El tiempo es el inescrutable juez que termina poniendo a cada tipo en
su lugar correspondiente. En
numerosas ocasiones, por falta de fe o por
falta de suerte, son muchos los buenos futbolistas que se quedan en el
camino de la gloria. En esa encrucijada entre el todo y la nada, se
necesita un momento preciso de trabajo y esperanza para creer que el
momento, más por tardío que por imposible, llegará en el próximo
segundo.
Los jornaleros del fútbol son aquellos que no han tenido
la suerte de criarse en una gran cantera, que no han sido reconocidos
por ambiciosos negociadores y que no han sabido estar en el lugar
preciso en el momento ideal por más sudor que hayan derramado sobre el
terreno de juego. El caso de Ángel Rodríguez nos señala lo difícil que
es llegar a lo más alto por más que se tengan las condiciones idóneas
para hacerse una digna carrera en la Primera División.
De movimientos algo hoscos y una velocidad engañosa, Ángel vive al
límite del fuera de juego y sabe explotar todas sus virtudes. Es fuerte,
es técnico y tiene una precisión, casi milimétrica, en su disparo a
puerta. Que no haya llegado antes a la élite nos indica que hay muchos
tipos con mucha más suerte, pero también nos hace creer en el trabajo y
la fe en uno mismos. A sus treinta años, justo la edad en la que muchos
empiezan a acularse en tablas, el delantero canario se ha asentado en la
primera división convirtiéndose en una de las grandes sorpresas de la
temporada. No solamente le aporta gol al Getafe, sino que le ofrece
salida del balón y sacrificio defensivo. Bastan estas tres premisas para
que Bordalás le haya convertido en una de sus indiscutibles. El corazón
de un entrenador es tan fácil de ganar como el de una grada; basta
compromiso y eficacia. Basta saber que se puede vivir de unas
condiciones específicas. Basta creer en uno mismo y saber que, tarde o
temprano, la diosa oportunidad tocará a tu puerta y querrá encontrarte
preparado para el desafío.
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