viernes, 20 de abril de 2018

La afrenta

El ojo del aficionado es severo porque guarda en su retina una escala de recuerdos que, de forma piramidal, forman parte de su propia existencia. En la parte de arriba, porque siempre preferimos evocar la sonrisa antes que el llanto, colocamos los mejores éxitos. Si estos son muy antiguos, nos dejamos llevar por la nostalgia y contenemos la mirada mientras un brillo especial moja nuestras retinas. Pero el amor por un equipo tiene momentos para el pasto y momentos para el incendio.

Dijo Bielsa, en una de sus frases lapidarias, que deberíamos hacerle comprender a la gente que la victoria es una excepción. Es por ello que, nuestra vida de aficionado, para todo ellos que hemos apostado por equipos de menor calado y efímero poder, está más salpicada por el fracaso que por el éxito. Y es por ello que toda la base de nuestra pirámide de recuerdos se sustenta sobre una pila de tristeza que evocan aquellos momentos en los que nos sentimos hijos de una mísera condena.

Pero toda condena tiene un momento para la redención. El tiempo es largo y el mundo caprichoso. Han pasado más de treinta años, han seguido las cicatrices pero, en todos los lugares, siempre han regresado las sonrisas. Han crecido nuevos ídolos y se han fabricado nuevos sueños. Y de repente, una tarde de primavera, Roma y Liverpool supieron que iban a volver a encontrarse. Más allá del tiempo. Más allá de Grobbelaar y Alan Kennedy. Más allá del bigote feroz de Roberto Pruzzo y las gambetas incontenibles de Bruno Conti. Más allá del sueño queda la afrenta.

Los equipos de hoy, en su manera conceptual, beben el espíritu de los equipos de ayer. Porque en la memoria permanece la tradición y una cierta dosis de exigencia. Ambos equipos, que en los ochenta eran reyes de sus países y referencias en el continente, regresan al lugar de los sueños con más dudas que certezas. Defensas adelantadas, ataques directos y juego trepidante, sin concesiones. Se presenta una eliminatoria descafeinada en lo mediático por el interés que suscitan los enemigos de la otra semifinal, pero una elminatoria que, futbolísticamente, por la conceptualidad de los sistemas, apetece mucho ver.


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