A los aficionados del Atleti nos pasa lo que a Nick Hornby,
que nos preocupa la perspectiva de morir a mitad de temporada. Morirse
en junio o julio, bueno. Morirse en noviembre o febrero, ni de coña. Eso
de palmarla sin saber si jugaremos la final de Copa o no; irnos de este
mundo miserable preguntándonos si habremos ganado algo en mayo o no;
morirnos sin conocer si hemos salvado definitivamente al pequeño, si se
hizo o no se hizo finalmente de tu equipo; morirnos de forma
irresponsable a mitad de temporada y dejar al crío así, inerme y solo
ante la tía madridista y el padrino del Barça.
Yo creo que por
eso hay gente que planea no morirse hasta que no tiene clara la
clasificación, la sede de la final, el fichaje del verano y el futuro de
la familia. Yo creo que por eso hay gente que celebra un gol de rebote
con la rodilla como si nos fuera la vida. Porque nos va: he visto
empates en el minuto 89 que han alargado una vida cuatro meses. Y tipos
que sólo se han sentido desahuciados y han descansado en paz después de
comerse un 0-5.
En Fiebre en las gradas, Nick Hornby,
hincha del Arsenal, reclama respeto para los que se pintan la cara y
adoran a un dios menor: «Pido tolerancia para quienes describimos un
logro puramente deportivo como el mejor momento de nuestras vidas. No es
que nos falte imaginación, ni tampoco llevamos una vida triste y yerma;
lo único que sucede es que la vida real es más tenue, más apagada, y
contiene un potencial menor para entrar en un delirio inesperado».
El
nacimiento de un hijo. Un viaje al extranjero con veintitantos años. Un
gin-tonic mirando al Cantábrico. El momento de elegir libro. Alguien
diciéndote que te quiere. Un gol de cabeza de Godín. Torres celebrando que es campeón del mundo y luciendo un escudo del Atleti. Esos son los mejores momentos de una vida.
La
última vez que fui a Neptuno el mayor tenía nueve años. Estuvo media
hora gritándole al culo de un señor. No veía casi nada hasta que me lo
subí a caballito. Y aquí estoy viendo las fotografías. Ver a tu viejo
saltando. Contigo a hombros a pesar de la hernia. Verlo sin fruncir el
ceño por las facturas ni por las notas. Verlo relajado y lejos del
trabajo. Verlo vivo como nunca. Verlo haciendo el indio como nunca.
No
es una mala imagen de un padre. Por eso hay que celebrar esto que nos
da la vida. Porque si eres del Atleti, papá, no te mueres hasta que no
te da la gana.
Publicado en "El Mundo".
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