miércoles, 2 de marzo de 2011

Antes del gran éxito

Los clubes de fútbol son instituciones centenarias, alzados por miles de almas apasionadas y cimentados por un pasado que, a quien más y a quien menos, ha regalado un pequeño rédito para el orgullo.

El Nottingham Forest es un club de ciento cuarenta y seis años de historia que hoy debate su identidad en la zona alta de la Football League Championship, el equivalente a nuestra Segunda División B. Atrás quedaron aquellos años de gloria en los que McGovern levantó dos Copas de Europa e Inglaterra se dividía en opinión entre el rojo del Liverpool y el rojo del Forest. Fueron los años de Brian Clough, de Shilton, de Roberston, de Anderson. Pero hubo más años, una prehistoria en la que el club fue forjando a hierro su destino y en la que hombres de honor se hicieron un hueco en los corazones de los aficionados del City Ground.

Hubo un tipo que, entre abril de 1959 y octubre de 1965 jugó un total de doscientos sesenta y cinco partidos consecutivos en la Primera División inglesa. Con porte clásico de gentleman inglés, el cabello rubio bien peinado y la espalda erguida, paseaba su figura por los terrenos de juego como si de un divo de barro se tratara. Era un jugador fino, elegante, de juego sin alardes, pero eficaz a la hora de gobernar el centro del campo. Se llamaba Bob McKinlay y entre 1951 y 1970 vistió la camiseta del Forest disputando en total seiscientos catorce partidos; un record para el club y un lugar perpétuo en el museo de la memoria. Le llamaban "el caballero del juego".

Junto al galés Terry Hennessey formó, en el tramo final de su carrera, uno de los centros del campo más recordados del fútbol inglés; uno ponía el recorrido y otro la pausa, uno la llegada al área contraria y otro la protección del área propia, uno decidió buscar fortuna en otro lugar y el otro decidió ser por siempre fiel al color rojo de Nottingham. El mismo con el que había logrado levantar la FA Cup de 1959 tras ganar por dos goles a uno al Luton Town después de jugar durante una hora con un hombre menos.

Y es que la piel del fútbol está forjada por la épica de las grandes actuaciones. Bob Mckinlay, en ocasiones medio centro y en ocasiones defensor central y capitán del Forest durante los convulsos años sesenta, jugó como titular aquella soleada tarde de mayo de 1959. Enfrente, el modesto equipo del condado de Bedfordshire, y por delante el sueño de regalarle un título a la gente de Nottingham después de cincuenta años.

Se adelantaron los rojos con goles de Dwight y Gray y en veinte minutos el pescado parecía estar vendido por completo, pero lo que llegó después fue un ejercicio de épica en estado puro. A la media hora, y con el partido completamente controlado, el goleador Dwight chocó violentamente contra el defensor del Luton Brendan McNally. El diagnóstico fue rotura de pierna y la obligación, para el Forest, de jugar con un futbolista menos. En aquellos tiempos, la FIFA no había modificado las reglas y los equipos no tenían opción a realizar cambios durante el partido por lo que los Tricky Trees hubieron de afrontar los minutos que quedaban con diez futbolistas en el campo.

La defensa resultó casi agónica. David Pacey acortó distancias y el Luton asedió la meta rival con fe, orgullo y energía. El asalto resultó inútil porque enfrente se encontraron a un equipo entregado y a un comandante en el centro del campo. Bob McKinlay se doctoró aquel día y desde entonces se convirtió en un mito para los aficionados del Nottingham Forest. Fue por ello por lo que una fría noche de noviembre de 2002, y después de conocer la noticia de su muerte a los sesenta y nueva años de edad, en el City Ground se guardó el más emotivo minuto de silencio que se recuerda.

Y es que la historia de los equipos de fútbol la escriben aquellos que forjan un sueño y también los que lo hacen realidad. McKinlay no vivió, como futbolista, los días más grandes del Nottingham Forest, pero gracias a él, el equipo subió un peldaño en la escala de los sueños. Es obligatorio saber de dónde se viene para saber hacia dónde se quiere ir.

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