Existe un lugar en el mundo donde
la gente nos unimos en lazos de afinidad. En el lugar del sentimiento
sobreviven la calma y la histeria, la razón y la locura, el silencio y la
palabra, el sueño y la realidad. Más allá de la libertad, existe la conciencia.
Más allá de la irracionalidad, existe la cordura y, con ella, ese bendito
razonamiento que nos hace bajar al barro y ensuciarnos como animales salvajes.
No existe nada más oscuro que el
lado perverso de un sueño. Nada más insano que una pesadilla convertida en
realidad. Nada más aterrador que un mal presentimiento. No existe peor razón
para llorar que la creencia de una derrota; no existe más sosiego que el aplomo
cuando eres capaz de saber que quizá la confianza debería ser el camino más
corto para regresar al sendero de la fe.
Durante años hemos aprendido a
vivir en un tobogán de sentimientos. Tan es así, que olvidados aquellos tiempos
en los que éramos más comparsa que actor principal, nos hemos hecho presos del
puño cerrado y el diente apretado. Hemos aprendido que sufrir no significa
perder por decreto sino que sufrir es ganar sudando y terminar achicando hasta
el alma en el último segundo. Sufrir va más allá del convencimiento, porque
sufrir no es dormir como un mártir sino mantenerse despierto aferrado al latido
de un puñado de valientes.
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