lunes, 1 de julio de 2013

A la sombra del ciprés

La opinión pública, por exceso de recelo e ignorancia, suele ser un enemigo peligroso. Más peligroso que cualquier defensa porque la lupa suele apuntar a quien no goza del beneficio de la duda y el dedo acusador suele señalar a quien ha sido identificado como blanco perfecto. Las promesas, las elucubraciones y los avisos, son la coartada perfecta de quien siente se siente ganador en terreno propio. Muchos afilan sus plumas, pero aún no han sacado el papel por si acaso tuvieran que romper el folio y lanzarlo a la papelera. La hoguera de las vanidades es tan feroz que amenaza con quemar cualquier vestigio de fantasía sin ni siquiera haber dejado al fantasista mostrar su repertorio.

De Brasil dicen que los defensas son lentos, de Brasil dicen que el juego no tiene ritmo, de Brasil dicen que el fútbol no es competitivo, de Brasil dicen que las estrellas son antiguas glorias venidas a menos, y resulta que de Brasil han salido los mejores jugadores de la historia. De Neymar dicen que no le dan patadas, de Neymar dicen que juega para la galería, de Neymar dicen que no ha ganado nada, de Neymar dicen que es un tuerto en un reino de ciegos. Pero los que hemos visto a Neymar sabemos que tiene los tobillos perforados, que sus regates llevan veneno, que a devuelto al Santos al siglo XX y que se ha ganado el derecho a portar su corona.

Pero todo eso tampoco cuenta. Lo que cuenta es que Neymar se peina con una cresta, que tiene el pelo teñido, que se fotografía enseñando la lengua y que monta un show en cada entrevista televisada. Importa lo banal, lo farandulero, lo extrafutbolístico.

Los que conocemos qué jugador ha fichado el Barça sabemos que viene un futbolista de cintura ágil, listo en el área, que no se escabulle en el choque y que participa en el juego más a menudo de lo que la gente piensa. Desde la posición de falso extremo izquierdo, donde mejor ha rendido en el Santos, le puede aportar al Barça oxígeno y gol. Ayudará a Jordi Alba a sorprender tras una buena diagonal, desahogará a Iniesta de sus labores de hombre orquesta y, sobre todo, será un alivio para Messi a la hora de encontrar soluciones.

Y es aquí donde reside la principal duda. Del Neymar futbolista solamente dudan los que ignoran y los que recelan. Del Neymar estrella mundial podemos dudar los que hemos comprobado la estela del Barça durante el último lustro. En un equipo donde la pelota vuela a ras de césped y los espacios aparecen por convicción, brilla, por encima del resto, la luz de la estrella de Lio Messi. Etoó, que fue amo y señor de los últimos metros del Camp Nou, se convirtió en dueño de su propio ego a la sombra de Messi. Ibrahimovic, que fue y sigue siendo, arma de destrucción masiva en el área rival, se convirtió en cohete de feria a la sombra de Messi. Villa, que fue rey del gol en Mestalla, se convirtió en príncipe de las tinieblas a la sombra de Messi. Alexis, que era una centella en Udine, se ha convertido en humo a la sombra de Messi. La luz del todopoderoso es tan extensa que deja con las vergüenzas al aire a todo el que no esté a su nivel.

Y Neymar tampoco está al nivel de Messi. No es un desprecio, ni una minusvaloración, ni una forma de acallar a los estrepitosos de lo bárbaro, es tan sólo una manera de decir que es muy difícil estar al nivel del mejor jugador del mundo. Tan sólo Cristiano, con su hambre feroz y su poderoso físico, es capaz de aguantar el pulso de quien nació con la etiqueta de quinto grande cosida en la solapa. En este juego de comparaciones, Neymar es un aspirante a muy buen jugador que debe aceptar el rol de caballero en un reino que ya tiene monarca.

Y en el reparto de roles y la asunción de los mismos, ha de residir el cáliz que convierta a Neymar en futura estrella del fútbol mundial. Solamente quien asume ser apóstol consigue dotar de luz al auténtico Mesías. Anoche, mientras un equipo de amarillo recuperaba su gloria y nos desarbolaba desde la primera línea de presión, los dudosos, los autómatas de palabra fácil y los soñadores del verso, descubrieron a un jugador sideral que amenaza con romper cinturas a la velocidad del trueno. Los que dudan se agarran al clavo que hizo quemarse a otros antes que él. La sombra del ciprés, en el Barça, sigue siendo muy alargada.