martes, 23 de abril de 2019

Fin del proyecto Abelardo

La palabra proyecto lleva implícitos ciertos matices de consideración. Un proyecto implica continuidad, expectativas y factibilidad. La certeza de que el trabajo podrá ser continuado con los derroteros extraídos, la viabilidad de un objetivo sensato y, sobre todo, la causalidad, derivada del apoyo, que provoca la unión entre el trabajo y el éxito. Cuando el líder no está seguro de poder cumplir los objetivos y poder dar rendimiento a su plantilla, suele pegar el portazo y decir adiós sin más miramientos. Lo hicieron Guardiola, Luis Enrique y hasta el mismo Zidane. A menor escala y mucha menor repercusión, lo va a hacer Abelardo en el Alavés.

El Alavés ha sido, durante las tres últimas temporadas, un pequeño milagro dentro de una liga donde la competencia, del cuarto hacia debajo, se paga con precio de oro. Dieciocho equipos para ganarse el pan en un campeonato donde los despistes se pagan con el coma deportivo. En la primera temporada, después de haber vivido en el ostracismo durante más de una década, el equipo alcanzó la final de Copa y se puso el listón tan alto que el sucesor de Pellegrino no fue capaz de aguantar los primeros envites.

Fue entonces cuando llegó Abelardo. Su verbo fuerte y su estilo directo habían calado en el Sporting de Gijón. Aquel regreso a la élite se había trufado con actuaciones heróicas y terminó apagándose cuando el proyecto se vino abajo entre bajas y falta de expectativas. Dicen que el hombre aprende de los errores y quizá sea que Abelardo haya empezado a olerse una tostada que ya se comió en Gijón con la mandíbula prieta. Algo ha debido intuir para haber dicho no a un proyecto que parece consolidado y algo ha debido percibir para haber dicho adiós a una ciudad que lo ha acogido con los brazos abiertos.

Cuando se acaba el amor es cuando empiezan los reproches. El juego del y tú más que ayer comenzó Querejeta en su rueda por las radios nocturnas no es sino la venda sobre una herida que aún no se ha producido. Posiblemente el Alavés sobreviva a Abelardo al igula que sobrevivió a Pellegrino, y si no lo hace, deberá sentirse orgulloso de haber hecho soñar a su parroquia con algo grande. Posiblemente algo se nos escapa; quizá una oferta, quizá un cruce de reproches, quizá una falta de respaldo. Pero más allá de las causas llegan las consecuencias y estas visten de un nuevo proyecto a un equipo que, con todos su palos en las ruedas, no ha dejado de rodar.

miércoles, 17 de abril de 2019

El Bicho

La costumbre nos ha convertido en tipos ávidos de novedad. Normalmente, nos hacemos una idea propia de la fantasía y no valoramos el momento; porque más allá de lo cotidiano, existe lo valorable. Más allá de lo admirable, existe, también, lo extraordinario.

Vivir en la era de Lío Messi hubiese supuesto una claudicación por la vía de lo elemental; nadie puede con este tío, nadie puede sobreponerse a su éxito. Sin embargo, la ambición, entendida como un camino hacia la superación, ha supuesto un motor de aguante en la carrera ceremoniosa de Cristiano Ronaldo. Lo que podría haber sido una carrera trufada de goles, se ha convertido en una carrera trufada de éxitos porque el tipo no se conformó con ser el segundo. Y aunque lo terminase siendo, no podría soportar que le achacasen que no lo hubiese intentado.

Cristiano se cree el mejor jugador del mundo y está en su derecho de hacerlo. Nadie ha hecho más por la competitividad de sus equipos que él, nadie ha entendido los espacios y el remate como lo ha hecho él. Porque su juego no se basa en la virtuosidad de la combinación, sino en la explosión de sus características, y por más que nos quieran vender, Cristiano no es un tipo bruto que sólo busca la portería rival sino que entiende el juego de ataque como una partida de ajedrez donde ocupa la posición del alfil; siempre tirando la diagonal apropiada y siempre encontrando el lugar exacto para el remate.

Con los años ha perdido explosividad pero ha ganado en conocimiento. Es lo que tienen los buenos jugadores de verdad, saben refundirse desde las limitaciones para potenciar sus mejores virtudes. Ya no es el velocista que guardaba carreras interminables ni el regateador que citaba a los laterales en la línea de fondo. Ha encontrado su sitio desde la voluntad y el conocimiento. Y aunque hoy quieran que no sea el día para alabarle quizá sea el día para reconocerle una vez más. Porque el legado de este tipo va más allá de una eliminatoria ganada o perdida, sino que viajará con el tiempo y se instalará en la memoria de todos aquellos que le vimos y de todos aquellos que terminen leyendo sus números de impresión.

lunes, 8 de abril de 2019

Cómplices del odio

Hay un problema de defecto de forma a la hora de excusar ciertos comportamientos. Aquellos que buscan el aplauso antes que la verdad, siempre recurrirán a la tibieza porque prefieren las medias tintas a los chapuzones en negro. Hay más verdad en su silencio que en muchas frases porque, más allá de las consecuencias, las causas suelen derivar de una bolita de nieve que va convirtiéndose en alud a medida que va creciendo y nadie va siendo capaz de pararlo.

Tendemos a la justificación del insulto sólo porque, normalmente, una minoría no representa a una mayoría. Suele ser así, es verdad, pero cada vez que agachamos la cabeza y quitamos importancia porque esos tres tontos no nos representan, estamos dando pábulo a cada una de sus palabras. Pero más allá del altavoz anónimo, es necesario un alatavoz cualificado para poner rostro a la indignación. Si alguien que sí nos representa dice lo que realmente queremos oir, entonces damos por sentado que el debate se aposenta sobre el valor de los cobardes. Más allá del insulto, muchos de ellos se escudan en el poder de la jauría para poder ladrar sin impunidad.

Cuando Moise Kean corrió a celebrar un gol bajo la grada más radical del Cagliari, lo hizo cegado por la ira y conducido por la rabia. Durante el partido, un grupo muy numeroso de hinchas le había abucheado por el simple hecho de tener la piel negra. El hecho, que sería catalogado como indignante por cualquier ciudadano cívico, fue convertido en tibia disculpa después de que Bonucci cargase parte de la culpa en la actitud de su compañero. En la lucha contra estos descerebrados, o estás completamente en contra o no existe disputa social. Porque cuando otorgas una disculpa estás otorgando vía libre a que vuelvan a repetir la estupidez.

La permeabilidad solamente añade permisibilidad a sus actos. Estoy seguro de que Bonucci ha sabido rectificar consigo mismo y, sobre todo, con su compañero, porque de no ser así, se estaría convirtiendo en cómplice de alguien que acude a un recinto deportivo olvidando todos los valores que deben ir implícitos en el deporte. El racismo no es respeto, ni solidaridad, ni deportividad, ni, mucho menos, compañerismo. Todo lo que está fuera del espectro donde conviven estos valores, no es deporte, sino odio. Algo tan vomitivo como triste. Tan desasosegante como desgarrador.

viernes, 5 de abril de 2019

El gol imposible

Barcelona era una ciudad acomplejada futbolísticamente. Atrás quedaban los años de fuego bajo la batuta de Kubala. Quedaba la añoranza y el pesimismo. El aficionado culé comenzó a convertirse en un tipo que nacía escéptico y moría pesimista. No había motivo para la satisfacción y, lo que es peor, apenas quedaba un motivo para la alegría. Pero entonces llegó él; tan flacucho, tan ágil, tan veloz, tan perspicaz. Se presentó en sociedad en la víspera de Nochebuena, hacía frío, pero la gente estaba ansiosa por verle. El rival, el Atlético de Madrid, no era el mejor socio de fatigas. La mayoría se veía regresando a casa con el mismo frío con el que llegaron, pero, además, con una nueva derrota en el zurrón. No había sido un gran comienzo de temporada. Habían perdido mucho y solamente, una semana atrás, habían arrancado una victoria en Granada gracias al trabajo bien culminado por su nueva estrella. Recibieron a Cruyff con aplausos; la expectativa les incitaba a ser optimistas, al menos durante los cinco minutos previos al partido, y le despidieron con vítores; el asombro les había obligado a ponerse un nuevo ídolo por montera. Mediado el partido habían sido testigos de un hecho sin precedentes: un balón largo, a ninguna parte y el salto de un gamo rematando a contracorriente. Lo llamaron “el gol imposible”, y quien tuvo la oportunidad de verlo aún lo sigue aplaudiendo.


lunes, 1 de abril de 2019

Superliga europea o el principio del fin

El día que dejamos el fútbol en manos de mercaderes, de visionarios y de comisionistas, lo convertimos en un circo donde los trapecistas a veces caen desde el alambre y los payasos se retratan es escenas esperpénticas.

El día que el fútbol dejó de pertenecernos, se convirtió en un espectáculo donde desde la parte de afuera del estadio se vendía más que en la propia cancha.

El día que el fútbol deje de ser de los futbolistas se iniciará un proceso de autodestrucción que desencadenará desarraigo, desilusión y conformismo.

El día que los hombres vuelvan a cumplir su palabra, vuelvan a perseguir sus sueños y vuelvan a celebrar victorias con el corazón; los mercenarios del porcentaje quizá entiendan que no deben permitir que el deporte deje de ser un juego. La esencia por encima de la presencia.

Ese punto de no retorno.