticinco después de ser el portero del juvenil campeón de España y de encontrar todas las puertas cerradas ante Víctor Valdés. Mientras ha sumado más de cien partidos en primera, el Barça recurrió al talonario para fichar a Neto. Veintiséis millones y cuatro partidos. Todo un dispendio.


Héctor Bellerín llegó al Barcelona en categoría Prebenjamín y se marchó siendo cadete. Desde los diecinueve es el lateral derecho titular del Arsenal con quien ha ganado tres veces la FA Cup. Rápido, incipiente y constante, es una pieza que ha ido añorando el Barça durante los años en los que Semedo seguía siendo superado en su espalda y Sergio Roberto buscaba una zona del campo donde querer ubicarse.

Eric García entró en la escuela del Barça con seis años y se marchó a Manchester recién cumplidos los


dieciséis. Su carácter, su liderazgo y su capacidad para competir, le convirtieron en capitán en cada uno de los equipos de las inferiores en las que fue jugando. Titular en el Manchester City de Guardiola, se ha mostrado como un tipo que, pese a no ser grande, sabe entender el juego y es listo para cruzar y anticipar. El día que debutó con el primer equipo del City, el Barça cerraba con el Valencia la cesión de Jeison Murillo.


Alejandro Grimaldo y Juan Miranda son dos laterales izquierdos con experiencia en las grandes ligas. Grimaldo fue el jugador más joven de la historia en debutar con el filial del Barça, tiene un gran disparo con la izquierda y, desde el 2015 es un fijo en el Benfica donde ya ha superado el centenar de partidos. Miranda es un sevillano integrante de la plantilla que ganó la Youth League en 2017. Con catorce años ya era titular en la selección sub-16 y ha regresado de su primera temporada en el fútbol alemán a la espera de que el Barça le busque una nueva cesión. Y mientras tanto, el equipo ha ido quemando a Jordi Alba sin encontrarle ya no sólo sustituto, sino apenas un suplente con un mínimo de garantía.


Dani Olmo es hoy un centrocampista consagrado en todo un semifinalista de la Liga de Campeones y Adrián Bernabé es una promesa en ciernes que va quemando etapas en el segundo equipo del Manchester City. Ambos llegaron al Barça procedentes del Espanyol y ambos se marcharon en edad juvenil cruzando fronteras hacia otros países de Europa. Olmo aterrizó en Zagreb con dieciséis años y con diecinueve ya fue nombrado mejor futbolista de la liga croata. Bernabé debutó con diecisiete en un partido de Copa de la Liga deslumbrando con su clase y maravillando con su zurda. Mientras ellos se buscaban el pan, el Barça quemaba a Rakitic, a Paulinho y a Vidal y miraba como pasaban por su centro del campo tipos tan sospechosos como Arda Turán, André Gomes, Arthur Melo o Kevin Prince Boateng.


Carles Pérez, Marc Cucurella y Adama Traoré son tres extremos con diferentes características pero con un denominador común; el hambre de triunfo. Los tres, como Olmo y Bernabé, fueron reclutados desde el Espanyol de Barcelona y los tres hubieron de buscarse acomodo fuera de casa después de que se les cerrara la puerta de la paciencia y de la oportunidad que quizá merecían. Pérez, comparado con Robben en su etapa juvenil, mostró muy buenas maneras el día que debutó en

primera de la mano de Ansu Fati. En una de esas operaciones opacas del Barça, terminó en Roma mientras los aficionados blaugranas se encogían de hombros. Cucurella es la intensidad hecha futbolista, se adapta al lateral cuandos se lo piden y es uno de los tipos con más minutos de la liga en el Getafe de Bordalás. Traoré, por su parte, es una fuerza de la naturaleza que deslumbra en Inglaterra y gana duelos en carrera ante el asombro de todos. Mientras el Barça apenas ingresaba treinta millones por ellos, se gastaba trescientos por Dembele y Coutinho, uno para no dejar

de sufrir lesiones y el otro para que le apuntillase en la derrota más dolorosa en la historia del club.

Abel Ruiz ya era una de las grandes promesas del Barça el día que anotó el último penalti en la tanda de la final de la Copa de Cataluña de 2018. Capitán y campeón con la selección sub-17 y capitán y goleador del equipo campeón de la Youth League, fue vendido al Braga el pasado invierno en una de esas operaciones extrañas de la directiva, quizá en pago de favores pendientes por fichajes pasados. Y mientras el chaval busca su sitio, Luis Suárez se ha ido apagando sin encontrar un tipo (llámese Paco Alcácer o Martin Braithwaite) que se haya atrevido, ni siquiera, a hacerle sombra.


Cuando las ascuas queman más que el fuego es porque la hoguera es artificial. Aún así, cualquier chispa es capaz de hacer estallar el polvorín y así se encuentra el Barça hoy, desnaturalizado, descentrado y descapitalizado. Sin patrón, sin estrellas con capacidad para coger el timón y con un tipo que, después de arrasar con todo, sigue escondiéndose en su camarote para dejar que a otros les partan la cara mientras él sigue poniendo sonrisa de tonto y mirada de perdonavidas. El día que se vaya, como Atila, tardará la hierba a recuperar su verdor y tardarán los ejércitos en recuperar la confianza. Sin alma, ningún equipo es nada, y cuando la desmantelas, te abocas a la ruina social y, en circunstancia, a la ruina económica. Dura tarea la de Koeman, quien, mientras mira el mercado en busca de algún parche en plena crisis, quizá quisiera tener alguna de esas piezas que el Barça perdió por pereza o por incompetencia.