jueves, 4 de diciembre de 2014

Nada que ver con el fútbol - por Rubén Uría

Un muerto. Una vida al río. Sensaciones encontradas: indignación, asco y dolor. Después, vergüenza. El partido que no se debió jugar, se jugó, porque unos no lograron contactar con otros que, a su vez, no persuadieron a otros para frenar un sainete de manicomio. La Mejor Liga del Mundo. Primero sangre, luego goles. Sin anestesia. Las voces de la mediocridad resonaron. “No tiene nada que ver con el fútbol”. Bochorno. “Eso ha pasado lejos del estadio”. A doscientos metros, cinismo. “No soy quien para disolver el Frente Atlético”. Brazos cruzados. Si la mediocridad fuese una unidad de medida, Gil y Cerezo serían los campeones del mundo de la especialidad. Pasó lejos, apostillan, como si sólo importase lo que sucede desde la puerta, como si no tuviesen obligación de negarse a jugar, como si estuviesen atados de pies y manos para reaccionar, como si no tuviesen la sospecha de que alguno de esos asesinos entró al estadio, con las manos llenas de sangre, pudiendo disfrutar de su ¿equipo? y después volver a casa, porque sus actos han vuelto a quedar impunes. 

"Se juntan ultras del Rayo con ultras del Deportivo para pegarse con ultras del Atlético de Madrid. Eso no es fútbol". Claro que no, es waterpolo y doma clásica. “Siempre hay algún hijo de puta entre cuatro mil”. Quién sabe qué recuento hubo en mayo de 2005, cuando un grupo de tipos con pasamontañas entró en las instalaciones del club, sin oposición alguna, parando un entrenamiento para “persuadir” a la plantilla del Atlético. Han pasado casi diez años desde aquello, pero ya saben, no tiene nada que ver con el fútbol. Habría bastado con impedir que fascistas y neonazis se agrupen exhibiendo colores que ofenden a una afición ejemplar. Gentes que, durante el encuentro, abroncaron y repudiaron al sector violento, porque sí quieren al Atlético. “No tiene nada que ver con el fútbol”. Es Cerezo, al que la prensa de este país hoy afea, pero al que le ríe los chistes, masajea y nunca recuerda la apropiación indebida del club, como cooperador necesario del finado Jesús Gil. “Yo no soy quien para disolver el Frente”. Es Gil Marín, el hombre que sí fue quien para ser condenado por estafar a su propio club y seguir dirigiéndolo, con el aplauso de los medios de (in) comunicación. Si no son nadie para expulsar del club a quien le avergüenza, cabe preguntarse qué demonios pintan ahí. ¿Quién les criticaría por expulsar a los violentos del estadio? Por primera vez en veinticinco años, les aplaudirían. 

“No tiene nada que ver con el fútbol”, dicen, mientras el resto de aficionados, que pagan su abono religiosamente y se han ganado el afecto de otras aficiones, tienen que soportar la humillación de ser señalados por los que llevan años riéndose de los muertos (Juanito, Puerta) y gritando que Aitor Zabaleta (asesinado en los aledaños del Calderón) era de la ETA. Gil, Cerezo y los radicales que siguen teniendo acceso al estadio por la inacción del club, tienen algo en común: entraron en el Atlético, pero el Atlético jamás entrará en ellos. Lo que sucedió no fue un accidente, ni un incidente aislado. No se puede tolerar ni un minuto más el brazo armado neonazi, fascista o comunista que, envuelto en los colores del fútbol, delinque y asesina a capricho. Los que dan palizas y asesinan, fuera del fútbol. Y quienes se inhiben y se lavan las manos, también. Gandhi dijo aquello de "ojo por ojo y todos acabaremos ciegos". El fútbol no puede seguir vendiendo cupones y dando bastonazos. Tiene que reaccionar. Necesita abrir los ojos. Ni un muerto más. 


Publicado en Eurosport