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Los equipos con menos historia y menos tradición han de pelear el doble para conseguir
una porción del éxito. Nadie sería capaz de imaginar un partido de
cualquiera de los grandes de Europa en campo del Leicester y creer que,
pese a un resultado corto en la ida, iban a terminar pasando un mal
trago. Pero el peso de la tradición, muchas veces, marca el camino de
baldosas amarillas que conduce hacia el éxito. Pese a la trayectoria
excelsa, el mérito inconmensurable de una temporada excelente y las tres
Europa League logradas con puño de hierro, el Sevilla deberá trabajar
el doble para lograr la mitad de su sueño.
Pocos podrían imaginar un Leicester contestón ante Real Madrid o
Barcelona, sabrían que, pese a su fortaleza anímica, el gol aislado,
como le ocurrió al Nápoles, terminaría cayendo tarde o temprano por su
propio peso. Jugar ante equipos así en una losa preconcebida porque el
temor a la derrota prevalece sobre el deseo de victoria. Pueden pelear,
morder, empujar, luchar y sudar y saber que, en cualquier córner, o en
cualquier contragolpe, sus esperanzas se irán por la alcantarilla de la
decepción. Es el peso de la tradición el que marca la leyenda.
Por eso el Leicester hoy sabe que tiene una bala en la recámara. Jugará con el empuje de un equipo británico de toda la vida y confiará en que el Sevilla termine acogotado por su falta de experiencia. Para ello, al Sevilla, más que juego, que también, le harán falta cabeza y nervios templados. Porque si no los tiene se verá atrapado en una vorágine de imprecisión e incertidumbre y para los equipos sin tradición no hay nada peor que caer en la duda porque al final, cualquier río revuelto es una ganancia para el pescador.
Por eso el Leicester hoy sabe que tiene una bala en la recámara. Jugará con el empuje de un equipo británico de toda la vida y confiará en que el Sevilla termine acogotado por su falta de experiencia. Para ello, al Sevilla, más que juego, que también, le harán falta cabeza y nervios templados. Porque si no los tiene se verá atrapado en una vorágine de imprecisión e incertidumbre y para los equipos sin tradición no hay nada peor que caer en la duda porque al final, cualquier río revuelto es una ganancia para el pescador.
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