La regularidad es esa finalidad tan recetada que acostumbra a ir más
apegada al futbolista cumplidor que al talentoso. Lo realmente válido es
encontrar un futbolista que aúna ambas cualidades porque, cuando al
talento se le asocia el trabajo, es entonces donde encontramos un
diamante al que pulir. Pero más allá de las condiciones esenciales,
existen otras, más intangibles pero no menos esenciales, que convierten a
un futbolista interesante en todo un proyecto de ambición. Porque
los futbolistas buenos de verdad, más allá de los detalles, viven de la
constancia y de la pericia, del conocimiento y del poder de resolución.
Mikel Oyarzábal es algo más que una buena pierna izquierda. No pierde
el tiempo en conducciones absurdas, es hábil con la pelota y sabe que
elegir la mejor opción de pase le sitúa en el lugar correcto de la
jugada. Como además, es el más listo de la clase, sabe encontrar un
lugar en el espacio donde acudir al remate o al desahogo de la jugada.
Es fuerte, constante y combativo. Es listo y eficaz.
Durante años, la Real Sociedad se perdió en el limbo de los sueños rotos. Acuciado por las deudas económicas y, sobre todo, por las deudas morales, se despeñó por el precipicio el día que pretendió jugar con la absurdez dándole una patada a la tradición. Tras el periplo por el infierno y el asentamiento en el lugar que le corresponde, aprendió a crecer de la mano del imprescindible Xavi Prieto y sujetado a tipos como Griezmann e Iñigo Martínez. A medida que Zubieta ha ido completando el puzle, el equipo se ha ido convirtiendo en una promesa cada vez más real. Y es que, más allá de los sueños, viven las certezas y más allá aún del fútbol, se sitúa el sentimiento. Si al valor del corazón le añadimos el talento con la pelota, es fácil creer que, liderado por Oyarzábal, la Real seguirá creciendo porque tipos como él sólo se descubren desde el valor y el sentimiento.
Durante años, la Real Sociedad se perdió en el limbo de los sueños rotos. Acuciado por las deudas económicas y, sobre todo, por las deudas morales, se despeñó por el precipicio el día que pretendió jugar con la absurdez dándole una patada a la tradición. Tras el periplo por el infierno y el asentamiento en el lugar que le corresponde, aprendió a crecer de la mano del imprescindible Xavi Prieto y sujetado a tipos como Griezmann e Iñigo Martínez. A medida que Zubieta ha ido completando el puzle, el equipo se ha ido convirtiendo en una promesa cada vez más real. Y es que, más allá de los sueños, viven las certezas y más allá aún del fútbol, se sitúa el sentimiento. Si al valor del corazón le añadimos el talento con la pelota, es fácil creer que, liderado por Oyarzábal, la Real seguirá creciendo porque tipos como él sólo se descubren desde el valor y el sentimiento.
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