miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cuando la Fórmula perdió el 1

Hay acontecimientos que marcan a fuego la historia del deporte, algunos, como la aparición de un genio, significan una revolución que provocará un cambio de estilo en las generaciones posteriores, y otros, como la desaparición de un genio, significan un punto de inflexión en el camino hacia unas nuevas expectativas. Por ello, cuando Ayrton Senna se dejó la vida en el muro de contención del circuito de Imola el uno de mayo de 1994, los que le habían admirado lloraron primero y pidieron justicia después. La seguridad se conviritió en un tema tan preponderante en las pistas que, desde entonces, ningún otro piloto se ha vuelto a dejar la vida en un circuito.

Con el mal sabor en la memoria y la resignación en la conciencia, viajó la selección brasileña a Estados Unidos para disputar el que sería el decimoquinto campeonato mundial de fútbol, un campeonato que, como en las tres ediciones anteriores, contaría con veinticuatro participantes con la novedad de que, cada uno de los jugadores integrantes en cada uno de ellos, llevaría, por vez primera, su nombre de guerra grabado en la camiseta en lo más alto de la espalda. No fue la única novedad puesto que, hartos de bromas y chanzas sobre el luto con el que se habían visto representados gracias a su color clásico, los árbitros aceptaron nuevas equipaciones de varios colores, no muy bonitas pero sí demasiado vistosas como para dejar de ser referencia dentro del terreno de juego. Además, como última novedad, se introdujo por vez primera el tercer cambio de jugador siempre que este fuese el portero debido a alguna incidencia o lesión del mismo, siendo Marruecos el primer equipo en hacer uso del mismo cuando Azmi tuvo que sustituir al dañado y titular Alaoui en el partido de la primera fase que les enfrentaba a Bélgica.

En un mundo cada vez más mediatizado, el mundial de fútbol celebrado en la primera potencia mundial se convirtió en una explosión de color en las televisiones de todo el mundo. Así, en países en los que el fútbol aún no había conseguido obtener un arraigo emocional suficiente, el mundial fue utilizado por dirigentes y ciudadanos como una vía de escape a los problemas cotidianos. Los casos más relevantes se dieron en Haití y en Macao. En el país caribeño, el dictador Raoul Cendrás compró los derechos televisivos del mundial para emitirlos en la televisión pública y aprovechó el descanso de cada partido para emitir propaganda favorable al régimen. Pero mucho más trágico fue el caso acontecido en Macao. Allí, como los todos los partidos se emitían en directo en horario de madrugada, el ciudadano Law Chon-yin se propuso seguir todos y cada uno de los partidos del campeonato. No tardó en pagar su osadía. Obligado a trabajar durante todo el día y a condicionado trasnochar durante toda la noche, Chon-yin fue encontrado muerto en su propio negocio debido a un colapso. En el hospital, donde ingresó cadáver, informaron que la muerte se había debido por alta presión arterial y problemas cardíacos. El fútbol y la televisión también matan.

Si para algún pais el mundial resultó un drama deportivo, este fue Grecia. Encajó diez goles y no anotó ninguno en los tres partidos disputados. La tragedia clásica se representó en los diarios nacionales al día siguiente del último partido: "Terminó la pesadilla", publicaron. Y es que, de todas las derrotas, escoció especialmente la sufrida ante Bulgaria por cuatro goles a cero, puesto que los helenos habían puesto todas sus esperanzas en batir a la pobre y desconocida selección búlgara. Craso error de planificación, nadie esperaba que aquel anárquico e imprevisible equipo liderado por Stoichkov, terminaría alcanzando las semifinales dejando en la cuneta, entre otros, a Alemania, entonces defensora del título.

Otras selecciones que no cumplieron con las expectativas generadas fueron Rusia y Camerún. La primera vivía por vez primera un mundial después de la excisión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, una potencia que había sido temida y que, convertida en conglomeración de estados, perdió identidad y pegada. La segunda, representante principal del África negra, no fue capaz de repetir los papeles ofrecidos en los mundiales europeos de España e Italia. Pero ambos, en su enfrentamiento mútuo, dejaron para la historia dos records grabados en el libro de la historia de los mundiales. Por el lado ruso, el delantero Oleg Salenko, consiguió anotar cinco goles, por el lado camerunés, el delantero Roger Milla disputó el encuentro con cuarenta y dos años de edad. Nunca antes y nunca después, ningún jugador anotó tantos goles en un mismo partido y ningún jugador disputó un encuentro con tanta edad.

Si hubo algunos jugadores que, materialmente, salieron ganando con el mundial, estos fueron los seleccionados por parte de Arabia Saudita. Resulta que la Federación de Fútbol del país había prometido un Mercedes nuevo a cada jugador si estos conseguían clasificarse para los octavos de final. No solamente lo consiguieron y disfrutaron su regalo, sino que regresaron a su país, tras la eliminación ante Suecia, más colmado de regalos que ningún otro futbolista del campeonato, y es que, amén del Mercedes, cada jugador saudita ya había recibido un Volvo por cabeza, donado por un rico empresario nacional, por el simple hecho de haberse clasificado para la gran cita.

En la otra cara de la moneda estuvo Maradona. El astro argentino no recibió regalos y ni siquiera tuvo la suerte de terminar el mundial donde más le hubiese gustado; sobre el terreno de juego. Nadie pudo sospechar el peor de los desenlaces cuando la joven Ingrid, enfermera de la Uefa, bajó al terreno de juego para llevarse al Diego de la mano después del partido disputado contra Nigeria. Le tocaba el turno de pasar el control antidóping. El rostro de Ingrid hubiese terminado en el anonimato de no haber ocurrido lo que ocurrió días más tarde. Los resultados eran irrefutables: Maradona había dado positivo por consumo de efedrina y debía abandonar inmediatamente la concentración argentina. No le dejarían volver a jugar al fútbol con la camiseta de su país.

Aunque no todos los palos fueron psíquicos en el transcurso del mundial. También los hubo físicos y ambos estuvieron representados en los codos devastadores de Leonardo y Tassotti. El lateral brasileño, jugador de largo recorrido y hechuras de centrocampista, dejó K.O. al estadounidense Tab Ramos en el partido que les enfrentaba en los octavos de final. La expulsión fue inmediata y la sanción se extendió a dos partidos. Le sacó rédito Brasil a aquello pues fue su sustituto, Branco, quien anotó el gol decisivo del complicado partido que les enfrentó a Holanda durante la ronda siguiente. Pero quien no fue expulsado, al hacerlo de manera más sibilina, fue el italiano Tassotti. Todos recordamos, y a todos aún nos duele, aquel balón dividido en el corazón del área en el que el defensor italiano le rompió la nariz a Luis Enrique en la última jugada de un partido cruel con España y glorioso para Italia. Diecisiete años después, una vez que Luis Enrique viajó a Italia para hacerse cargo de la Roma como entrenador, ambos se estrecharon las manos y acordaron finiquitar el asunto. No hay mal que cien años dure.

Lo que sí dura más de cien años es la superstición eterna de los brasileños. Si Zagallo ya había espantado la visita de Moacyr Barbosa a la concentración por considerarle gafe, montó aún más en cólera cuando se enteró que el hotel que les habían asignado para alojarse de cara a la final era el Fullerton de Los Ángeles. Daba la casualidad que en aquel hotel se había alojado la selección colombiana durante la primera fase y todos sabían como les había ido. Obligado a acatar las órdenes de su Federación, hizo una última gestión con el fin de lograr que ninguno de sus futbolistas se alojasen en la habitación en la que había dormido Andrés Escobar, futbolista colombino asesinado días después del regreso de Colombia a casa por haber anotado un accidental autogol en su partido ante los Estados Unidos.

Tampoco hubo de hacerle demasiado gracia a Zagallo la premonición realizada por un grupo de físicos locales. Estos, empeñados en que el fútbol responde más a la lógica que a la improvisación, hicieron un cálculo con una sofisticada computadora y apostaron a que Italia ganaría la final por uno a cero con gol anotado por uno de sus centrocampistas en el minuto cuarenta y dos de la segunda parte. Eso sí que era hilar fino. No nos hubiese ido mal a los espectadores que bien Italia o bien Brasil hubiesen liquidado la contienda antes del tiempo reglamentario y así nos hubiesen ahorrado una de las prórrogas más insufribles de la historia del fútbol.

No sabemos si los italianos hicieron caso a la computadora, pero lo que sí sabemos es que, al igual que Zagallo, los transalpinos también eran supersticiosos por naturaleza. La final agotó todos sus minutos con cero a cero en el marcador y el destino les enfrentó a la tanda de penaltis. Como en la repetición de un mal sueño, los italianos debían afrontar el momento decisivo desde el punto fatídico al igual que lo habían hecho cuatro años antes, en casa, ante Argentina. Daba la casualidad que el número de la mala suerte en Italia es el diecisiete ¿Qué día se jugó la final? El diecisiete de julio ¿Qué dorsal llevaba Donadoni quien erró uno de los penaltis? El diecisiete.

Cuando Roberto Baggio lanzó a las nubes el último penalti y Claudio Taffarel levantó los puños al cielo, todo Brasil estalló de alegría. Había algunos, como Lobo Zagallo, que entraron en el libro de los records de la historia al convertirse en la primera persona capaz de ser campeón del mundo como jugador, como entrenador y como ayudante. Otros, aún en la celebración, calmaron su euforia porque aquel título no había dejado el mismo regusto de los conseguidos antaño. Tras veinticuatro años Brasil volvía a ser campeón del mundo sí, pero aquel título no había sido como los demás; había desaparecido la alegría, el toque, la samba. Brasil se había dungarizado y aquella nota de distinción daría muchos más dolores que alegría a las generaciones venideras.

Como la torcida que durante años acudió a los circuitos a celebrar las victorias de su ídolo, los componentes de la selección de Brasil se reunieron en el centro del campo, echaron la vista a atrás, rememoraron Ímola y desplegaron una pancarta que pudo leer todo el mundo. "Senna, aceleramos juntos. O Tetra é nosso!". Aquel título, como tantos otros, también lo había ganado Ayrton Senna. El tipo que revolucionó el deporte del motor, el hombre que se dejó la vida en un muro tras jugársela en miles de curvas, el hombre cuya muerte marcó a fuego la historia del deporte. El mito que, cuando se fue, dejó a la Fórmula sin el 1.

martes, 6 de diciembre de 2011

Balones de oro: Omar Sívori

A los diecisiete años debutó en la primera división argentina, a los veintidós asombro a toda sudamérica y a los veintiseis ya era considerado el mejor jugador del mundo. La carrera de Enrique Omar Sívori no se escribe con títulos si no con sensaciones, y es que, quienes le vieron jugar, no han dudado nunca de que se trató de uno de los más grandes. Pandillero de potrero, ingenio de césped recién cortado y gobernador de área grande, Sívori fue un genio pegado a una pelota de cuero en cuyos actos sobrevive la esencia del fútbol de verdad, aquel que se aprende en la calle, con un balón de trapo y unas zapatillas viejas.

No tardó en deslumbrar a los escépticos cuando debutó en el primer equipo de River y alguien le señaló como el sustituto de aquella saeta rubia que había volado a Madrid con escala en Colombia. Saltó al campo para redondear la goleada ante Lanús y le tocó sustituir al mito Labruna. No decepcionó; anotó el quinto y dejó el poso de un jugador al que se quería volver a ver. Y se le vio de nuevo, y se le volvió a ver, y se le volvió a disfrutar. Fue en 1957 cuando alcanzó la cima del mundo al alinearse, vistiendo la albiceleste, junto a Corbatta, Maschio, Angelillo y Cruz. Les llamaron los "carasucias", anotaron veinticuatro goles, ganaron la Copa América y Argentina les recibió como el mejor equipo de su historia. Por fin un soplo de aire tras décadas de amargura. No duró mucho la epopeya, el mejor de todos ellos, Sívori, voló hacia Italia atraído por las liras y las ganas de comerse el mundo. Tan bien lo hizo que en 1961 la revista France Football le galardonó con el Balón de Oro que le distinguía como el mejor futbolista del año. Tras el fútbol y los éxitos llegó la soledad y las ganas de reinventarse. Probó en los banquillos y no le fue demasiado bien, probó con la pluma y dejó varias docenas de buenos artículos plasmados en las hojas del diario Clarín.

Pero antes del columnista hubo un futbolista, y muy bueno. En Italia le llamaban el "fuoriserie" porque, realmente, no había adjetivo específico para definirle; era un jugador bajito y delgado, pero muy listo, tenía una culebra en la cintura y un arma de precisión en los pies, salía airoso de cualquier entramado gracias a su habilidad y siempre llegaba franco a la portería contraria gracias a su inteligencia para leer el juego. Era un buen goleador y un excelente pasador, un tipo imprevisible, un ganador de batallas que disputó cuatrocientos cuarenta y un partidos y anotó doscientos veintiocho goles a lo largo de su carrera. Una cifra nada despreciable que aderezó con sus dos campeonatos argentinos que logró vistiendo la camiseta de River y los tres Scudettos y dos Coppas que ganó vistiendo la blanquinegra de la Juventus de Turín. Siempre a la sombra del gran Di Stéfano, hubo de sucumbir a su omnipotencia en aquella inolvidable semifinal de la Copa de Europa en 1962 que se llevó el Madrid con desempate incluido. Aún a la sombra del honorable, jamás escondió su admiración y devoción por el nueve blanco. Uno nacionalizado por España y el otro por Italia, ambos, los dos mejores futbolistas de la época y Argentina llorando su sueño creyendo haber intuido lo que hubiese sido de su selección si ambos no hubiesen abandonado su hogar y hubiesen disputado, juntos, los mundiales de 1958 y 1962. Quizá otro gallo les hubiese cantado.

En los potreros de Buenos Aires le llamaban "chiquín" por ende de su baja estatura y su endeblez física y en las cachas profesionales le apodaron "cabezón" por aquella prominente cabeza sobre un cuerpo tan delgado. Pero no había defecto físico que impidiese a Sívori disfrutar del fútbol; utilizaba su endeblez física para burlar rivales y la cabeza, siempre, para pensar un segundo antes que los demás. Fue un centrocampista creador que deleitó sobre el césped y, fuera de él, se convirtió en un terrateniente que invirtió sus ahorros para generar una fortuna que le ayudase a sobrevivir una vez que abandonase los campos de juego.

Lo hizo en diciembre de 1968 después de que su rodilla crujiese y le pidiese a gritos que dejase de exponerla a esfuerzos inafrontables. Entonces era jugador del Nápoles y una celebridad en el sur de Italia. Había llegado a la Campania después de deleitar en el Piamonte; muchos decían que ya no le quedaba fútbol pero jugó cuatro años a un extraordinario nivel, tanto que él y su fútbol colocaron a Nápoles en un lugar jamás visto hasta entonces: la segunda posición del Calcio italiano. Gesta que repitió en dos ocasiones y que le hizo salir vitoreado de San Paolo en más de una ocasión. En su aureola de mito precedió a Maradona como el auténtico Dios de Nápoles. Y eso que precedía del enconado rival del norte, una Juventus donde sentó cátedra y donde aún le recuerdan como el más destacado jugador de aquel "trío mágico" formado por Boniperti, Charles y él mismo que tantas tardes de gloria regaló al viejo estadio Comunale. Y es que lo suyo fueron las asociaciones imparables, como aquella que formó con Beto Menéndez en sus inicios en River y que aún recuerdan por destrozar a Boca Juniors en un duelo inolvidable que terminó con victoria de River en La Bombonera.

Sívori, que había nacido una soleada tarde de octubre de 1935 en el humilde pueblo de San Nicolás de los Arroyos, murió en el año 2005, a los sesenta y nueve años, en su misma localidad de nacimiento, lugar al que había regresado para perderse con el tiempo y dejar que la memoria guardase un hueco en los párrafos más inolvidables. Se le lloró en Buenos Aires, en Turín y en Nápoles. Se le lloró en todo el mundo porque los genios siempre dejan el poso de la inmortalidad. En su honor sigue en pie una de las tribunas del Estadio Monumental, la misma que se costeó con el dinero obtenido por su traspaso a la Juventus. Se había marchado el ídolo, pero el eco de las voces que corearon su nombre permanece perpetuo, para siempre, en un rincón del campo que le vio nacer como futbolista.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Lo que nos espera

Si os aburre la rutina, lo reiterativo y lo monótono, id preparando vuestros cerebros porque intentarán lavaroslo de aquí al próximo sábado. Desde hoy, aunque haya jornada de Champions mediante, solamente existirá un partido. El duelo a vida o muerte del Valencia en Londres será como una de esas chinitas en el zapato que tanto molestan a la mediatización establecida; solamente hará falta descalzarse, sacudirse los pies y volver a caminar. Informar, ni celebrar ni lamentar y tratar de perder el menor tiempo posible porque en este país de pandereta solamente importan dos equipos. Ellos se lo comen todo, para el resto solamente hay migajas.

Me resulta gracioso comprobar como se empeñan, día sí, día también, en vender el siguiente partido como una batalla a cara o cruz. Hablan de rivales encendidos, de conatos de rebelión ante la visita del líder y de campos de minas de difícil superación, cuando todos saben que esta liga se la disputan dos mientras los demás miran. No interesa denunciar el abuso deportivo porque ellos mismos practican el abuso mediático ¿Cómo decir que Madrid y Barcelona ganan ligas sin rivales? Sería como decir que ambos ganan sin jugar, sería como decir que los goles de Cristiano no valen de nada y que Messi no es aquel extraterrestre que a cada hora nos venden por doquier. Quedan mejor los cincuenta goles en portada, los records, las goleadas y las sonrisas de superioridad. No existe nada, excepto su propia rivalidad. No hay más rivales, no hay más partidos.

Por ello, ante lo que se presupone como una nueva batalla del siglo, un nuevo partido por la supremacía, los voceros de ambos regímenes ya han puesto en marcha su mecanismo de ataque y defensa. Con las vendas antes de sufrir las heridas, han desenvainado espadas para comenzar a generar debates infructuosos que solamente buscan el objetivo de incendiar las calles. Tonterías, tertulias vanas y periódicos a mansalva. No juega nadie más este sábado. No busquéis otra información. Nos han absorbido el coco. Aunque se empeñasen en vender lo contrario, ellos mismos saben que esta liga es sólo de dos. Que se la queden.