miércoles, 11 de abril de 2018

Sociedad ilimitada

Uno era rápido de piernas y el otro lo era con la cabeza. Uno caía a banda y el otro pivotaba en el borde del área. Uno era oportunista y el otro rematador. Alto y bajo, fuerte y liviano, serio y sonriente. Y ambos formaron una pareja perfecta.

Andy Cole era escuela clásica inglesa. Corpachón al borde del área, cúmulo de músculos y tendones al servicio del equipo; balón sobre el pecho y espalda firme, un toque, dos, y volver a empezar. Buscaba el desmarque a la espalda del defensor, se filtraba de atrás hacia adelante, en busca siempre del remate. En busca siempre del gol.

Dwight Yorke era escuela caribeña. Sonrisa y desenfado, desborde y ambición. Piernas ágiles, cuerpo atlético, precisión de cirujano. Jugaba entre líneas, generalmente de primeras y buscaba el espacio abierto para contraatacar. Se filtraba como un gamo, picaba como una abeja. Desbordaba como un antílope escapando del depredador.

Juntos dibujaban paredes precisas, jugadas a un toque, contragolpes de asombro. Ambos marcaron una pequeña época porque juntos formaron una pequeña sociedad que dominó Inglaterra durante casi un lustro. Ferguson los fichó para sustituir a un ídolo y, mientras Cantona buscaba otros menesteres lejos de Old Trafford, Yorke y Cole buscaban la gloria y el recuerdo. Los que había llorado la marcha del francés no sabían que lo que les esperaba, aunque menos romántico, iba a ser, al menos, igual o más efectivo.

No hay comentarios: