lunes, 26 de febrero de 2018

Pie de seda, inteligencia superior

El tipo que jugaba andando se movía con pasos de lince al acecho. Un trote cochinero que le habría convertido en una víctima propiciatoria en una jungla de demagogos y que, sin embargo, terminó por definirle como un tipo diferente. Le gustó enfrentarse al mundo, más que nada porque no paró de enfrentarse a sí mismo. Le gustaba la mirada torva y la palabra escueta. Era frecuente encontrarle con un cigarrillo en los labios e, incluso, en las fiestas de guardar con alguna cerveza en la mano, pero en el césped era el jefe de la tropa. Miraba de soslayo y ocupaba la parcela ancha. Raramente se movía de allí, raramente perdía una pelota, raramente no era la primera opción de salida para sus compañeros.

Para triunfar siendo lento hay que reunir dos condiciones primordiales; la primera, es un pie de seda. La segunda, una inteligencia superior. Con esas dos condiciones, aplicadas en un grado superlativo, Stefan Effenberg, se convirtió en el cacique central de uno de los más poderosos Bayern de la historia. El equipo que jugó dos finales de Champions consecutivas y que se partió el lomo en varios duelos a vida o muerte contra un gran Real Madrid. Allí saltaban chispas y fogonazos; allí, donde las batallas morían en el área, se ganaban en el centro del campo gracias a tipos con cabeza fría y los pies calientes. El magisterio de Effenberg era sencillo de aplicar pero complicado de contrarrestar. Siempre libre, jugaba a uno o dos toques y volvía a aparecer para cambiar el juego a una de las dos bandas. Una y otra vez. Aunque era lento, aunque no era hábil, era el mejor de todos porque todos sabían que de sus pies saldría, alguna vez, el pase o el disparo definitivo.

jueves, 22 de febrero de 2018

Divide y vencerás



Los intereses espurios, las ganas de dividir, el ansia por el titular, y sobre todo, la batalla por la destrucción ajena, ese fin tan común del ser humano que, guiado por la rabia, tiende a odiar el éxito ajeno porque sabe que cada conquista de su vecino es una muesca contra su parcela de orgullo personal.

Estar por delante del más poderoso siempre estuvo mal visto. Durante años, fue motivo de mofa fácil eso de tener un compañero atlético en la oficina. Cada lunes, por haber sido cómplice silencioso de un ridículo nacional, el compañero indio era la presa más fácil dentro de la jungla de la diversión. Mientras callábamos éramos más guapos porque sabían que su superioridad, aunque intosible, más que prolongarse, lo que hacía era perpetuarse. Cómo iban a imaginar ellos que les iba a salir un grano en la plenitud de su nalga.

Nos han ganado dos finales de Champions, nos han apeado otras dos más en las rondas, han ganado una liga ganándonos en campo propio y aun así sigue recelosos de quien nos devolvió el orgullo. Porque hubo un tiempo en el que el Atleti no le peleaba la liga, no le peleaba la copa y, lo que es peor, no le peleaba la Champions. Era más cómodo tener un despojo por vecino, tener un residuo al que devolver, después de cada previa de derbi, al cubo de la basura.

Por ello, cuando encuentran un motivo para la desestabilización, saltan como buitres porque para ellos, la carroña es su plato favorito. No hace mucho que fue el propio Fernando Torres quién salió a decir que no permitiría una división en el atlético entre él y su entrenador. Dio igual. El entorno y aquellas chinches de lunes negro ha pasado al ataque porque para ellos es más útil un Espanyol que un Inter de Milán. No quieren compartir la tarta y prefieren dividir porque saben que en aquel precepto romano del “divide y vencerás”, pueden encontrar un motivo de discordia, el punto de soldadura donde quebrar la fusión generada entre una grada agradecida y un entrenador apasionado.

Deberían saber que aquí no existen torristas ni cholistas, que no hay dos bandos porque nosotros no somos de esa especia de pseudoaficionado al que de manera tan sibilina quiso bautizarles uno de sus últimos entrenadores. Aquí, el único bando, la única misión, el único sentido de nuestras aspiraciones es uno y se llama Atlético de Madrid. Que lo sepan los metemierdas, que lo sepan los interesados, que lo sepan los hijos de la pataleta. Si no les basta con ganar, que aquí no vengan a pisotear. Ni dos, ni mil; somos uno, somos propios.

miércoles, 21 de febrero de 2018

El error como esperanza

El error era la única esperanza del Barça. El Chelsea defendió bien; cubrió los pasillos centrales, taponó los carriles, ahogó a Messi y no permitió a Suárez recibir de cara. Por ello, una vez se hubo puesto por delante, fueron muchos los que se vieron abocados al desastre porque el Barça jugaba en un rondo perpetuo pero carecía de profundidad. Un equipo plano, muy correcto en la circulación y muy preciso en la triangulación en corto, pero que veía como las luces se apagaban en la zona de tres cuartos. El mérito, claro está, era de un Chelsea que había trabajado el partido desde hacía meses, que conocía a fondo los secretos el Barça y que alejó a Messi del área no concediendo faltas en la frontal y cortocircuitando el pase hacia los laterales. De aquella forma sólo el error se presentaba como espontáneo aliado de un Barça que picaba pero no horadaba, que insistía pero no asustaba. Y el error llegó de la peor manera; porque una defensa que había dado un clínic de seguridad, olvidó los preceptos básicos del fútbol y jugó un balón en horizontal dentro de su propio área. Si Iniesta y Messi están por medio, el error es un caramelo. En la vuelta, a priori, el Barça parece favorito, porque cuenta con la ventaja y con el factor campo, pero ojo, que nadie se olvide que, nos guste más o menos, este Chelsea tiene un plan. Y anoche, durante muchos minutos, comprobamos que lo sabe ejecutar.


martes, 20 de febrero de 2018

Preparado para el desafío

El tiempo es el inescrutable juez que termina poniendo a cada tipo en su lugar correspondiente. En
numerosas ocasiones, por falta de fe o por falta de suerte, son muchos los buenos futbolistas que se quedan en el camino de la gloria. En esa encrucijada entre el todo y la nada, se necesita un momento preciso de trabajo y esperanza para creer que el momento, más por tardío que por imposible, llegará en el próximo segundo.

Los jornaleros del fútbol son aquellos que no han tenido la suerte de criarse en una gran cantera, que no han sido reconocidos por ambiciosos negociadores y que no han sabido estar en el lugar preciso en el momento ideal por más sudor que hayan derramado sobre el terreno de juego. El caso de Ángel Rodríguez nos señala lo difícil que es llegar a lo más alto por más que se tengan las condiciones idóneas para hacerse una digna carrera en la Primera División.

De movimientos algo hoscos y una velocidad engañosa, Ángel vive al límite del fuera de juego y sabe explotar todas sus virtudes. Es fuerte, es técnico y tiene una precisión, casi milimétrica, en su disparo a puerta. Que no haya llegado antes a la élite nos indica que hay muchos tipos con mucha más suerte, pero también nos hace creer en el trabajo y la fe en uno mismos. A sus treinta años, justo la edad en la que muchos empiezan a acularse en tablas, el delantero canario se ha asentado en la primera división convirtiéndose en una de las grandes sorpresas de la temporada. No solamente le aporta gol al Getafe, sino que le ofrece salida del balón y sacrificio defensivo. Bastan estas tres premisas para que Bordalás le haya convertido en una de sus indiscutibles. El corazón de un entrenador es tan fácil de ganar como el de una grada; basta compromiso y eficacia. Basta saber que se puede vivir de unas condiciones específicas. Basta creer en uno mismo y saber que, tarde o temprano, la diosa oportunidad tocará a tu puerta y querrá encontrarte preparado para el desafío.

lunes, 19 de febrero de 2018

Artesano de la impresión

Cuando la puerta está cerrada, cuando los diques son firmes, cuando el vallado recorre el campo de extremo a extremo, se necesitan tipos de condición firme y pasión decidida para que, consagrados por su talento, sean capaces de derribar los muros y hacer estallar las contenciones preestablecidas.

Cuando uno ve conducir la pelota a Marco Asensio no puede más que sentirse atraído por una fuerza sobrenatural. Su verticalidad agita la cordura y su precisión descoloca cualquier predisposición; por tipos como él el fútbol es un deporte tan imprevisible. Puedes mimetizar cada detalle, analizar cada pulso y prever ciertas contradicciones, pero cuando el talento superlativo aparece, solamente te queda aplaudir e intentar comenzar de nuevo.

El fútbol es tan antiguo en su condición como sencillo en su concepción. En la teoría, se trata de pasarle la pelota al compañero mejor colocado. Lo que para muchos es puro oficio, muchos otros lo llevan más allá. Los tipos elegidos, esos que desbordan talento en la conducción, son hábiles en el remate, precisos en el centro y letales en el remate, viven siempre dos pasos por delante del resto porque saben lo que van a ejecutar un segundo antes de percibir el aliento del rival. Esa intuición los hace diferentes. Esa armonía les convierte en tipos señalados para la gloria. Si el asombro es el circuito cerrado donde se materializan las fantasías, Marco Asensio es un artesano de la impresión porque en cada detalle deja la estela de un sueño recién cumplido.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Palos de ciego

En el reverso de un libro, más allá de la ilustrada portada, de la biografía del autor y de la llamada a
la lectura, previa recomendación de un titular ambigüo, se descifran las cuatro claves que conducen al lector a sumergirse en el océano del texto. Cada libro, como contiene una historia, una reflexión o una trama distinta, es un mundo en sí mismo. Algo parecido ocurre con un equipo de fútbol, sólo que aquí, no buscamos la variedad como contrapunto del gusto, sino que nos obcecamos, una y otra vez en darnos de cabeza contra el mismo ejemplar por más que los titulares ambiguos y las descifrables críticas nos recomienden dejar la cabeza a un lado y el corazón en el otro.

El titular del Atleti, en estas últimas fechas de incertidumbre, se aproxima al tedio más que al entretenimiento. No es difícil discernir que será de un partido del equipo teniendo en cuenta que apenas encaja goles y que, para fortuna de su vicisitud, suele adelantarse en el marcador en la mayoría de sus duelos. Es aquí donde comienza una historia de sufrimiento y tensión que suele durar lo que dura la defensa del gol obtenido. Si el mismo llega, como en el pasado encuentro, en el primer minuto, somos muchos los que comenzamos a sospechar que aquello se convertirá en noventa minutos de tortura y una vida de incertidumbre, porque una vez señalado el final y todos felices con el resultado, nos asalta una certeza que nos remueve inquietos una vez cubrimos nuestra cabeza con la sábana del reposo; el próximo partido, probablemente vuelva a ser igual.

Que el Atleti tenga un plan, es algo que a pocos se le escapa como una premisa cierta. Más complicado es el discernir que ese plan, más allá de que la mayoría de las veces termine funcionando, se esté ejecutando con la perfección de quien planea cada tramo de su aventura. En las historias diarias del Atleti, las pérdidas de balón, los despejes a ninguna parte y los atascos creativos se han convertido en una trama del argumento tan previsible que comienza a causar cierto desasosiego el acercarse a las librerías audiovisuales para acercarse a semejante despropósito futbolístico. Los que lo hacemos, más que por pasión, es porque tenemos el sentimiento tan ciego que terminamos perdonando cada desliz creyendo, quizá de manera ilusoria, que la próxima vez será la buena y las grandes aventuras de héroes redimidos regresaran al filo de nuestra memoria.

Punto a punto, logro a logro, el Atleti, con su macabro plan alternativo, ha conseguido, más allá de las palabras, un hecho tan certero como que muchos hayan puesto en duda el merecido favoritismo ganado por el Barça durante la primera mitad de la temporada. Algunos, en sus análisis de populismo, aciertan a colocar al Atleti como principal candidato al título de liga. Para ser honestos, cabe decir que pasionalmente todos soñamos con un final feliz, pero con la verdad en las manos y partidos como el de Málaga en el recuerdo, todos creemos que, más allá de la fe, existe la verdadera premisa del fútbol: al final siempre gana el mejor. Y en esta historia, aunque el Atleti haya acertado a tocar varias notas con los ojos cerrados, la sinfonía final está muy lejos de acercarse a la perfección porque con los ojos abiertos y la mente lúcida se analiza mejor que dando palos de ciego.

martes, 13 de febrero de 2018

Chas y aparece a tu lado

En la sencillez está el secreto. En parecer que parezca sencillo, en hacer creer que no estás cuando realmente están en todos los sitios, en convertirse en indetectable sin la pelota y en imprescindible en el juego de equipo. Toca y vete, dicen los cánones. Toca, vete y busca el espacio. Y así una y otra vez.

Cuando el Betis perdió a Ceballos, fuimos muchos los que creíamos que había perdido la brújula sobre la que asentar el proyecto. Los que creíamos en el fútbol de Setién como un juego de salón, sabíamos que de sus intenciones sobrevivirían grandes minutos de juego, pero que el pilar fundamental había desaparecido. Había dudas sobre el estado de forma de Guardado y alguna confianza en el poderío llegador de Víctor Camarasa, pero nadie esperaba que el juego del equipo terminase flotando sobre la espalda de un chaval con personalidad de acero.

Fabián hace sencillo lo complicado. Conduce entre líneas para romper la presión, no entra al choque porque prefiere descargar y volver a aparecer cerca del área; allí, suele resolver de la mejor manera; a banda, al hueco o buscando una pared. En el mejor de los casos, dispara con lucidez porque confía en sus posibilidades. Es un tipo listo que, alejado del estilo rococó de Ceballos, busca un fútbol más neoclásico. En la jungla de la condición física, aparece un instante y vuelve a desaparecer. Y cuando crees que le ves, como dice la canción, hace “chas” y aparece a tu lado.

lunes, 5 de febrero de 2018

Entre el prado y el barro

Un gesto, una palabra, un guiño mal entendido, un desplante, una celebración silenciosa. Para los
carroñeros de la opinión, cualquier carnaza es buena a la hora de salivar ante un buen plato de carne cruda. Cualquier interpretación es inválida ante sus ojos porque sólo ellos tienen la potestad de rearbitrar el juego. Solamente ellos son los profetas de la desinformación.

Después de un partido gris y en veras de salvaguardar tres puntos y dosificar a su mejor goleador histórico de cara a compromisos futuros, Zidane decidió sustituir a Ronaldo cuando el Madrid dominaba en el marcador ante el Levante. Bastó un gesto equívoco ante la cámara, la solicitud de una importancia más capital a lo que ocurría en el terreno, para que los medios de soltaran su titular intrascendente. Prepárense para escuchar que Ronaldo es una diva, para leer que está molesto con su entrenador, para mirar una, o cien veces, una mirada de reojo que quizá signifique algo o seguramente no signifique nada. Da igual, ante la venta de carne nadie repara qué trozo puede o no estar podrido.

Siguiendo su estela de errores habituales, el ciudadano Piqué denunció las faltas de respeto de la afición del Espanyol, y lo hizo a su manera. Provocador, temperamental y concienzudo, Piqué sacó a relucir su dedo índice y los macarras de lo absurdo se precipitaron a señalar que sí, que también había sacado a pasear el meñique. Total, unos cuernos que para unos son sangrantes y para otros, el propio jugador incluido, absurdos. Nadie va a escuchar el desmentido y, sobre todo, nadie se va a parar en denunciar que en un estadio de fútbol se desee la muerte del hijo de un futbolista. Cosas tan aberrantes no se consideran producto de alta importancia porque interesa más vender papel rosa que hacer crónica negra. Desde ayer, a la lista de enemigos de Piqué se le suman otros cuantos espanyolistas. Y los negreros de la verdad siguen con el colmillo afilado porque saben que, en sus tertulias de sobremesa, seguirán teniendo vídeos interpretativos para mostrar y opiniones sesgadas para regalar. Es el negocio que no para.

Tras un partido muy serio del Atleti, regresando a su particular dosis de pasión, Griezmann afrontó un último lance con la calma de quien elige no arriesgar y la inteligencia de quien escoge la pelota por encima del pase incierto. Como parte de la afición sigue de uñas con él por sus ambiguas declaraciones estivales y como la otra parte le sugería un contragolpe que, a sus ojos, parecía letal, fueron varios sectores los que le recriminaron el pase atrás sin pararse a reflexionar sobre la importancia de los tres puntos que tenían en el bolsillo. El francés, hastiado por ser un príncipe sin corona, se revolvió contra su propio ego e hizo un desplante a un sector de la afición. De nada serviría decir que es un lance del juego donde todos están calientes, de nada serviría contarle a los desinteresados que los calentones se curan con hielo y los desplantes con cariño, de nada serviría informar si ya todos quieren opinar. Lo que nos espera, más allá de las interpretaciones, serán las elucubraciones. Una vez más, Griezmann tendrá un pie fuera del Atleti, su cabeza no está en el Metropolitano y sus intenciones, claro está, porque ellos ya todo lo saben, son las de marcharse por la puerta de atrás del equipo porque ya no aguanta más esta situación. Desde luego, más de la mitad de las cosas no serán verdad, pero entre informar verazmente y el difama que algo queda, ellos prefieren la mentira porque, como la mayoría de los animales, disfrutan más del barro que del prado.

jueves, 1 de febrero de 2018

Profesionalidad al servicio del Celta

La profesionalidad, más que un don, es un deber que vive implícito en la conciencia de varios elegidos. Los hay con demasiado talento como para pararse a discutir por detalles y los hay con demasiada pasión como para pararse a discutir por nimiedades. Pero más allá de la furia y la sensibilidad, existe una cierta determinación necesaria para procurarse un hueco en la élite.

Ser profesional no solamente implica ser un simple metodista en la cadena de montaje. En fútbol, la profesión se liga a un sentimiento y el sentimiento se liga, siempre, a unos colores. A nadie es extraño que a todos los que nos gusta este deporte hinchamos, con menor o mayor pasión, por un equipo en particular o por varios en general. A nadie le es ajena la esperanza de una victoria porque el neutralismo se lo terminamos dejando a los simples observadores.

Es aburrido encontrar oficinistas sin talento al mismo tiempo que es asombroso darse de cara con fantasistas sonrientes. A medio camino entre el tedio y la fiesta existe un grupo de jugadores que han hecho carrera por el simple hecho de hacer muy bien las cosas. Si además, por ende, las cosas, los aciertos aplaudidos y los reproches consejeros, las realizas en el club de tu vida, es más que probable que tu afición, tarde o temprano, termine por convertirte en una leyenda.

En el Celta de Vigo sobresale, por encima de todo, el aura mágica de Iago Aspas. El chico tiene talento para aburrir y además entiende el juego a la perfección. Más allá de sus virtudes, se le puede reprochar cierta ausencia de carisma cuando el partido es espinoso o cierta pasión por la gloria cuando ha viajado fuera de su ámbito. Pero más allá de Aspas, el Celta está sujeto pasionalmente en los costados por el sentimiento de sus dos defensas laterales.

Hugo Mallo es un lateral de recorrido que gusta de jugar en el centro del campo. Defensivamente es una roca porque conoce los secretos de la posición. Es rápido al cruce y listo a la hora de anticipar. Es fuerte y, aunque no es demasiado rápido, sabe hacerse un hueco en ataque aprovechando los espacios que suelen dejar los interiores cuando mezclan en el centro para generar juego.

Johnny, por su parte, es más dado a pronunciarse en ataque. Tiene una pierna izquierda correcta y, aunque su pie es algo menos preciso para la combinación, suele dar más desahogo a la jugada cuando esta entra en la zona de tres cuartos. Es un buen socio para Sisto, a quien suele proteger la espalda cuando el danés se despista en sus tareas defensivas y cierra bien la zona izquierda de la defensa al cubrir, en ocasiones, las subidas de su central.

Pero más allá de las cualidades, queda el poso del sentimiento. La profesionalidad bien entendida es saber qué quieren de ti y qué les puedes ofrecer. El Celta, más allá de sus carencias defensivas por su querencia por el juego de ataque, es un equipo que raramente se descompone por los costados porque allí, mal que bien, sobreviven dos tipos nacidos para defender sus colores. No hacen demasiado ruido y no generan muchos titulares. Pero entre el talento de Aspas y la desaforada vistosidad de Maxi Gómez, sobreviven dos tipos que aportan, día a día, el equilibrio necesario para que el equipo, pase a pase, pueda seguir creciendo.