viernes, 24 de julio de 2020

Los principios

Es importante manejar un libreto, saber expresarse con claridad, tener mano firme pero también mano
izquierda, verbo fácil, comprensión y, sobre todo, capacidad de motivación. Y es importante, sobre todo, tener claro tus principios porque, cuando vayas a morir, mejor hacerlo con la cabeza alta por ser fiel a ti mismo que dejarte matar vilmente por haber vendido el alma al primer diablo que apostó por ella.

Existe una condición inherente de desconfianza para todo aquel que quiere hacer carrera como entrenador y no ha logrado ser antes futbolista de élite. Se le mira con más recelo, se le trata con menos respeto y se le saluda con desdén porque, en su falta de glamour, reside su condición de elemento extraño. Es por ello que su trabajo debe ser más generoso, más constante, más comprometido y, sobre todo, más desarraigado, porque cuando te caes te levantas solo, porque cuando triunfas, las medallas se comparten entre un puñado de ajenos.

Diego Martínez llegó a Andalucía a primeros de siglo y pronto se dio cuenta de que no sería futbolista de élite. Consciente de que las aptitudes no iba acorde a las actitudes, se preparó para ser jefe de banquillo y logró su primer contrato dentro del fútbol modesto. Entrenó tres años en Tercera División, con números tan óptimos como para llamar la atención del tipo que organiza la estructura del Sevilla desde hace años. Monchi le ofreció hacerse cargo del Juvenil A y Diego aceptó el reto de ser, además de entrenador, un buen formador. El éxito de su trabajo le hizo ir subiendo escalones y en cinco años era el entrenador jefe del Sevilla Atlético al que terminó ascendiendo a Segunda División.

Tras no lograr el objetivo en Pamplona, regresó a Andalucía para constatar que sus preceptos iban más allá de un fracaso y que, quien tiene unos principios claros, sabe que el éxito es sólo cuestión de trabajo y esperanza. Dejando el azar en el lugar de los posibles, Diego Martínez confeccionó una plantilla para ascender y ascendió, confeccionó otra para mantenerse y se mantuvo, consiguiendo, en ambos casos, un logro añadido al objetivo de su contratación; le pidieron ascender y lo hizo de manera directa, le pidieron mantenerse y metió al equipo por vez primera en competiciones europeas.

El camino es largo y el bosque demasiado frondoso. Seguirán dudando de él para los retos magnánimos porque seguirá siendo un tipo sin pasado y con una muesca en el currículum. Siempre le pedirán más, hasta los suyos propios, porque el trabajo del entrenador es ese ingrato reto en el que sólo cuenta el resultado. El trabajo, como máxima para curar la conciencia, no puntuará en positivo si el balón no entra o el portero no llega por un par de centímetros. Congraciar Europa con la Liga para un equipo modesto será el reto del mediofondista que se atreve con el maratón; puede que al final no esté ni para misas, ni para bares. Para eso están los principios y para eso está el trabajo. La lupa enfrente y la espada de Damocles siempre en la espalda. Porque más allá del aplauso pervive,siempre la duda de los inconformistas y la puñalada de los olvidadizos.


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