Toda gran competición genera una gran
expectativa. Es tan cierta la capacidad para deslumbrar los
focos de las
grandes celebraciones, como doloroso puede llegar a ser el comprobar que desde
atrás no viene nadie con la capacidad suficiente como para derribar la puerta y
presentarse en sociedad de cara a los próximos lustros.
Han pasado catorce años desde que Grecia saltó la
banca en Lisboa. Catorce años entre los que Portugal ha vivido en el sendero de
dos aguas. Por un lado, existía la nostalgia de la generación
de oro que se marchó sin nada, y en el otro transcurría la eterna expectativa
de un grupo de hombres que arropaban a una gran estrella. El día que Portugal
perdió la final de su Eurocopa no solamente perdió un título, también ganó un
líder para la siguiente década.
No ha quedado claro quién puede dominar el fútbol
europeo en los próximos años tras lo ocurrido en la pasada Eurocopa. Griezmann
y Pogba están llamados a liderar a Francia, Cristiano seguirá siendo el tótem
de Portugal y España seguirá bebiendo a sorbos los años que le queden a
Iniesta, pero ¿Qué verdadero crack nació en el último torneo? Realmente
ninguno.
Si habría de destacar a dos tipos por cuyos pies pasarían
muchas de las letras que se escribiesen en el futuro, habría que detenerse en
Renato Sanches o en Joshua Kimmich. El primero se veía como un todoterreno que
abusa de la conducción pero que tenía condiciones sobradas para convertirse en
un centrocampista completo. El segundo se intuía como un futbolista mucho más
fino, un alumno aventajado que había sabido aprender las palabras de cada uno
de sus maestros. Guardiola le había fichado como centrocampista y había
terminado jugando como defensa central en el Bayern y como lateral derecho en
la selección alemana. Entre sus virtudes se encuentran la velocidad y el
entendimiento del juego. Se daba la circunstancia de que ambos compartirían
equipo durante los próximos años y que en torno a ellos debía construirse un
nuevo y temible Bayern. Ocurrió que ninguno cumplió sus promesas. Kimmich, al
menos, se ha mostrado como un tipo paciente capaz de esperar su momento. Lo de
Renato parece tener peor solución, mientras no entienda el juego, no entenderá
la élite. Mientras no entienda la élite, seguirá sin entender qué, para ser un
grande de verdad, el fútbol se juega de una manera mucho más sencilla de lo que
él pretende.
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