Señor entrenador;
Nos dolieron las heridas, nos lamimos los raspones. Pensando
desde el dolor tuvimos la ventaja de saber que todo lo que surgió nació desde
dentro. Mientras secábamos la sangre, ciertas voces nos espetaron a criticarle.
No entendieron nada, señor entrenador.
Unos desde su trono de opulencia y otros desde su
reino de excelencia nos dijeron que usted tuvo culpa en las derrotas. Como si aquellas
derrotas no hubiesen sido igualmente plausibles no estando usted en el
banquillo. Como si no se hubiese enfrentado usted al equipo más poderoso del
mundo.
Ellos, que se regodean en su éxito año sí y año
también, no saben lo que es bajar la cabeza mientras te ves jugando contra el
Universidad de Las Palmas. No han visto a Fagiani convertir en Garrincha a
Ettiene, jugar una Intertoto, perder un derbi en el vestuario durante catorce
años seguidos. No se han visto celebrando cuartos puestos como si fueran títulos
o llamar a las filas para intentar una remontada contra el ¡Recreativo de
Huelva!
Todos los que dijeron que usted era un cobarde no
comprendieron que usted fue el tipo más valiente que se ha sentado en ese
banquillo que antes era una silla eléctrica. El único que les hizo comprender a
los jugadores para quien jugaban y que escudo defendían.
Usted ha conseguido que el opulento y el excelente se
hayan visto obligados a dar el doble de su capacidad para poder ganarnos. Donde
antes ganaban andando ahora tienen que ganar corriendo. Y eso les molesta.
Porque en el fondo saben que cuando usted no esté todo este cuento de hadas se
acabará para siempre y volverán los días de baño y masaje.
Siga usted recomponiendo el equipo. Seguramente le
vendan a Griezmann, como ya lo hicieron con Falcao o con Costa o con Arda.
Ellos pagarán ochenta millones por algún suplente y aun así, a usted, con
titulares de equipo medio, le seguirán exigiendo el máximo.
Esa es su mayor victoria. Qué a pesar de todo le sigan
exigiendo el máximo cuando hace un lustro acabar a treinta puntos era un éxito.
Ellos no lo entienden, señor entrenador. No necesitamos que lo hagan. Sólo
necesitamos que siga con nosotros. Será la única manera de que sigamos
compitiendo. Será la única manera de que nos sigan criticando. Seguramente el
mejor síntoma para saber que seguimos molestando.
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