jueves, 30 de mayo de 2019

Pánico en Leverkusen

Javier Clemente era el entrenador más mediático de España. Con tan sólo treinta y un años tomó las riendas del Athletic de Bilbao y en un ciclo glorioso que duró un lustro lo hizo campeón de Copa y doblemente campeón de Liga. Nada se le resistía; era irónico, mordaz, un ganador en toda regla y tenía todo el futuro por delante. Por ello, cuando en 1986 el Español de Barcelona se había decidido a ficharle, todo el mundo entendió que el vasco había dado un paso atrás.

Nada más lejos de la realidad. En una temporada increíble, el Español quedó tercero tan sólo por detrás de Real Madrid y Barcelona. Aquella posición le otorgó el derecho a disputar la Copa de la Uefa, por lo que el equipo debía reforzarse bien para afrontar una temporada que se antojaba larga y difícil. Por ello, se hizo con los servicios de un internacional por España como Santiago Urquiaga y con la cesión de Sebastián Losada, uno de los delanteros jóvenes más prometedores del país.

La Copa de la Uefa 1987-88 la disputaron un total de sesenta y cuatro equipos correspondientes a treinta y cuatro federaciones y fue la tercera edición consecutiva que se jugó sin equipos ingleses, quienes aún arrastraban la sanción por los graves incidentes provocados en Heysel durante la final de la Copa de Europa disputada entre Juventus y Liverpool en 1985.

Para empezar la competición al Español le tocó en suerte al Borussia Monchengladbach. El Gladbach mantenía aún un buen nombre dentro de la liga alemana y había empezado su competición como un tiro. Aquello no amedrentó al Español, quien ganó en Alemania por cero goles a uno con tanto de Michel Pineda y remató en Sarriá con un cuatro a uno inapelable. Pineda era un oportunista delantero Francés de origen español que jugó cuatro años en Barcelona y ofreció un rendimiento notable. Su lesión en el tramo final de temporada condicionó al equipo y ofreció una oportunidad histórica, como ya veremos, al veterano Pichi Alonso. Cabe decir que, una vez regresó a los terrenos, y al no reencontrar su mejor versión, inició un periplo que dio con sus huesos en el Racing de Santander. En la promoción de ascenso del año 1994, un gol suyo dio el ascenso al Racing y causó el descenso del Español. Las vueltas que da la vida.

Pero regresemos a 1987 y a los dieciseisavos de final de la Copa de la Uefa. Al Español, que está cargado de moral por haber eliminado a un gallito, le cae en suerte el remozado Milan del presidente Berlusconi. El partido se jugó en Lecce pues el Milan arrastraba una sanción de la temporada anterior. Fue un partido bronco entre dos equipos de estilos contrapuestos. El Milan jugaba de una forma novedosa, con un marcaje en zona y una defensa muy adelantada. El Español, por su parte, juntaba líneas en su campo y organizaba marcajes individuales. Uno de ellos, perpretado por Gallart, secó a la estrella Holandesa, Ruud Gullit quien, finalizado el partido de vuelta, declaró: "Ni jugando cuatro partidos así le hacemos un gol al Español".

En Lecce, el Español asestó dos zarpazos y se llevó una renta de cero a dos que mantuvo en Sarriá con un bloque bajo férreo y un empate a cero que le supo a gloria. Cuando, finalizada la temporada, se comprobó que el Milan había sido el campeón de la liga italiana, la gente dio mucho más mérito a lo conseguido en aquella eliminatoria.

Pero no tuvieron que cambiar los billetes los jugadores del Español, puesto que en la siguiente eliminatoria les tocó enfrentarse al Inter de Milán. Mismo estadio, mismo reto, casi el mismo resultado. Una nueva lección de fútbol defensivo en la cuna del catenaccio y un solitario gol de cabeza de Orejuela que dio una clasificación histórica a los catalanes. Estaban en cuartos y se enfrentarían al Viktovice checo; visto lo que habían dejado atrás, el rival no debería preocupar demasiado a los periquitos.

El Inter, al igual que el Milan aquel año, sería campeón de liga al año siguiente, teniendo en cuenta que en aquellos años, la liga italiana era la más potente, las gestas realizadas por el Español estaban teniendo un valor incalculable.

En el partido de ida, jugado en Sarriá, el danés John Lauridsen clavó una falta, de manera magistral, en la escuadra del equipo checo. El segundo gol, de Pineda, puso al Viktovice contra las cuerdas y el Español supo guardar su renta en un partido de vuelta en el que, de nuevo, no encajó ningún gol. Bajo el barro checo y sin el gran N'Kono bajo palos, el Español aguantó el fútbol directo y las embestidas y le ganó la partida al destino. Estarían en semifinales y jugarían contra el Brujas de Bélgica.

El Español se presentó en Brujas con la arrogancia de quien no ha encajado un gol fuera de casa y dos errores defensivos le condenaron. En los belgas jugaba Ceulemans, para todos los aficionados españoles, un tipo maldito que había liderado el ataque de la selección de Bélgica que nos había eliminado en el Mundial de México. Suyo fue el primer gol y la presión que provocó el gol en propia puerta de Gallart. La eliminatoria se ponía casi imposible y Clemente llamó al españolismo para que llenasen Sarriá y remasen juntos hacia el milagro.

Como primera medida de presión, el entrenador vasco ordenó achicar el campo un metro en cada lago. De esa manera, impedía que el Brujas se hiciese amplio en los contragolpes y se viese obligado a defender con concentración. En el minuto nueve, un balón cruzado por Urquiaga y acolchado en el área por Pichi Alonso, permitió a Orejuela cabecear por bajo y batir a Van de Walle por vez primera. Había vida y había mucho, mucho partido por delante. En la segunda mitad y en pleno asedio, un saque de puerta de N'Kono dejó el balón suelto para que Valverde pudiese alcanzarlo y romper al defensor belga. Su centro, al segundo palo, fue rematado por Losada con violencia. Era el dos a cero y el partido se marchaba a la prórroga. Fue allí, en el estertor del partido, cuando llegó el gran momento de gloria de Pichi Alonso, el mismo tipo que, dos años antes, le había hecho tres goles al Gotteborg para cerrar otra remontada y facilitar el pase del Barcelona a la final de la Copa de Europa.

En una de sus famosas internadas por la banda izquierda, el lateral Miquel Soler lanzó un centro chut que se escapó de las mano de Van de Walle, Alonso, que pasaba por allí, aprovechó el rechace para batir al belga y poner a toda Barcelona en un estado de euforia. Toda la afición españolista vivía en estado de éxtasis; una final europea por primera vez en su historia y la posibilidad de levantar un título mientras su vecino poderoso se encerraba en un hotel y peleaba, jugador por jugador, una cuantía de las primas por los derechos de imagen.

Si había algo que entristecía, por otro lado, a la afición del Español era la situación que estaba viviendo su otrora estrella John Lauridsen. El danés era un centrocampista fino y con un golpeo de balón impresionante. Durante años había liderado el centro del campo del equipo y se había convertido en uno de los futbolistas más admirados de la Liga. Al igual que le había ocurrido con Sarabia en el Athletic, Clemente se enfrentó a Lauridsen para demostrarle al mundo que ninguna estrella estaba por encima de su personalidad. El danés perdió peso en el equipo con la excusa de que no sabía defender y, mientras el Español iba avanzando rondas el mundo se volvía hacia ellos y elogiaba el trabajo de Clemente al tiempo que ninguneaba la ausencia del jugador danés.

Todos los esfuerzos realizados en Europa terminaron pasando factura al Español quien, descuidado en la liga, se había metido en la pelea por evitar el descenso. En un intento de olvidar el drama, la afición se volcó con el equipo el día que el Bayer Leverkusen les rindió visita para jugar el partido de ida de la final. Ganarle la final al mismo equipo que había eliminado al Barça sería un broche perfecto para una temporada que se dibujaba gloriosa. El día tres de mayo de 1988 el viejo estadio de la carretera de Sarriá presentó un lleno histórico para ver a su equipo en el partido más importante de su historia. El Español, que no había perdido, se presentó ante los cuarenta y dos mil espectadores que abarrotaban el estadio con N'Kono, Job, Miguel Ángel, Gallart, Soler, Urquiaga, Iñaki, Orejuela, Valverde, Losada y Pichi Alonso. En el Leverkusen, que no había perdido ni un sólo partido en el campeonato y venía de eliminar al Werder Bremen, flamante líder de la Bundesliga, destacaba su pareja de jugadores foráneos; el brasileño Tita, un centrocampista fino y con llegada y el coreano Cha, un explosivo extremo con una velocidad endiablada.

La primera hora de partido transcurrió con un juego de tanteo. Ningún equipo se atrevía con la iniciativa y el balón viajaba de un campo al otro sin demasiado control. No fue hasta que a Orejuela le anularon un gol dudoso cuando el público entró en ebullición y el equipo entendió lo que necesitaba su gente. En el último minuto de la primera parte, Soler corrió hacia un balón profundo y puso un centro al corazón del área que Losada remató de cabeza con su eficacia particular. Uno a cero y algarabía en las gradas. Era hora de ir a vestuarios y reconducir el partido hacia un escenario aún más favorable.

Tras una salida en tromba en la segunda parte, una combinación entre Pichi Alonso y Orejuela termina con la pelota en el centro del área, Valverde entra en la disputa y el balón sale suelto hacia atrás para que Soler suelte un derechazo que se cuele en la portería alemana. Era el dos a cero y al Español se le ponía cara de campeón de la Uefa. Mucho más lo sintió así cuando una jugada de Valverde por banda derecha terminó con un centro al primer palo y un remate certero de Losada. Aún hubo tiempo para un remate de Golobart que hizo temblar el travesaño y que hubiese cambiado el sino de la final.

Porque el partido de vuelta fue otra historia. Los cánticos de "Campeones, campeones" que se habían escuchado en algunos sectores de Sarriá, se volvieron en contra en una noche de pesadilla. La atención mediática había ido hacia otro lado desde el primer momento del día. Por la mañana, el Barcelona había presentado a Cruyff como su nuevo flamante entrenador y casi nadie en la ciudad hablaba del partido que habría de disputar el Español por la noche. Al fin y al cabo, era una final ganada, qué más daba.

Valverde, además, era baja para el partido y de esta manera el ataque del Español se rompía. La dupla formada por Valverde y Losada, apodados el Pipiolo y el Txingurri, había traído de cabeza a las defensas de Brujas y Leverkusen en los dos grandiosos partidos disputados en Sarriá. Losada estaría solo contra el mundo y, como contraprestación, el entrenador del Bayer dejó en el banquillo a dos de sus delanteros más habituales, Waas y Tauber. Curiosa manera de afrontar una remontada.

Pero la remontada llegó y lo hizo de una manera cruel. Tras una primera parte sin goles, Clemente alentó a los suyos para resistieran durante cuarenta y cinco minutos más. Fue en balde, el castillo de naipes comenzó a desmoronarse cuando Tita aprovechó una indecisión de N'Kono para robarle el balón y anotar al puerta vacía. Se venía el vendaval y el Español no tenía mimbres morales para sujetarlo. Minutos después, Waas ganaba la línea fondo y ponía una pelota al corazón del área para que Gotz la reventase de cabeza en las redes. El tercero era cuestión de tiempo y llegó casi con el pitido final cuando Cha remató de cabeza un libre indirecto puesto al interior del área.

No había poder de reacción. Era un equipo entusiasta para jugar, pero demasiado joven para soportar semejante presión. El miedo al vacío terminó por derrotarle y, aunque aguantó la prórroga sin encajar ningún gol más, apenas inquietó la meta alemana antes de abocarse a la suerte de los penaltis. Allí, perdió por tres goles a dos después de fallar los tres últimos lanzamientos y caer al suelo con el orgullo herido y el dolor atravesando el corazón.

Fue un final demasiado cruel para un equipo que lo dejó todo en su empeño por sorprender a Europa. Toda Barcelona, incluso la culé, lloró aquella tarde de mayo cuando los penaltis de Urquiaga, Zúñiga y Losada se iban yendo, uno a uno, al limbo. Quedó el orgullo, que no es poco, y el recuerdo de una bonita historia que los más viejos del lugar van contando a las nuevas generaciones. Porque perder forma parte del trato, lo importante es saber que, antes de perder, el equipo dio todo lo que pudo y pintó de ilusión el gesto de cada uno de los españolistas. Pudo haber una redención, diecinueve años después, pero de nuevo los penaltis y de nuevo el infortunio se cebó con un equipo que aún sigue buscando su oportunidad.

El Espanyol vuelve a Europa y, desde Leverkusen, todo el mundo sabe que el destino le debe al menos una.


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