jueves, 20 de diciembre de 2007

H.H.

Angelo Moratti era un próspero empresario italiano que se había enamorado del fútbol en su infancia y se había empeñado en hacer historia en el equipo de sus amores. Cuando era un niño, Angelo había quedado prendado del aurea mística que rodeaba la figura de Giuseppe Meazza, el ídolo de toda Italia que había hecho carrera y fortuna vistiendo durante más de una década la camiseta del Internazionale de Milan.

El Inter, diminutivo con el que toda Italia bautizó al equipo, se había convertido en el equipo de millones de italianos que soñaban con alcanzar algún día la fama de Meazza y convertirse, uno a uno, en el mejor jugador del mundo. Pero no todos los sueños tomaron forma de realidad y prácticamente todos se quedaron en el tirados en el camino de la torpeza, la dejadez o la mala suerte. A Moratti, no llegar a ser futbolista no le había supuesto una significativa ausencia de ánimo pues su objetivo principal era el de convertirse en historia del Inter, fuese desde dentro o desde fuera del terreno de juego.

Poco a poco fue creciendo como directivo a medida que iba construyendo un equipo cada vez más competitivo hasta que se dio de frente con su propio destino. El Inter alcanzó la final de la Copa de Ferias en 1960 y todos viajaron a Barcelona con la ilusión de consagrarse en el plano europeo, pero el Barcelona les borró del mapa y Moratti quedó impresionado con un esquema táctico que cimentaba su base en una defensa bien poblada y un centro del campo duro y organizado. Lo primero que hizo Moratti tras mascar la derrota fue preguntar por el arquitecto que había construido aquel equipo y le remitieron a dos iniciales que apuntó con letras de oro en el resquicio más importante de su memoria.

H.H. eran las siglas que identificaban a Helenio Herrera, un defensor de frustrada carrera que se había empeñado en convertirse en un gran entrenador. Tras abandonar el juego con la conciencia tan limpia como su historial de títulos se sentó en el banquillo del Puteaux francés y poco a poco fue subiendo escalones en su nueva carrera profesional hasta hacer campeón de España a Atlético de Madrid y Barcelona.

Se trataba de un entrenador que había hecho de la disciplina su filosofía de vida y a cada paso que daba su figura se iba glorificando, al tiempo que dejaba para la historia un puñado de frases memorables.

Moratti se había propuesto contratarle y no tardo ni dos días en acecharle una vez se hubo enterado de su salida del Fútbol Club Barcelona por la puerta de atrás. El acuerdo fue rápido porque ambos buscaban el mismo objetivo: ganar de cualquier manera.

Con Herrera nació un Inter más italiano que nunca en el sentido que se convirtió en un equipo en el que afloraban todos los valores de la vieja escuela transalpina; presión, organización, disciplina y limitadas licencias en el plano ofensivo. El Inter de Herrera se convirtió en una roca infalible que creció siendo un equipo difícil de ganar y se consolidó como un equipo que lo ganó todo.

Y en plena vorágine de éxitos el Inter se plantó en la final de la Copa de Europa de 1964 tras dejar en la cuneta a Everton, Mónaco, Partizan y Borussia Dortmund en cuatro eliminatorias que fueron construyendo una leyenda pintada en azul y negro. El rival no era otro que el Real Madrid, un equipo que, un lustro atrás, se había convertido en invencible y regresaba a su final para poner fin a cuatro años de sequía.

Herrera, al que ya apodaban “El Mago”, conocía al Madrid de su estancia en España; le había visto crecer desde la nada hasta la gloria de la mano de Di Stéfano y sabía que para ganarles hacía falta una dosis de motivación extraordinaria. Y Herrera, que se conocía a sí mismo, sabía que había nacido psicólogo desde el momento en el que se sentó en un banquillo y motivó a sus jugadores hasta el punto de borrar de sus ojos el miedo a la Saeta Rubia, al Mayor Galopante y a la Galerna del Cantábrico. Un brillo de nostalgia iluminó la mirada de “El Mago” cuando vio nacer la convicción en las palabras de sus futbolistas y respiró una bocanada de aire en forma de conformidad, al igual que aquel día en el que se paseó por el césped del viejo Chamartín minutos antes de un derbi madrileño y tras aguantar estoicamente toda clase de amenazas e improperios, regresó al vestuario para decirle a sus jugadores “Señores, ya pueden saltar sin miedo al campo, esos de arriba ya se cansaron de gritar”.

Herrera vivió el comienzo del partido con la angustia agarrada a su pecho e intentó mordisquear una uña para paliar su necesidad de acontecimiento. No se sentía solo porque sabía que en el alma de sus jugadores corría el mismo cosquilleo de incertidumbre y de miedo al vacío, no se sentía solo y aquello le aportó una necesaria dosis de tranquilidad; minutos atrás había convencido a sus jugadores de su valor y había intentado borrarles el miedo a la fiera que les esperaba sobre el césped, como aquella vez que un turbulento viaje en avión hizo crecer el miedo a la fatalidad en las gargantas de los jugadores del Barcelona y él asomó la cabeza por encima de todos y les dijo “Señores, mañana les espero a todos en el entrenamiento a las diez y media de la mañana”.

Herrera asistió con aire de conformidad a la soberana lección que su equipo fue proponiendo sobre el terreno de juego del Prater de Viena y se regodeó en su ego cuando comprobaba como todas las miradas que vivían a su alrededor le daban la razón una y otra vez. Poco antes del partido les dijo a sus jugadores que estaba seguro de que iban a ganar y estaban ganando, el viejo de Helenio, pensó para sí mismo, siempre tiene razón. La famosa razón francesa que apareció aquel día en el que el autobús que transportaba al Sevilla se cruzó con un coche fúnebre y todos los jugadores intentaron convencer a su entrenador de que aquello se trataba de un síntoma de mal fario, pero él no quiso precipitarse en las garras de un mal augurio y renació de su convencimiento con unas palabras que de ningún modo pudieron apartarle del lado de la razón; “Señores, hoy es nuestro día, este acontecimiento, en Francia, significa buena suerte y en Francia siempre tienen razón, si no, no sabrían hablar francés”.

Herrera vivió con emoción la explosión de Mazzola como máximo protagonista del partido. El bueno de Sandro se había conjugado con la fortuna y había anotado dos goles que estaban poniendo el partido en el lado contrario al que indicaban los pronósticos. Los jugadores del Real Madrid buscaban un motivo que explicase aquella derrota y Herrera respondía en silencio que el secreto estaba en el trabajo, la defensa organizada y los goles de Mazzola. A Helenio le encantaba jugar con los impulsos de Mazzola e incluso aquella tarde previa a la final le había convencido de nuevo de su importancia en el equipo, al igual que aquel día en el que le prometió unos días de vacaciones si anotaba tres goles en el siguiente partido; cuando Mazzola se acercó a su entrenador tras el partido con una sonrisa en los labios y los tres goles en el saco de las misiones cumplidas, Herrera fue claro en sus intenciones “Ahora no puedo darle vacaciones, eres el jugador más en forma del equipo”.

Herrera vivió con entusiasmo la fiesta que los aficionados del Inter montaron en las gradas del estadio vienés y se reconoció a sí mismo como el inductor de aquel ánimo enfervorizado que recorría las venas de cada seguidor del equipo. A Herrera siempre le habían gustado las aficiones que convertían los estadios en hervideros de pasión y se convertían en un jugador más del equipo, porque Herrera siempre se había declarado fiel seguidor del hincha apasionado y lo había dejado claro aquel día que se dirigió a la masa social del Inter desde el estrado de la prensa y les animó diciendo “Señores, ustedes no vienen al teatro, cuando vengan a San Siro espero verles ondeando una bandera y entonando un grito de ánimo”.

Herrera comprobó con satisfacción como el equipo ejecutaba a la perfección el trabajo que llevaban practicando durante los últimos años. A Herrera le habían bautizado como “El Mago” por su capacidad para reinventar el fútbol clásico de toda la vida, pero para él no había más secreto que el de haber hecho evolucionar el famoso cerrojo del suizo Kart Rappan (y que los italianos habían rebautizado con el nombre de “Catenaccio”) e incorporar a la defensa un jugador más otorgándole una total libertad en tareas de marcaje. A este defensa le bautizaron como “defensa escoba” y esta fórmula del éxito había catapultado a Herrera al olimpo de los dioses. Y una vez más, Herrera supo que iban a ganar aquella final mucho antes de que el partido terminase, pero no por desprecio al rival sino por plena confianza en sus jugadores, de la misma manera que lo pensó aquel día en el que el Barcelona estaba a punto de jugar un partido de máxima trascendencia y se dirigió a sus jugadores para decirles “Señores, este partido lo ganaremos sin bajar del autobús”.

Herrera no se alteró con el gol de Puskas porque conocía el desenlace del partido de antemano, porque para él no existían callejones sin salida ni situaciones imposibles, mucho más cuando los minutos corrían a favor como estaba ocurriendo entonces. Herrera era enemigo de los fatalismos y siempre encontraba una solución para hacer creer a sus jugadores que cualquier adversidad podía ser superada si creían ciegamente en su trabajo, de la misma manera que convenció al mundo de su valor como estratega aquel día que ganó un partido con un jugador de menos y sentenció serenamente que “fue fácil porque el fútbol se juega mejor con diez jugadores que con once”.

Y Herrera recibió el final del partido con el orgullo de sentir la gloria agarrada a su espalda y con una nueva victoria que vestía su palmarés de oro. Aplaudió a sus jugadores y al público y felicitó al rival por el esfuerzo realizado porque para él lo cortés nunca había quitado lo valiente. Aquella no significaba una victoria más sino que significaba la victoria de un nuevo fútbol de cuatro defensores sobre el clásico fútbol de tres zagueros en el fondo, una victoria que a los más puristas les sabía amarga y que a Herrera le sabía a gloria mientras mascaba de nuevo su razón. Porque para Helenio Herrera no existía más razón que la suya y sus razones movían montañas al igual que la fe de los más creyentes y para él, no existían personas más creyentes de sí mismos que sus propios jugadores, y eso lo había podido experimentar por vez primera aquella vez que se vino arriba en el ánimo cuando las circunstancias pintaban de negro el partido más inmediato al conocer que uno de sus mejores futbolistas había llegado al estadio con treinta y ocho grados de fiebre. “¿Treinta y ocho?”, le preguntó. “Formidable. Los atletas baten todas las marcas cuando corren con fiebre y usted hará el partido de su vida”. No hace falta adivinar que aquel jugador hizo el partido de su vida, de la misma manera que lo habían hecho los jugadores del Inter aquella inolvidable noche de mayo de 1964.



P.D. Tengo vacaciones hasta después de Reyes y estaré unos cuantos días sin poder deleitarme leyendo vuestros blogs. Felices fiestas a todos y que recibais el año 2008 con la misma ilusión con la que yo despido este 2007.

9 comentarios:

FI dijo...

Que buenas frases de ese señor, un poco insensible a mi parecer, pero de veras que si era un mago.
Disfruta estas fiestas que se avecinan, relajate que aquí te estaremos esperando.

Unknown dijo...

Bonita historia, muy currada. Los cimientos de la filosofía típica italiana, que siguen residiendo en el Inter actual. Felices, y merecidas, vacaciones navideñas, Pablo!

olhadolh dijo...

Un post cojonudo

Stubbins dijo...

Que grande HH. Junto con Bill Shankly los dos grandes psicologos del futbol de todos los tiempos. Ambos se cruzaron en la semifinal de Copa de Europa de la temporada 64/65. El Liverpool vencia en la ida en Anfield por 3-1, en un partido que es recordado como la mejor actuación en Europa de los reds. En la vuelta, el equipo de HH vencia por 3-0 con escándalo arbitral, según cuentan las crónicas.

Grande HH.

Stubbins dijo...

Se me olvidaba.

Felices vacaciones. Bon Nadal amic.

Pavlo dijo...

Espero que a pesar de tus vacaciones sigas comentando otros blogs.

Un abrazo

Yago López dijo...

Fantástico. Me ha encantado. No conocía la historia de Herrera. Debió ser el primer entrenador-psicólogo de tanto nivel, ¿no?

Muy bueno, de verdad.

Un abrazo y felices fiestas.

piterino dijo...

Personaje grande e imprescindible para conocer el fútbol de verdad Helenio Herrera, como grande e imprescindible es este blog.

Un saludo, Pablo, y Feliz Año a ti también!

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

Magnífico post de Helenio Herrera. Triunfo en Italia, España, Francia y Portugal. Un genio del fútbol. Dio prestigio a la figura del entrenador.

un abrazo