jueves, 19 de julio de 2007

La sonrisa del que se sabe superior

La primera vez que le vi marcar dejó al portero de pie sin necesidad de tirarle un solo amago. En cada carrera hacia el gol dejaba la imponente elegancia del felino salvaje y el sofoco lastimoso del defensor que le veía desaparecer. Como uno de esos privilegiados que viven un segundo por delante de los demás, aprovechaba cada jugada para reivindicarse como la estrella que siempre quiso ser.

En su zancada dejaba el aroma de un jugador distinto, como nunca habíamos visto a nadie igual no nos paramos a buscarle comparaciones, él era él desde que nació y como una promesa cumplida, creció y se consagró al otro lado del Canal de La Mancha. En el fútbol de hoy, acostumbrado a vivir a mil por hora, sus piernas encajaron como la última pieza de un puzzle, porque sus arrancadas eran alardes para la fortuna y sus goles eran la cúpula del delirio colectivo.

Consciente de la superioridad con que le había dotado la naturaleza, en cada celebración dejaba patente la semilla de su constancia. La mano en la boca, el dedo en el horizonte y las piernas en vilo. Cada gol portaba el sello distinto de su festejo. Por eso le amaron. Por eso le odiaron. Por eso le envidiaron. Y es que él siempre supo que como la alta competición requiere grandes exigencias, solamente el que tiene mejores condiciones es el primero en llegar a la meta.

Su silencio portaba los remos del asombro, su media sonrisa llevaba impregnada la superioridad de su consciencia y su paso firme dibujaba cada una de las promesas que fue cumpliendo. Manejábamos nuestro destino mientras le veíamos jugar y deseábamos que el balón llegase a sus pies para ver que inventaba. Rugíamos hacia adentro cada vez que le veíamos pisar el área porque sabíamos que sus goles eran distintos. Temblábamos cada vez que nos tocaba enfrentarnos a él porque siempre estábamos expuestos a uno de sus días buenos. Soñábamos con verle jugar algún día en nuestro equipo porque deseábamos que nuestros aplausos fuesen aún más certeros.

Hoy el Barça nos lo regala para nuestra liga y todavía hay algunos que se precipitan para lanzarse a lamentar la falta de criterio. Puede ser que su presencia sea la gota que colme el vaso de un corral repleto de gallos recelosos. Es posible que su titularidad provoque suplencias que terminen en estallidos. No pensemos ahora en ello. Cuando fracase, ya tendremos tiempo de tirarnos a su yugular y echarle en cara todos sus defectos. Ahora disfrutémosle. Quizá no mejore lo que ya hay, pero sí que le aporta un toque de distinción. Aún no se ha puesto la camiseta azulgrana y yo ya le estoy aplaudiendo. Tócala otra vez Monsieur Henry.

lunes, 16 de julio de 2007

Gotas de actualidad

- Se hartaron los panfletos y noticiarios de vendernos un duelo Madrid - Barça en la final de la Copa América personalizado en las figuras de Robinho y Messi, y ahora todos se despiertan intentando hacernos creer que el Madrid ganó el duelo de Maracaibo. Yo, como solamente me fijo en los futbolistas y en las camisetas que visten a la hora de llorar, reir y celebrar, me hago eco de que el auténtico triunfador fue Brasil. Un país que hoy vuelve a bailar la samba y entierra, de una sola palada, todos los augurios y temores que le habían situado a la cola del favoritismo. Empezaron perdiendo y todos colgamos a Dunga, terminaron ganando y, una vez más, nos levantamos siendo conscientes de que, pese a los escupebalones, Brasil sigue siendo Brasil. Y pobre de nosotros cuando deje de serlo. Eso sí, sin Dunga, mucho mejor.

- El triunfo de Brasil comenzó a cuajar con la salida al campo del jugador del año; ese tipo que lo abarca todo. Tiene narices que tuviese que producirse la lesión de un compañero para que Daniel Alves saltase al terreno de juego. Como el hambre de este chico no tiene límites, Argentina se encontró de repente con la obligación de tapar, al mismo tiempo, a un defensa, un centrocampista y un atacante. Todo ello en el mismo jugador. Si el Balón de Oro se otorga al más mediático, entonces será Kaká o Cristiano Ronaldo quienes obtengan el honor de recibirlo. Si por el contrario, se otorga al futbolista que ha estado en todo, en todas y todo lo ha hecho bien, entonces, podeis contradecirme, pero yo ya tengo elegido a mi candidato.

- Este título de Brasil empaña el fracaso de sus juveniles cuando, la semana pasada, cayeron eliminados ante los nuestros en el mundial sub 20. Como ni la tristeza ni la alegría permanecen para siempre en el mismo barrio, es ahora cuando nos toca llorar a nosotros y vender la derrota de nuestros chavales como un mordisco del infortunio. Lo cierto es que España hizo mucho más que la República Checa para ganar el partido, pero como dijo un día Di Stéfano, los goles no se merecen sino que se marcan. Pues eso, a casa con la cabeza bien alta y soñando con alcanzar algún día la titularidad en sus equipos. Eso sí que sería una gran victoria.

- Ni la Copa América, ni Robinho, ni Messi, ni Dani Alves, han conseguido empañar la expectación generada, en estas tierras capitalinas, por el derbi que se jugará el próximo día veinticinco de agosto y que abrirá a lo grande la liga. Por los ambientes madridistas se respira la confianza que otorga saber que no pierden contra el rival desde que nació el nuevo siglo. En el lado rojiblanco sigue habiendo más miedo que vergüenza, y es que aún duelen las rozaduras que han provocado la venta del ídolo. Será un gran duelo y, como siempre, más que un partido. Empezar dando primero en un choque de semejante trascendencia significa enseñarle al mundo y a los rivales el conjunto de credenciales con los que cuentas. Aún queda un mes y pico y todos estamos deseando que el partido ya haya terminado.

- Se comenta que tras la llegada de Beckham, Los Ángeles Galaxy quiere ahora fichar a Ronaldo. Vista la locura que ha generado el fichaje de Becks, si estos yankis entendiesen de fútbol, se volverían locos por completo con la llegada de Ronie, pero como ellos solamente entienden de una cosa que llaman soccer... Si se concretase, que no creo, tres cosas quedarían bien claras; que los dueños de locales nocturnos de california se empezarían a frotar las manos, que nadie en Estados Unidos querría ser portero y que Capello no entrenaría a los Galaxy.

- El Atlético pierde a Torres e intenta ilusionar a su maltrecha afición vendiendo el humo de Quaresma. Como el crack del Oporto es un lujo imposible, ahora entran en la puja por Simao sin pararse a mirar a los ojos de la ilusión. El Zaragoza pierde a Milito y a los tres días tapa el agujero con su pareja de baile en la selección argentina pasando por encima del Villarreal ¿Queda clara la diferencia entre hacer las cosas bien y hacerlas mal?

- Volviendo al Atlético, ahora dicen que quiere a un portero portugués de trece años. La cualidad más llamativa a la hora de plantear la inversión es que, a su edad, ya mide un metro con ochenta y siete centímetros. Teniendo en cuenta que con esa progresión es fácil que con veinte años mida dos metros y otro poquito, se me ofrecen un par de dudas. Una es que el equipo que se haya interesado por él sea el Atlético de Madrid y no los Chicago Bulls. La otra es que si lo que importa, princialmente, es la altura, que tome nota García Pitarch, porque esta mañana Roberto Dueñas ha dejado el baloncesto y ahora su fichaje costaría cero euros. Si lo que queremos es fichar sin gastar...

- En cuanto a los fichajes, el pueblo llano nos debatimos en una tertulia que se repite cada verano y que es la que se pregunta qué equipo ha fichado mejor, Real Madrid o Barcelona. Mientras muchos se paran en soñar con los goles de Henry y los cortes limpios de Pepe, me bajo yo hacia el sur y aplaudo al Sevilla porque siguen sin abandonar su posición de alternativa seria y están fichando sin hacer ningún ruido, pero muy bien. Ole por Monchi.

viernes, 13 de julio de 2007

Goles que quitan el sueño

Valga, como principio, y a modo de aclaración, aunque no se trate de una cuestión interesante para la audencia de este modesto espacio, que desde hace unos meses, y en espera interminable a recibir las llaves del que será nuestro futuro hogar, Sagrario y yo nos vemos obligados compartir techo entre las arrendadas paredes de un pequeño piso. Sirva para aclarar que allí, mi sed de fútbol está atravesando por una travesía interminable en el desierto de la nada, porque en él perdí el privilegio de parabólica e internet del que gozaba en el hogar paterno y que me ayudaban a no perder comba en cuanto a la globalización del fútbol se refiere.

Para alcanzar la información y haceros llegar mis humildes textos, tengo que aprovechar los pequeños momentos furtivos que me brinda la conexión de mi lugar de trabajo. Amén de todo ello, y de una manera extraña y sobre la que no estoy dispuesto a investigar, a mi hogar de prestado llega la señal alemana del canal deportivo Eurosport, y es aquí donde comienza una pequeña historia que se fraguó a cientos de miles de kilómetros de distancia, pero que yo relamí desde la mullida y cómoda posición que me otorgabá el sofá.

Era tarde, demasiado tarde para un tipo que, como yo, debe pelearse cada mañana con el sonido infame del despertador, pero la emisión del Argentina - Polonia del mundial de fútbol juvenil me obligaba a mantenerme luchando contra los azotes del sueño. Si aguanté despierto no fue tanto por mi cariño hacia el fútbol como porque, en el fondo, esperaba que sucediese algo. Y sucedió.

A veces, los grandes jugadores realizan jugadas tan inverosímiles, que te obligan a pestañear durante un par de ocasiones para terminar por cerciorarte de que lo que has visto es real. La jugada del Kun de anoche reúne la clase, la precisión y el talento de los tipos que han nacido para jugar al fútbol de verdad. Por un momento viajé a Sevilla, ocho años atrás, y contemplé a Mendieta ridiculizando a la defensa del Atleti. Un instante después, Agüero ya celebraba su envite y su regalo. Por goles así, merece la pena sufrir por un latigazo de sueño.

Cuando contemplas a estos tipos pequeños, capaces de plasmar en el verde, lo que tú tantas veces imaginaste en sueños, te sientes satisfecho de amar al fútbol por encima de todas las cosas. Cuando celebras inconscientemente estos goles por sentirte testigo estelar de la oportunidad, te sientes en deuda con el destino por haberte hecho partícipe de un momento inolvidable. Cuando terminas por ser consciente de que el jugador que te hizo vibrar juega en tu equipo, no te queda otro remedio que el de esbozar una sonria infinita y volver a ilusionarte, una vez más, por lo que está por venir y nunca llega y por las malditas promesas que nunca se cumplen.

miércoles, 11 de julio de 2007

El chico maravilla

El proceso autodestructor que conduce al fútbol hacia la apatía, obliga a los jugadores pequeños y livianos a alzar la voz para poder escapar del umbral del olvido. Como a estos futbolistas les achacan falta de presencia y contundencia, deben golpear sobre la mesa de las verdades utilizando el arma que siempre distinguió a los buenos de los malos futbolistas: la inteligencia.

Los futbolistas que juegan a asociarse suelen venir descritos con un estigma de admiración en el rellano de su envase; se dice que juegan fácil. Si jugar fácil es tocar rápido, buscar los espacios, desmarcarse y obviar los adornos para poner el balón en los lugares de dolor ajeno, entonces ¿Por qué hay tan pocos jugadores que juegan fácil? Sencillamente, porque en fútbol, lo fácil es lo más difícil.

Como sigue habiendo muchos visionarios empeñados en estrellarse contra el muro del choque y el balón a seguir, la vista se encuentra agradecida de encontrar jugadores como Andrés Guardado. Símbolo en México y promesa a nivel mundial, anduvo unos días dudando entre marchar a un equipo grande en una liga chica (PSV) o partir hacia un equipo chico en una liga grande (Dépor). Igual que el valiente que echa el resto con sus cartas, decidió medirse a jugadores consagrados para seguir creciendo, aún sabiendo que con ello abandonaba la oportunidad de afamarse entre el colchón de los títulos secundarios.

Esta noche volveremos a contemplar sus evoluciones en su choque más trascendental de la Copa América, y dentro de muy poco podremos disfrutarle como una nueva perla más que aterriza en nuestra liga para continuar puliendo el brillo de su prestigio. Bienvenido a España, Andrés.

lunes, 9 de julio de 2007

El fútbol de Christian

Inauguro una nueva sección en la que espero dar cabida a las experiencias y sentimientos que el fútbol ha generado en todos los "blogeros" a los que sigo y a todos los que me siguen.



Todavía hoy puedo recordar por qué me gusta el fútbol. Yo era un criajo, y en uno de mis cumpleaños mi tío me regaló una camiseta de rayas azules y blancas que llevaba una inscripción de Bankoa. Realmente desconocía el motivo de esa camiseta, pero me la enfundaron con un total desacuerdo por mi parte y salieron a lucirme por Donosti. A esa camiseta le acompañaba un balón de colores similares a la camiseta rayado con rotuladores. Seguía sin entender nada. Pero a día de hoy todavía guardo esa pelota. Desde entonces, y casi sin querer, comenzó una relación de amor y odio hacía el fútbol. Mis primeros recuerdos se remontan al Mundial del 94, todavía añoro a un tipo con coleta destrozando defensas y perviven en mi unas imágenes de un buen hombre vestido de rojo y con la cara manchada de sangre. Después inconscientemente asistí al mejor partido del mundo. Un equipo que vestía con mi misma camiseta destrozaba a unos leones con piel de lindos gatitos. Ya, más conscientemente llegó el Mundial de Francia. Desde mi más absoluto desconocimiento vaticiné el triunfo de la blue, posiblemente porque eran los que jugaban en casa. Así fue. Un rubio levantaba al cielo de París el trofeo que me hizo participar del fútbol. Me abrió los ojos y me sentí importante. Quise empezar a vincularme al fútbol, pero mi escasez de cualidades me apartó a la portería y después me sacó fuera de los campos de juego.

Recuerdo también que unos años antes mi padre me regaló una colección de pins que le dieron comprando el periódico. Habían algunos bastante feos, ninguno me llamaba demasiado la atención. Sólo uno tuvo ese encanto especial que se requiere para enamorar a un niño de 6 o 7 años. Era un óvalo, era blanco y negro, tenía un caballo rampante y una inscripción que decía Juventus. Ese me gustó y, sin saber de qué era o qué representaba, lo hice mío. Entonces llegó un día que traía lo que ahora llamaríamos noche de Champions. Jugaba el Real Madrid. Mi padre y mi hermano se sentaban prestos en el sofá delante de la tele para abducirse por la ilusión que te da el ver a tu equipo. Realmente yo me abstuve, además jugaban contra un equipo con una camiseta que me parecía horrorosa, azul con unas estrellas en los hombros, no lo llegaba a entender. Pero en un momento dado, al inicio del partido, mi hermano me recordó que jugaba el equipo de mi pin, que aún no sabía a qué pertenecía. Me senté en el sofá y la camiseta que minutos antes me parecía horrenda me embelesó. Los ‘míos’ le dieron un baño al Real Madrid. Mi hermano estaba molesto, muy molesto. Yo no lograba entender el porqué de tanto enfado, pero el Madrid había caído eliminado en Champions League a costa de un equipo al que aprendí a querer en ese momento. Había un chavalín en ese partido que mi hermano maldecía continuamente, le hacía la vida imposible a su equipo. Ese jovencito era Alessandro Del Piero, el primer nombre que me aprendí, y desde entonces mi único ídolo.

Después crecí, ese mismo año la Juventus ganó la Copa ante el Ajax en el partido donde descubrí lo que eran los penaltis. Crecí con una quinta no tan famosa como las de los sesenta o los ochenta. No había súper Ajax, ni Liverpool, ni Real Madrid glorioso. Tampoco había rastro de los Di Stefano, Gento, Maradona, Pelé, Cruyff, Beckenbauer, Platini o Van Basten. No. Yo crecí viendo jugar a otros como Zidane, Vialli, Kluivert, Desailly, Zola, Sheringham, Michel, Kahn, Herny, Maldini, Shevchenko, Butragueño, Buffon, Zamorano o mi ídolo Alex Del Piero. Puede que no sean tan famosos ni estén tan reconocidos. Pero son con los que he crecido y con quienes he aprendido a amar el balón.

Como en todo, he vivido momentos buenos y momentos malos en el fútbol. Una balanza no sé hacia a qué lado se decantaría, pero así, a bote pronto, diría que caería al lado de los buenos, aunque son más frescos los momentos de agonía. La Real me ha dado muchos momentos malos, pero me siento muy orgulloso de ser de la Real, todos estamos orgullosos de animar a los txuri urdin. Con ellos he vivido, sin duda, el peor momento de mi vida. Hace tres semanas, sin ir más lejos, un equipo irreconocible abandonaba la Primera División tras cuarenta años de gloria en la máxima categoría. También me ha hecho vibrar. Si antes decía que tuve el honor de asistir de manera inconsciente al mejor partido que he visto en mi vida. Cada una de las veces que lo he visto me ha hecho sentirme más grande y más orgulloso. Para mí ese partido es la máxima expresión del fútbol. Quizá me guste tanto porque la falta de fútbol ahora me obliga a sobre valorar lo de antes. Pero ese 5-0 al Athletic en Anoeta con hat-trick de Meho Kodro no lo olvidaré en mi vida. Y yo estuve allí. Después la Real empezó un declive gradual que disimulaba la caída. Un proceso de descomposición integral. Hubo un momento de volver a ser la Real hace ya 5 años. La Real me hizo vivir uno de los momentos más tensos de mi vida. Milagrosamente el equipo de Denoueix se encaramó a los puestos altos de la tabla. Tras caer en Valladolid con un cierto ridículo llegábamos a la última jornada con la posibilidad de ganar la Liga. La Real jugó su partido, lo ganó, pero el Madrid de Del Bosque también lo hizo y nos arrebató un título que aún muchos consideramos nuestro. Al año siguiente la suerte me sonrió y deparó un choque entre mis equipos en competición europea. Viajé a Turín con la esperanza de que la Real fuera la de Denoueix y no se asustara ante la Signora. Pero no. Llegué al impresionante Delle Alpi unos minutos tarde. Unos minutos que pasé en un atasco preso por los nervios, había ido hasta Italia para ver jugar a la Real y no podía verlos. Llegué en el minuto 7 de partido. La Real ya perdía 2 a 0. Como decía he vivido para mí muchos momentos mágicos, pero también muchos trágicos. Ya con toda mi madurez futbolística viví el Mundial de Corea. España ilusionaba, a mi me ilusionaba. No sabía ni cual era el nivel real de nuestra selección, pero pensaba que lo ganábamos. Después un egipcio se cruzó en nuestro camino y nos hizo llorar lágrimas de rabia e impotencia a partes iguales. Helguera era España.

Como estos tengo mil momentos que podía recordar. El renacimiento del Chelsea, el Arsenal invencible, la Juve de Capello, el Manchester campeón de Europa en el descuento. Son momentos que nunca olvidaremos. Cada uno cogemos lo que nos gusta. Es evidente, nos gusta el fútbol, y nos gusta mucho. Todos mis recuerdos se relacionan con él. Mi tío me regaló aquella camiseta albi-azul cuando yo no sabía lo que era un balón. Posiblemente para él el fútbol también fuera lo más grande.



P.D. Christian tiene diecinueve años, es un donostiarra que ama al equipo de su ciudad y además es hincha de la Juventus de Turín. Es administrador de los blogs "La Ley de la Contra", "Más y Más Fútbol", donde realiza un exhausto repaso a la actualidad del fútbol mundial, y "Curva Bianconera", un completísimo espacio dedicado a la Juve.

jueves, 5 de julio de 2007

El año que morimos peligrosamente

1950 no fue un año demasiado agitado a nivel internacional. Las grandes potencias aún se relamían las heridas de una guerra que había destrozado el mundo y los que lo habían perdido todo buscaban reencontrarse con sus raíces en la tierra prometida. La ONU dividió Jerusalén y la molesta Palestina comenzó a ver crecer el germen que desembocaría en decenas de miles de cadáveres sobre la infamia. Las monarquías europeas se agitaron con la renuncia al trono del rey belga y la coronación de Gustavo VI en Suecia. En Inglaterra, el partido laborista obtenía el fruto del poder y en Alemania, Klaus Fuchs era detenido por sus favores secretos a la Unión Soviética; era el comienzo de lo que durante décadas fue conocido como "Guerra Fría". Hollywood se vestía de gala con el estreno de "El Crepúsculo de los Dioses", la literatura lloraba la muerte del galáctico George Orwell y la Fórmula 1 nacía para convertirse en el rey midas del deporte.

Pero aparte y en instantes paralelos a algunos de estos acontecimientos, en 1950 se disputó en Brasil el tercer campeonato del mundo de fútbol y para muchos, significó el principio del fin y fin del principio de dos países que durante años lloraron sus fortunas y sus miserias.

No se le pusieron mal los intereses al anfitrión en vísperas de comenzar el campeonato. La mayoría de países del este, encabezados por la Unión Soviética, rechazaron disputar un campeonato que consideraban politizado por occidente. Brasil se quedaba, sin derrochar esfuerzo alguno, libre de disputar sus partidos más difíciles. Comenzaba a limpiarse el camino hacia la gloria.

Un camino en el que pudieron encontrarse a Inglaterra. El país que sirvió de cuna y origen al fútbol, participaba por vez primera en un mundial y lo hacía como un único país; separada del rigor olímpico, dejó atrás cualquier unión con Escocia, Gales e Irlanda, y se presentó en Brasil con la intención de demostrar que nadie le había arrebatado la corona honorífica. Pero Inglaterra se había convertido en una nación desquiciada por una guerra que si bien la había fortalecido estatalmente, había desquebrajado todas sus infraestructuras. Brasil ganó un duelo ficticio en lo competitivo pero alentador en lo moral y continuó firme un camino prediseñado.

Y fue un británico, el árbitro Mervin Griffihs, quien se encargó de aplanar de una manera más sibilina ese camino de rosas que entre todos habían plantado para rendir pleitesía al anfitrión. Instantes antes del partido que enfrentó a Brasil contra Yugoslavia, el medio volante balcánico, Rajko Mitic, golpeó su frente violentamente contra el marco de la puerta de acceso al terreno de juego. Inmediatamente, la sangre manada provocó una alarma general. Las normas de la época, demasiado estrictas para la competición, impedían realizar cambio alguno una vez confirmado el once titular. Los yugoslavos solicitaron una demora de quince minutos, el tiempo suficiente para que su organizador recuperase la conciencia y pudiese estar a punto para disputar el choque. Los brasileños, por su parte, y conscientes de la relevancia que otorgaba Mitic a su rival, impusieron la necesidad de jugar y el colegiado, demostrando un inexistente sentido del decoro, ordenó a los equipos saltar al terreno de juego.

Mitic regresó al cuarto de hora, justo el tiempo de cortesía que sus compañeros habían solicitado, pero en aquellas circunstancias, haber jugado quince minutos en inferioridad ante la imparable selección brasileña suponía poco menos que un suicidio. Ademir marcó a los cuatro minutos y más tarde Zizinho repetiría faena goleadora.

Ya con el partido a favor de Brasil y con una Yugoslavia exhausta por el esfuerzo, el inolvidable Griffihs rizó el rizo aplicando la normativa con una demora que rozaba el esperpento. Medio partido fue lo que tardó el juez en cerciorarse de que el jersey blanco que lucía el portero yugoslavo, era tan similar a las zamarras brasileñas que a alguien podría inducir a cometer un error de percepción. Mrkusic cambió el blanco por el negro y saltó de nuevo al terreno de juego, pero en el aire siempre quedó una pregunta ¿Hacen falta cuarenta minutos para darse cuenta de algo tan evidente?

Minutos antes de la final ante Uruguay, el presidente de la federación brasileña se introdujo en el vestuario brasileño para obsequiar a cada jugador con un reloj de oro grabado con una leyenda que se convirtió en maldita: "Para los campeones del mundo". De igual manera, preparó once limusinas en la puerta del estadio para que se encargasen de devolver a los héroes a sus hogares tras el partido. Las imprentas del país ya tenían las prensas calientes para imprimir la portada de los campeones, las carrozas de carnaval esperaban impacientes en las calles de Río, la Casa de la Moneda brasileña acuñó una colección de monedas conmemorativas con el nombre de cada jugador nacional, la banda de música nacional acudió a Maracaná para tocarle al campeón sin una partitura del himno uruguayo y el presidente de la F.I.F.A, Jules Rimet, guardaba en su bolsillo un discurso de homenaje escrito en portugués. Todo estaba escrito de antemano.

El gol del empate, marcado por Schiaffino, no amedrentó a un estadio abarrotado de brasileños alborozados por la victoria. El empate era bueno para Brasil y el campeonato, por tanto, era cuestión de minutos. Por eso, el gol de Ghiggia significó una puñalada en el corazón de cada espectador. Maracaná enmudeció. Y Ghiggia, que anticipó una década la presencia de los sonidos del silencio que intentaron describir Simon y Garfunkel, describió así la jugada del gol: "Me fui derecho al arco con poco ángulo. Cuando un defensor me salía a cruzar y Barboza se abría para cortar el centro, tiré al arco y entró. Barboza hizo la lógica y yo la ilógica". Así de simple.

Minutos antes del final, antes del segundo gol de Uruguay, Jules Rimet se retiró a las dependencias del estadio para preparar el protocolo de homenaje al campeón. Cuando le dieron el visto bueno para entrar en el césped, Maracaná estaba mudo y el presidente sospechó que algo raro había ocurrido. Tomó la copa y se dirigió al capitán brasileño para entregársela en el ejercicio de su lógica al tiempo que comprobó como se precipitaban los acontecimientos. Obdulio Varela se acercó con el pecho alzado y le arrebató la copa de las manos para levantarla hacia el cielo. Fue el único grito que se escuchó en Maracaná; las doscientas mil personas restantes guardaban un doloroso silencio.

La historia, a pesar y en consecuencia de todo, fue injusta tanto para los vencedores como para los vencidos. Miles de brasileños, sumidos en un proceso depresivo optaron por morir a afrontar la derrota, algunos jugadores, mención especial para el portero Barboza, fueron acusados de malditos y el color blanco fue declarado improcedente y desapareció para siempre de las equipaciones cariocas.

Al negro Varela no le fue mucho mejor. Tras alcanzar la gloria y el estatus de Dios para sus paisanos, el tiempo fue demacrándole y olvidando todo lo que entregó por Uruguay. Vivió rico en honores pero murió en la más absoluta miseria, agarrado a un recuerdo brillante y suplicando una limosna que nunca le llegó. Pese a la victoria, no hubo medallas de oro para los ganadores. El reparto fue tan vergonzoso como la injusticia que desprendía; para los directivos uruguayos el metal dorado, para los futbolistas medallas de plata. Puede que los acontecimientos se hubiesen concentrado para jugar en contra del gran Obdulio, pero él nunca callaba ni nunca calló. Con la copa en las manos y sentado en el avión que les había de devolver a Montevideo, el piloto indicó que el aparato no despegaría hasta aligerar su peso. El capitán se levantó y sujetó el hombro del dirigente que les había ninguneado durante todo el torneo. "Usted abajo", le ordenó. Genio y figura. Hasta la sepultura.

Más historias y anécdotas sobre este y otros mundiales en próximos capítulos de esta nueva sección.

miércoles, 4 de julio de 2007

El fútbol no para

Como un collage de pequeños trazos y en el mismo formato desenfadado con el que nos deleita nuestra amiga silvi en su magnífico blog, me hago eco de las últimas noticias que acaparan la actualidad estival y es que, como ya dijimos en anteriores ocasiones, el fútbol no descansa ni en vacaciones.

- Torres se despide del Atlético entre aplausos. Para algunos un error y para otros un acierto, la afición rojiblanca se divide compartiendo el dolor por la marcha de su símbolo. El jugador ha descrito la oferta del Liverpool como irrechazable y los que quedamos cojos de sentimiento e ilusionados por ese futuro que nunca llega, aunque no creamos que su marcha haya sido fruto de un deseo personal, no nos queda otro deber que el de darle gracias y desearle suerte.

- Pese a ello, la noticia de portada es el posible fichaje de Chivu por el Madrid. Posible porque solamente se conoce la palabra de un intermediario, posible porque el Barça aún no rechaza su incorporación. Mientras tanto, sigue mirando de soslayo a Gabi Milito pese a que este ya tiene un acuerdo con la Juve. Si al final se le escapan los dos se verá con Puyol lesionado y con las vergüenzas al aire. Mientras tanto, el Madrid repartiendo centrales como si de una partida de póker se tratase. Y como de delanteros, anda el Barça sobrado, fichan a Henry que es lo que al parecer cubre sus necesidades. Bien por Txiqui.

- Lampard rechaza una oferta de nosecuantosmil euros a la semana (se me nublan los ojos de imaginarlo) y las malas lenguas dicen que el Barcelona anda detrás. Sería otro acierto de Txiqui, el de contratar a otra estrella para la zona donde más cojean; la línea de creación. Debe ser que Iniesta, Xavi y Deco no le llegan a este ni a la suela de las botas. Yo, en el fondo, hasta comprendo a este hombre; entre tener una pasta en Barcelona a tener un pastón en Londres, donde llueve hasta en verano (a ver si termina de una vez el partido de Nadal) pues, perdonadme, pero como que no hay color.

- Regresando al Liverpool y e insistiendo con el Barça, quisiera destacar la magnífica gestión de Laporta en el trabajo de cantera. Si no le terminaron de satisfacer las fugas de Cesc y Mérida y el descenso del filial, ahora es Daniel Pacheco quien se marcha a los brazos de papá Benítez. Gran trabajo el de Rafa, por lo alto se lleva a Torres y por lo bajini le birla al Barça a su mejor jugador cadete. En tres años, el Liverpool campeón de todo. Y si no, que le quiten lo bailao, porque haga lo que haga ya nunca caminará solo.

- Mientras el Atlético despide a Torres, Forlán está a su bola disputando la Copa América. Hasta el momento el balance es de cero goles marcados, un partido ganado y clasificados de rebote y sufriendo como uno de los dos mejores terceros. Sí, ya es jugador del Atleti.

- El Betis anuncia un acuerdo con Cúper y reafirma su política de promocionar técnicos jóvenes y sin experiencia. Serra, Irureta, Luis Fernández y ahora el argentino del golpecito en el pecho. Que no se preocupe Luis que cuando las connotaciones le permitan dejar la selección ya tiene trabajo en Sevilla.

Por ahora nada más. Saludos y felices vacaciones a los que tengáis la suerte de iros (desde aquí no podéis ver mi cara de envidia).

martes, 3 de julio de 2007

Cualquier equipo está por encima de un jugador

La vida y el fútbol dan tantas vueltas y caminan tan deprisa que a menudo bastan un puñado de meses para olvidar todo lo acontecido durante años. Como solamente los nostálgicos vivimos del recuerdo, solemos olvidar que el presente solamente se convierte en esplendoroso cuando se aferra de la mano a un futuro que prohibe mirar atrás. De esta manera, ninguna marcha puede resultar más traumática de lo permisible ni ninguna operación puede truncar el devenir de un club, porque más allá de los jugadores, los aficionados, la historia y el escudo permanecen para siempre.

En los años cuarenta llegó al Atlético un demoledor delantero llamado Pruden. Una temporada, un título de liga y treinta y tres goles después hizo las maletas para regresar a casa. El Atlético no desapareció.

Años después, otro delantero llegó al Metropolitano para rememorar las actuaciones de aquel joven estudiante de medicina que había dejado al club huérfano de gol para retomar sus estudios de medicina. Se llamaba Pérez Payá. Tres años, dos títulos y un centenar de goles después, rompió su ficha de amateur para enrolarse en las filas del Real Madrid. Y el Atlético continuó viviendo.

En los sesenta, en pleno auge y crecimiento, el club contaba con la mejor banda izquierda del continente. Peiró y Collar se encargaban de amargar la tarde a cada uno de los defensores que osaban alcanzar el balón. Les bautizaron como el ala infernal. Tras el título de la Recopa del 62, Joaquín Peiró, al que apodaban "el galgo", se marchó a Italia para seguir prosperando, dejando coja el ala que tanta fama había alcanzado a nivel mundial. Pese a ello, el Atlético siguió creciendo.

Cuando al equipo le acuciaron sus primeras crisis en el plano deportivo, contaba con un matador del área en el que se arropaban los aficionados a la hora de festejar sus pocas alegrías. Se llamaba Hugo Sánchez y pese a ganar el pichichi y un título de Copa, no tardó en dejarse seducir por los cantos de sirena que sonaban en la acera de enfrente. Y el Atlético siguió jugando.

De aquel Atleti de los noventa que tantas veces me hizo vibrar, llorar y temblar de pánico, recuerdo sus partidazos ante los grandes y la figura inalcanzable de Paulo Futre. El portugués, que llegó como un mesías a tierra prometida, fue recibido con los brazos abiertos y despedido con un reguero de lágrimas. Mientras le veíamos en la lejanía del pasado enfundado en la camiseta del Benfica, nos vimos obligados a seguir mirando hacia adelante porque pese a todo el Atlético de Madrid seguía existiendo.

Más allá de lo mucho o poco que haya aportado Fernando Torres al equipo, no es momento hoy de pararse a llorar y mucho menos de afinar la garganta para increpar una decisión que hace tiempo debió haber tomado. Para el jugador, esta nueva experiencia le servirá para obtener las aspiraciones que aquí nunca tuvo. Para el Atleti, el dinero obtenido debe servirle para apuntalar las necesidades que suplica su preocupante agonía. Mirando al sur está el ejemplo; el Sevilla vendió a sus estrellas y no se entretuvo en lamentarse. Y es que el fútbol viaja tan deprisa que apenas unos meses bastan para olvidar todo lo acontecido durante años. Suerte, Fernando.