miércoles, 16 de marzo de 2011

Portugal 1991

No suele ser casualidad que un par de buenos futbolistas crezca alrededor de un grupo de amigos de notable calidad con los que aprender a convivir, a entenderse y, sobre todo, a practicar una manera de jugar al fútbol. Así hemos sido testigos de la mejor Bulgaria comandada por Stoichkov, de la mejor Croacia culminada en Suker o de la mejor Polonia con Lato y Boniek como estrellas principales.

En 1989, al calor del invierno saudita, Carlos Queiroz dirigió al primer equipo portugués campeón del mundo. Era un grupo de jóvenes atléticos, elegantes y técnicos que aún tenía margen de mejora. Por ello, cuando en el recién estrenado verano de 1991, Portugal acogió la octava edición del campeonato del mundo juvenil de fútbol, el país entero se pegó al televisor y acudió a los estadios para ver, con sus propios ojos, a ese grupo de amigos que, talento en mano, habían sido capaces de prometer un nuevo título.

Portugal, con un fútbol aún más preciso y precioso, revalidó el título y el mundo se hizo eco de una generación llamada a ganarlo todo con el paso de los años. En el equipo que alcanzó la final ante una Brasil liderada en ataque por Giovene Elber jugaban serios defensas como Jorge Costa o Abel Xavier, duros fajadores como Peixe o Rui Bento y artistas como Capucho o Joao Pinto. Pero, por encima de todos, había dos futbolistas especiales, llamados a formar parte de la élite y que salieron de aquel torneo con decenas de ofertas en la mano. Uno era un intrépido extremo derecho con una habilidad de asombro y un guante en el pie derecho que se llamaba Luis Figo y el otro era un mediapunta descarado, de técnica depurada y maneras de líder que se llamaba Rui Costa.

Tras nueve goles a favor y uno en contra en seis partidos y con el título de campeón del mundo en la mano, Portugal se levantó con el orgullo patrio encendido el primer día de julio de 1991. Era el día después del gran triunfo, el día de la resaca y el día de soñar. A nivel de selección, aquel grupo de amigos no logró ningún triunfo importante pese a haber engrosado la nómina de favoritos en más de una ocasión. Pero a nivel futbolístico, títulos y honores aparte, seremos muchos los que recordaremos a estos futbolistas como uno de los mejores regalos que nos ha dado el país vecino. Les bautizaron como "la generación de oro" y, en el terreno de juego, destilaron un fútbol de muchos quilates.

2 comentarios:

Matías Rodríguez dijo...

era un gran equipo de nombres propios relevantes y con gran futuro que en mayor o menor medida quedo demostrado mas tarde, un saludo y muy buena entrada como siempre

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

el fútbol es algo más ganar, es llegar al corazón con el juego. Y eso lo consiguio Portugal