viernes, 25 de abril de 2008

El chico para todo

Existen personas que, con su silencio, pueden decir mucho más que el mas proclive de los charlatanes; la diferencia entre quienes le aplauden y quienes le silban, reside en la capacidad para saber escucharlos. Para algunos entrenadores, vestidos impecablemente con su traje de aficionado, no existe jugador más intocable que aquel que levanta la grada en gestos, regates y carreras. Y en la inservibilidad de los detalles encontramos la diferencia entre quienes hacen las cosas bien por naturaleza y quienes las hacen bien por prestidigitación.

Quien juega con la conciencia libre y los pies en su sitio, le cuesta menos mantenerse en lo más alto que llegar arriba, porque cuando tienen lo que buscan simplemente ejecutan su misión de la manera más sencilla posible; para jugar al fútbol hay que saber jugar al fútbol. Como en su rol de ganadores no dudan en cambiar su traje de economista impecable por el mono de faena del obrero más sacrificado, el entrenador, como buen jefe que sabe aprovechar sus recursos, recurre al esforzado para endosarle sus marrones. Hágame estas fotocopias, tráigame esos cafés, sáqueme esos informes, reserve mesa en este restaurante. Y como todo lo hacen bien, le cambian el piano por un martillo. Y cuando las cosas salen mal, la culpa es de ese, que no ha hecho bien su trabajo.

Es el sino del trabajador abnegado, del que sabe que cualquier error pone en peligro la estabilidad de su empresa, del que sabe que cualquier protesta pone en peligro su propio puesto de trabajo. A menudo tienen que aguantar, de manera estoica, como alguien con más currículum pero menos preparación ocupa su puesto con la mitad de eficiencia y el doble de elogios, muchas veces terminan su tarea con la satisfacción del deber cumplido pero con la ausencia del reconocimiento debido.

Durante muchas temporadas, Guti fue considerado como la eterna promesa del fútbol español. El hecho de que así fuera correspondía más al ansia de su club por fichar remiendos en su zona de influencia que en la de confiar realmente en las posibilidades del chico de casa. Cuando al chico le daban la oportunidad de hacer lo que sabía, demostraba que lo sabía era mucho y bueno, pero trabajaba sin hablar, corría sin hacer ruido y celebraba con los dientes apretados. Nada de extravagancias, nada de arreones innecesarios, nada de palabras interesadas. Por allí pasaron Conceiçao, McManaman, Cambiasso, Beckham, Gravesen, Emerson y Gago. Todos pasaron de largo, todos terminaron ganando más dinero que experiencia y todos acabaron sucumbiendo ante el poder del que realmente sabía. Guti sigue allí; con sus mismas maneras de estilista, con sus mismos aciertos mal reconocidos y con sus mismos errores tan subrayados. Y seguirá allí, más madridista que nadie, hasta que los años le manden a casa y el recuerdo consiga que todos los que hoy le echan de más, algún día le echen de menos.

Iniesta es de un perfil futbolístico muy parecido. Si el equipo necesita un parche en la izquierda, Iniesta va a la izquierda. Si el equipo necesita un parche en la derecha, Iniesta va a la derecha. Y aunque todos, incluído su entrenador, saben que donde más daño hace es en el vértice superior del centro del campo, el chaval baja la cabeza, cierra la boca y cumple con solvencia tanto en la derecha como en la izquierda. El principal castigo a su constancia e impecable rendimiento es el de no haber recibido, aún, el merecido premio de la titularidad indiscutible, y aunque su entrenador sepa que su rendimiento es superior al resto, cuando tiene a todos disponibles, no duda en sentarle en el banquillo porque en la balanza de problemas, prefiere mil veces el silencio del abnegado, que la protesta del mediático.

Seguirán existiendo. Hoy son Guti e Iniesta y mañana serán otros tantos. Se les ninguneará, se les reconocerá muy de vez en cuando, servirán como coartada perfecta ante las derrotas y como pieza mecánica en las victorias. Otros disfrutarán sus laureles, otros disfrutarán sus aplausos, ellos aguantarán los silbidos y la bronca de la grada, pero nunca dejarán de ser necesarios porque cuando nadie ya les espere y el equipo más les necesite, de sus pies saldrá el balón definitivo y de sus gargantas saldrá el grito más sincero.

jueves, 24 de abril de 2008

La manta corta

En numerosas ocasiones, la intención de un padre a la hora de ponerle un determinado nombre a su hijo recién nacido es, más que un simple capricho, una llamada al destino. Cuando el ferroviario brasileño Vargas Lima quiso recompensar su admiración hacia el emperador Napoleón Bonaparte dando a su hijo el nombre de la isla donde falleció, no pudo imaginar que en el nacimiento de aquel débil bebé estaba contemplando el nacimiento del mayor estratega futbolístico que Brasil hubo de regalarle al mundo.

El pequeño Elba de Pádua Lima creció sumido en la pobreza y llorando la pérdida del padre que tanto luchó por él. Como cuenta cualquier historia de héroes y bondadosos, Elba hubo de trabajar mucho para llegar muy alto; aferrado a la mano de su madre, se hizo grande con la boca cerrada por el hambre y las manos manchadas por el barro. Y los pies, como toda gran estrella que se precie, pegados por siempre a una pelota desde el primer día que descubrió que las calles encharcadas eran el escenario perfecto para jugar un partido interminable.

Siempre con un balón en el filo de sus sueños y una vieja pelota de trapo sobre sus pies descalzos, su madre no pudo impedir que el pequeño Ti (sobrenombre que le dio nada más nacer), apartase el ejercicio de sus deberes para dedicarse por completo al ejercicio futbolístico que tanto le encandilaba. Allí, en las calles de Sao Paulo, Ti se convirtió en Tima y, con el paso de los años, es el centrocampista de Botafogo, Tim; jugador de visión privilegiada, técnica depurada y zurda divina.

A medida que fue quemando etapas, al joven Tim le fueron saliendo admiradores detrás de cada piedra. Campeón del campeonato nacional de selecciones estatales, el joven líder del combinado de Sao Paulo fue aclamado por una afición que exigió, a gritos, su inclusión en el equipo nacional que habría de jugar el sudamericano que se disputaría en Buenos Aires unos meses más tarde. Por entonces, Tim tenía veinte años, un corazón tan grande como un estadio de fútbol y unas condiciones impagables para jugar y disfrutar del fútbol. En Argentina, Tim cuajó un torneo sublime y la prensa argentina, acostumbrada a centrocampistas más corajudos que estilistas y más físicos que inteligentes, le rebautizó con el sobrenombre de “El Peón”, porque como buen guía, cada vez que lanzaba a su equipo al ataque, se asemejaba a un peón pampero, vara en mano, guiando a su rebaño por el sendero correcto.

Botafogo intentó retenerlo durante un par de ocasiones, pero solamente en una lo consiguió. Tras una breve estancia en la Portuguesa de Santos, Tim, sorbido por la “saudade” regresó a casa para marcharse poco después rendido ante la poderosa oferta económica de Fluminense, club en el que se convirtió en estrella y leyenda.

Tras sus primeros campeonatos con el tricolor, el seleccionador brasileño Ademar Pimenta se acordó de él y le consideró una pieza importante de cara afrontar el que sería tercer campeonato mundial de fútbol. Tim voló a Francia con la cabeza cargada de sueños y regresó de Europa con unos pocos minutos jugados y la desilusión de un desencuentro que nunca tuvo reconciliación. Y es que Tim, como el ave libre que siempre se quiso sentirse, buscó en cada calle francesa un rincón de diversión que le ayudase a sobrellevar los días sin fútbol, pero le cortaron las alas el día que le descubrieron mientras escapaba, en busca de una nueva fiesta, por la ventana de su habitación.

Tim jugó ocho años en Fluminense antes de regresar a Botafogo para retirarse cerca de casa. Como el fútbol le corría por la sangre como un veneno sin antídoto, cambió el balón por la libreta y los pases medidos por las pizarras y decidió sentarse en la silla eléctrica del banquillo con su traje de entrenador. Empezó en su querido Botafogo, probó en la enriquecida liga colombiana y regresó a Brasil para convertirse en leyenda. Si su padre había homenajeado a Napoleón el día de su nacimiento, Tim se convirtió en un Bonaparte perfecto a la hora de dirigir a sus jugadores. Si en Argentina le habían llamado “El Peón” por su capacidad de dirección en el campo, Tim demostró que aquella capacidad cabía en su cabeza para todo el fútbol y que también desde el banquillo era capaz de conseguir las gestas más grandes.

Innovaba siempre que podía; explicaba las tácticas con botones de colores, intentaba mantener una distancia respetuosa con los futbolistas, atormentado tras sus lamentables experiencias como jugador, e intentaba hacer prevalecer la ironía en su discurso como una manera eficaz de mantener la tensión sin hacer que el buen humor desapareciese del entorno. Una prueba única de su extraordinaria capacidad humorística y del sentido libre que le daba al fútbol, la dio el día en que un joven muchacho de buenas cualidades y obedientes actuaciones se acercó hacia él para intentarle convencer de su valía; “Entrenador, estoy preparado. No bebo. No fumo. Nunca voy de fiesta”. Tim lo miró de arriba a abajo y sin desprenderse de su sonrisa le espetó: “No se preocupe. Aquí usted también aprenderá a hacer todo eso”.

Y es que Tim sabía que en la felicidad del jugador residía el mejor secreto de su rendimiento. Por ello no dudaba a la hora de alabarles, de quitarles presión o de criticarles como lo haría un padre. Como era un gran cocinero, organizaba grandes comidas en su jardín para unir a su plantilla. Como era un gran futbolero, explicaba las virtudes y defectos de cada rival con la naturalidad que aporta la experiencia. Como era un gran psicólogo, cada jugador ya sabía lo que era capaz de hacer antes de saltar al campo. Por ello, crítica, afición y jugadores se rindieron a sus métodos de trabajo; en la eficiencia y la felicidad basaba sus triunfos y en la seguridad basaba su trabajo, prueba de ello son las palabras del gran Domingos Da Guía, posiblemente el mejor defensa central nacido en Brasil, que, preguntado por el éxito de Tim, respondió, con voz tranquila: “Nunca lo vi errar”.

Si existe un lugar donde recuerden al gran Tim con un especial cariño y un impagable agradecimiento es en San Lorenzo de Almagro. Tim llegó a Buenos Aires a finales de los años sesenta y se encontró un equipo pleno de calidad pero falto de ganas. Aquel San Lorenzo venía de vuelta tras varios años de éxitos bajo el sobrenombre de “los carasucias”, una especie de homenaje y continuidad a la gran selección argentina que conquistó Lima en el sudamericano del 58. Al equipo entrenado por Tim, consagrado a base de victorias apabullantes y juego espectacular, le apodaron como “los matadores”, gracias, en gran medida, a la eficacia contundente de una delantera formada por Gonzalez, Rendo, Fischer, Telch y Veglio.

Tim llegó a un fútbol argentino demasiado europeizado, por lo que su principal misión fue la de liberar al futbolista de los corsés tácticos que promulgaban la fórmula del éxito y, renunciando a las panaceas, se volcó en un discurso sencillo; “Tenemos talento, tenemos técnica y tenemos hambre. Tenemos lo justo para ganar”. Y ganaron. Ganaron tanto que acabaron el año como invictos, arrollaron en las rondas finales y levantaron el trofeo frente a una multitud enloquecida ¿El secreto? Tim, sonreía. “Simplemente, lo que a mí siempre me gustó tener cuando era futbolista: libertad y confianza”. Habiendo calidad, no hacía falta mucho más.

Por ello, cuando en la algarabía del éxito, alguien se atrevió a preguntarle si por fin había encontrado la fórmula del equilibrio futbolístico, Tim dejó para la historia una de las frases más populares y que describe el fútbol a la perfección. El equilibrio no existe porque “jugar al fútbol es como tratar de taparse con una manta corta. Si uno se cubre la cabeza, es inevitable impedir que se descubran los pies. Y si se cubren los pies, queda descubierta la cabeza”.

Y así ha sido para siempre el fútbol. Existieron equipos que, con los pies descubiertos fueron capaces de romper los moldes y otros, que con la cabeza al aire, destronaron mitos y reescribieron leyes. Tratar de mantener ambos tapados es como intentar lanzarse al agua y mantener la ropa seca.



P.D. Tal día como hoy, hace exactamente un año, este blog inició su andadura impulsado por el empujoncito de ánimo de Javi; posiblemente el blogero que más control y sapiencia tiene sobre el planeta futbolísitico y uno de los que más creyó en mí. De antes también conocía a Álvaro, de quien siempre me asombró la entusiasmada lucidez que le aportaba su corta edad. Y tras reiniciarme en este mundillo con este nuevo blog, tuve la suerte de cruzar mi camino con una serie de auténticos maestros de la palabra y la razón; hablo de Christian, Piterino, Guille, Silvi, Carlos, Fernando, Juan y otros tantos a los que quiero dar las gracias por leerme y, sobre todo, por enseñarme. Y gracias también, de manera especial, a Suca y a Juanra porque ellos ya llevan muchos años aguantándome y creyendo en mí. Sin vosotros no hubiese aguantado todo un año ni hubiese escrito estos cien post (doble celebración). Gracias.

martes, 22 de abril de 2008

¿Por qué interés se quiere a este "Andrés"?

No soy muy partidario de pararme a hablar de los medios de comunicación en este humilde espacio de opinión, historias y encuentros diversos. Cuando lo he hecho, he tratado de hacer primar la ironía sobre el enfado, la realidad sobre la noticia y la palabra sobre la voz. No soy partidario de perder mucho tiempo hablando sobre programas o diarios porque lo considero un acto de soberbia imperdonable, siendo yo como soy un mero aficionado y siendo ellos como son un grupo de prestigiosos profesionales.

Tampoco pienso entrar en las entrañas de una crítica despiadada, solamente quiero jugar a las preguntas de aficionado perplejo, dolido y sin cicatrizar. Hace tiempo que quieren ponernos una venda en el lugar equivocado; nos duele el alma e intentan taparnos los ojos. Hace tiempo que quieren taponar la hemorragia en el lugar donde no corresponde; tenemos roto el corazón e intentan taponarnos los oídos. Nos cuentan lo que quisiéramos oír, que nos es la triste verdad sino una inquietante mentira. Nos hacen ver lo bonito que es el mundo mientras las raíces del árbol maldito siguen creciendo y destruyendo los cimientos de una historia que cada vez tiene más difícil eso de alcanzar un final donde se cazan, se cocinan y se comen las perdices.

Desde “El Larguero”, ese prestigioso y premiado programa deportivo, que, reconozco, escucho a diario desde hace casi veinte años, llevan varios meses tomando declarado partido contra la gestión de un hombre que, todo sea dicho, es como un niño torpe que rompe todo lo que toca. Para justificar el desastre de su gestión, que lo ha sido, no inventaron mejor excusa para provocar al individuo y criticar sus maneras que apelando a su imagen personal; “el gordito del bigote”. Curiosa manera de catalogar a las personas. Conozco a gorditos con bigote que no se llaman Juan Soler y que, sin embargo, son capaces de comerse el mundo, regalar una sonrisa o provocar admiraciones. Por lo que, en principio, queda bastante claro que ni el hábito hace al monje, ni las apariencias ayudan a desengañar al más pintado.

Le preguntaría yo, al señor De la Morena, sin dejar de criticar la nefasta gestión de Juan Soler al frente del Valencia que cuántas Copas ha ganado el Atlético en los últimos diez años, o algo más alcanzable a su historia, cuántas veces ha quedado el Atlético entre los cuatro primeros, con plaza, por lo tanto, para disputar la Champions League, en los mismos últimos diez años. Pero como la respuesta es tan elocuente como la desfachatez demostrada, mi siguiente pregunta sería la de "¿Por qué?"

¿Por qué se critica con saña a un presidente que ha conseguido unos mínimos logros y no se critica de ninguna manera a una directiva que, año tras año, conduce hacia la ruina a un equipo histórico? ¿Acaso como Enrique Cerezo y Gil Marín son delgados y no tienen bigote no son dignos de crítica alguna? ¿Es que es más gratificante humillar a un dirigente por su aspecto físico que dejar de hablar mal de un payaso que en cada declaración renueva su espectáculo circense?

No sé hasta qué punto la afición valencianista se siente molesta cada vez que un periodista en particular, o medio en general, arremete contra su directiva, lo que sí se es como me siento yo, que llevo viviendo y muriendo por el Atleti desde que tengo uso de razón, cada vez que se pasa de largo por el verdadero problema del club; asqueado.

El Valencia, que durante varias temporadas jugó, con aciertos y desaciertos, a los cambios de poder, viene hoy de rebote descendente después de haber alcanzado el techo durante varias temporadas. Un rebote tan descendente que incluso le pone de cara la posibilidad aterradora de caer en el fuego de la segunda división. El Atlético ya cayó a ese pozo atroz y, con la misma directiva, sigue cayendo a otros pozos de mediocridad. Pero aquí no pasa nada. Resulta más rentable afilar las uñas contra un gordito con bigote que dejar de reírle las gracias a un payasete con gafas (y que conste que yo llevo gafas).

jueves, 17 de abril de 2008

A modo de aclaración

Ante el reguero de vulgaridades, comentarios jocosos, patochadas, oportunismos, ventajismos, patrañas e insultos que los abonados del Getafe llevamos aguantando durante el día de hoy en diversos foros, blogs y otras páginas de la red; me gustaría comentar que:

- No pensamos pedir perdón por haber vivido dos temporadas de ensueño.

- Al que nos haya tomado manía, solamente le deseo que algún día llegue a vivir la mitad de lo que nosotros hemos vivido y comprenderá el mérito de llegar tan arriba viniendo desde tan abajo. Y que toda afición tiene derecho a reir, cantar, llorar y callar.

- Efectivamente, algún día bajaremos a segunda división e incluso a segunda B y nos podremos mirar a la cara orgullosos de lo que hemos conseguido y de lo que hemos estado a punto de conseguir. Pero que la primera división no es propiedad privada de nadie.

- Me parece, cuando menos, clasista, considerar un incordio cada vez que un equipo pequeño se mete, por méritos propios, en el universo todopoderoso de los grandes y que gracias a hazañas con esta, muchos seguimos amando la esencia mística del fútbol.

- El Valencia fue mucho mejor y ganó la Copa en toda ley con lo que se ganó nuestro merecido aplauso y felicitaciones.

- No tenemos la culpa de que los comentaristas de Antena 3 cantasen con efusividad nuestros goles contra el Bayern.

- Si Casquero hubiese caído al suelo en el Sardinero, Garay también hubiese chutado a puerta desde la frontal y no hubiese pasado nada.

- Se ha podido hablar más de la cuenta, pero solo se remarcaron los hechos de un equipo que apenas tiene nada.

- Los que dicen ahora que al Alavés, al Espanyol, al Celta o al Deportivo no se les dio tanto bombo en su día es porque no tienen memoria.

- Si el Valencia no ha tenido el suficiente apoyo mediático es porque lleva toda la temporada jugando a un nivel de segunda división con un equipo de primerísima línea.

- Yo lloré con Cañizares el día que el Bayern les ganó la Copa de Europa.

- Si el tiempo y la memoria solamente tienen espacio para el equipo campeón, entonces nadie se acordará de quien tuvo el enorme mérito de jugar las finales de la Copa de Europa de 2002 y 2003.


- Otros, con el doble de mimbres, no consiguieron ni la mitad. Tremendo pecado el de ese "bocazas" llamado Ángel Torres.

- Resulta un tanto curioso que un pueblo tan "facha" como Getafe, la izquierda lleve gobernando en coalición durante más de veinticinco años consecutivos.

- Si el Rey disfrutó en Getafe sería porque se hicieron bien las cosas.

- Si al Geta le hubiese dando tanto bombo la prensa como dicen por el simple hecho de ser un equipo de Madrid, el día que empatamos en Munich el Marca no hubiese abierto en portada con el supuesto interés del Real Madrid por un jugador del Atlético.


- Tan exmadridistas y, por tanto, tan "mediatizados" como lo pueden ser De la Red y Granero, lo pueden ser Mata o Morientes, y que ambos fueron alabados por su presente y no por su pasado.

- Vendría bien recordar donde aprendieron a tomarle el pulso a la gran competición futbolistas como Albiol, Gavilán o Pablo Hernández. Grandes jugadores que están destinados a darle grandísimas alegrías a la afición valencianista. Y que ojalá nos sigan prestando jóvenes valores porque en su gran cantera reside parte del secreto nuestro precipitado crecimiento.

- Igual que hay que saber perder, hay que saber ganar.

- A los que apoyaron al Getafe ayer, muchas gracias. Y a los que no lo hicieron, enhorabuena.

- A la afición del Valencia que ayer estuvo en el Calderón; Chapeau.

- A los aficionados del Getafe que no supieron perder; para saber hacia donde vamos, primero hay que saber de donde venimos.

lunes, 14 de abril de 2008

El nombre de la rosa (Por Christian Castellanos)

En el desierto de mediocridad que atraviesa nuestro fútbol, atendemos con muchísima más expectación el posible nacimiento de una estrella. Ávidos de nuevas experiencias, ilusiones y sobresaltos encumbramos a los cielos a golpe de comparación a muchos que después se quedan por el camino. Van der Meyde iba para nuevo Cruyff, Cassano era considerado como el futbolista con más talento en Italia desde Mazzola, comparamos a Wright-Phillips con su padre, o a Van Persie con Bergkamp con la única base de que coincidieron en equipo y nacionalidad. Hemos sacado decenas de herederos de Zidane y cientos de nuevos ‘Pelés’ y ‘Maradonas’.

Este proceso se redimensiona en Italia, donde cada jovencito con las agallas suficientes para retar el poderío físico e intentar romper las férreas tácticas es un prodigio que las aficiones se encargan de mimar con todos los medios posibles, mientras los rivales erosionan sus tobillos. Cada ‘fantasista’ italiano, como se les conoce al sur de los Alpes, tiene el valor añadido, quizá el problema, de haber nacido en un territorio equivocado.

Y si hay un equipo que encarna más que ningún otro la forma peculiar del fútbol italiano, ese es la Juventus de Turín. Entre sus jugadores míticos siempre se nos escapará un Capello, un Conte, un Davids o un Emerson. Allí, entre Cannavaro, Tudor, Pessotto y Vieira ha crecido Sebastian Giovinco. Las espinas protegen la rosa, pero es el capullo lo que le otorga esa belleza, simple, pero imponente. Con esta analogía podríamos explicar la historia de la Juventus: un club lleno de dureza, pero con pura magia arriba. Y así ha vivido durante más de un siglo. Entre los trabajadores, los que no se ven, han destacado Charles, Sivori, Boniperti, Bettega, Platini, Laudrup, Vialli, Baggio, Zidane ó Del Piero. Y ahora, entre los cardos, ha nacido una rosa con forma de estrella.

A sus 21 años, Giovinco ya sabe lo que es dar pases de gol a Trezeguet. Son 166 centímetros cargados de magia y con el peso de las ilusiones de una afición más abatida que nunca. Cuando él la coge, los hinchas del Empoli (donde actualmente está cedido), saben que sus posibilidades de salvación aumentan exponencialmente. El abre-defensas le han llegado a llamar en Italia. Velocidad a raudales, capacidad para colarse por debajo de las piernas de los centrales. En una palabra: Fan-ta-sis-ta. Hasta la talla más pequeña de la camiseta de la Juventus le vendrá grande, pero el escudo le encaja a la perfección. En él están puestas las esperanzas del futuro bianconero. Sólo él podrá ponerse más veces el ‘10’ de Alex Del Piero a la espalda. Con él esperan levantar otra Champions. En él van todas las esperanzas de la juventinità. Él es el nombre de la rosa.


P.D. Christian Castellanos es administrador de Curva Bianconera, Forza Calcio y Tiempo de Fútbol

jueves, 3 de abril de 2008

Donde habitan los sueños

El lugar donde habitan los sueños está en el paso fronterizo que separa la realidad de la imaginación, en algún lugar, dentro de nuestra mirada, al que podemos viajar con un puñado de intenciones, una sonrisa melancólica y una ilusión infinita. El lugar donde viven los sueños está hoy más cerca que nunca de Getafe y desde allí, miles de almas encarnizadas sabrán, por primera vez en su vida, en que consisten las grandes aspiraciones.

Hace más de veinte años yo era un chiquillo imberbe, poco desarrollado y plagado de energías. Mis aspiraciones no iban más allá de golpear sin cesar una vieja pelota, junto a mis amigos, en el descampado que había frente a mi casa. Eran tiempos en los que Getafe era un pueblo en vías de desarrollo dividido en tres barrios que bien podrían haber sido tres enormes corralas de vecinos. La Alhóndiga; donde la vía del tren partía el pueblo por la mitad. San Isidro; donde el ruido de los aviones nos obligaba a alzar la voz si queríamos hacernos oir. Y Las Margaritas; donde el viejo estadio de fútbol vestía sus gradas cada quince días para recibir al Pegaso, al Parla o al Moscardó.

Eran años en los que el Bayern de Munich nos sonaba a leyenda inalcanzable bajo las apasionadas historias nacidas en boca de nuestros padres. Años en los que la televisión, muy de vez en cuando, te regalaba algún partido suelto de la Copa de Europa y podías ver a un equipo de rojo cuya presencia provocaba temor y cuyos jugadores eran máquinas incansables; Pfaff, Augenthaller, Pfluger, Brehme, Matthaus, Thon, Rummenigge, Wohlfarth... Años del pisotón de Juanito, de los slaloms de Futre, de aquella liga furtiva ganada por el Bremen de Rehhagel. De vez en cuando, al más fiero también le pintaban el orgullo.

Y eso es lo que espera hoy Getafe. Aquel pueblo plagado de proyectos se ha convertido hoy en una ciudad universitaria, industrializada, desarrollada y europea que sueña en azul gracias a un equipo de fútbol que aspira a pintar de su color el orgullo bávaro que tantos quebraderos de cabeza nos ha causado. Sobre el terreno donde estaba el antiguo estadio, hoy se levantan tres bloques de pisos; los antiguos solares por los que transcurría la carretera de Villaverde se han convertido en el moderno barrio de Getafe Norte y allí, al pie de la M-45 se levanta el nuevo Coliseum Alfonso Pérez. Allí esperamos, allí soñamos. Nos podrán minusvalorar, nos podrán humillar, nos podrán dejar con el culo al aire, pero nunca nos quitarán nuestro derecho a soñar.

Ayer fue en el Luis Rodríguez de Miguel y hoy es en el Allianz Arena. Todos hemos crecido, todos hemos soñado. Dijo Becquer, en uno de los versos más desgarradores jamás escritos, que "donde habite el olvido, allí estará mi tumba". En Getafe ya no hay olvido; aquí habitan hoy los sueños, aquí habitarán mañana los recuerdos.