domingo, 30 de agosto de 2009

Sábado internacional

A medida que el mundo de las comunicaciones se va globalizando y la tecnología nos va facilitando el camino hacia nuestros sueños, vamos buscando atajos hacia la satisfacción y, en la orilla de nuestro aprendizaje vamos guardando páginas de interés y lugares donde sabremos volver para recuperar nuestros despertares furtivos.

A los que amamos el fútbol y durante años estuvimos soñando con absorberlo todo, el mundo de internet nos empieza a sonar a gloria bendita. Por ello, mientras sigo convenciendo a Sagrario para abonarme a un operador de cable y mis súplicas siguen cayendo en duda esperanzadora, debo seguir buscando en la red el mejor motivo para seguir informado. Y en primer lugar encuentro los blogs, magníficos espacios de reunión donde un puñado de chiflados como yo se reúnen para ponerme al día de todo lo que quiero saber. Y en segundo lugar están los programas para ver fútbol por la red, y a medida que voy dejando sin espacio al disco duro de mi ordenador, voy ganando en locura pues ya no me quedan ventanitas con las que ir alternando mi ansia de visionado.

Por todo ello y gracias a ello, me resultó imposible dejar pasar una jornada como la de ayer en la que pude aclarar varias de mis dudas y pude ir haciéndome una idea de lo que nos espera en esta temporada en la que los dos gigantes de nuestro fútbol serán los auténticos ases a derrocar.

En Inglaterra vi un Chelsea distinto al de años anteriores. Distinto porque sigue manteniendo la solidez que antaño le hizo ganar fama de equipo rocoso y sospechosamente aburrido, pero ahora hasta tiene atisbos de buen fútbol, y eso que la temporada no ha hecho sino empezar. Con un centro del campo de bastante nivel, donde dos veteranos de postín como Ballack y Deco siguen esperando aportar su cátedra desde el banquillo, fía su empuje de velocidad de crucero a una pareja de delanteros aterradora. Ayer, al tran tran particular de los equipos que llegan lejos, aniquiló a un Burnley que salió respondón y se marchó resignado.

Tras los blues hicieron acto de aparación los rojos de Liverpool. Más allá de las dudas que estén levantando al principio de esta temporada, locierto es que en las adversidades siguen buscando la portería rival con orgullo. Cierto es que debe corregir demasiados errores, como la descordinación defensiva y el estado de nervios en el que parece estar sumido su alma máter Steve Gerrard. En un partido que, por sus propios errores, terminó poniéndose cuesta arriba, acabó remontando gracias a su mayor empuje y al miedo de un Bolton que terminó en su área con un hombre menos.

Aunque menos aún me gustó el Manchester United. Cierto es que ganó, pero lo hizo con esa suerte tan característica que suele sonreir a los equipos campeones; esa que dice que se ganan los partidos que se merecen y los que no se merecen también. Si tenemos en cuenta el error clamoroso de Van Persie con cero a uno en el marcador, el piscinazo de Rooney en el penalti que precedió al empate y en la absurdez de Diaby cuando no tenía ningún rival que le acosase, podemos decir que el Arsenal regaló un partido que, en condiciones normales, debió haber ganado y debió haberle servido para acallar todas las dudas que hoy vuelven a cernirse sobre la bisoñez de un grupo que, dicen, cada vez está menos preparado para los grandes compromisos.

Más allá de las islas se jugaron dos partidos de esos que dilucidan el valor de promesa de los que verdaderamente aspiran y los que no tienen nada. En este último grupo se encuentra el Milan, acomplejado por una plantilla demasiado trillada y poco competitiva y, ayer, humillado por un Inter que, casi andando, le dejó bien claro a su vecino que de un tiempo a esta parte las aguas del Olona han cambiado su cauce. Hoy, la ciudad de Milán sonríe en azul y negro con un equipo donde se ve el sello de Mourinho; poca concesión al rival, protagonismo de los laterales, nada de extremos, mucha fuerza en el centro del campo y juego rápido hacia los delanteros. Interesante sociedad la que pueden formar Milito y un Eto'o que, creo, no tendrá la misma influencia en el juego del Inter como lo tenía en Barcelona. Ante un Milan demasiado infértil, diezmado con un Gattuso que fue expulsado por su desquiciamiento y por verse obligado a tapar fuegos lejos de su zona, el Inter demostró solidez y mucha pegada. Me gustó Snejder y me gustó Motta, ese futbolista que hace poco más de un año los visionarios dirigentes del Atlético de Madrid dieron por inútil para la práctica del fútbol. Para hoy queda un interesante Roma – Juve en el que los bianconeris deben demostrar que este año son la alternativa más seria para derrocar el reinado interista.

Y por último viajé a Alemania. Es cierto que al Bayern de Van Gaal le queda mucho, pero ayer pudimos percibir algo de sus pretensiones. Al equipo más grande de Alemania le va atraer jugar con extremos, lejos de los cánones clásicos de Baviera y más cercano a las pretensiones del afamado Louis. Así, con la entrada en el equipo de Robben y si consiguen mantener a Ribery, pueden convertirse en un equipo interesante siempre y cuando corrijan los verdaderos problemas que tienen en la creacción y, sobre todo y según se vio en partidos anteriores, en una defensa a la que aún le queda mucho trabajo.

martes, 25 de agosto de 2009

Mágico

Había un tipo descuidado y desgarbado con una camiseta amarilla. A simple vista no parecía un buen futbolista y, si apurabas el análisis, ni siquiera parecía un futbolista. Podía confundirse con cualquier vividor de paseo marítimo y bohemio de noches de luna llena. Y el caso fue que le gustó la noche, la luna y el mar. Y el caso fue que resultó ser un futbolista como pocos, un mago de media tarde y un sueño bendito de media noche.

Los hombros bajo la línea del cuello, la velocidad escondida en la desidia y la fuerza de los que sacan la azada a pasear, obviada en el innato asombro de su talento. Lo suyo eran las tardes de sol y sombra, la puerta grande del Carranza y los detalles visibles, aplaudibles y mágicos.
Así le llamaron; mágico por los trucos que guardaba bajo la chistera de sus botines de futbolista, mágico porque en cada aparición lograba que el sol brillase con ímpetu sobre los delirios de las playas de Cádiz. Una ciudad puesta en pie y un tipo inolvidable. Un jugador de esos que, cuando se van, dejan la sensación de que el alma vivirá para siempre sumida en la cueva nostálgica de lo irrepetible.


viernes, 21 de agosto de 2009

El gol del ascenso

Durante muchos años nos pasamos recordando gestas implacables y momentos gloriosos de nuestro fútbol más memorable. Repasamos los momentos clave y no tardamos en identificar cada triunfo con un héroe concreto. A menudo, tendemos a olvidar que un instante o unos días antes, otro hecho, menos importante en la historia definitiva, encarriló la subida hacia el cielo de todas nuestras pasiones. Como el gol de Bakero en Kaiserslautern o el de Iniesta en Stamford Bridge.

Incluso hay tipos mucho más olvidados. Jugadores anónimos que, en un gesto y un remate hacia el destino, son capaces de reescribir la historia aunque después sea la historia la que se encargue de borrarles a ellos.

Garikoitz Uranga es un futbolista de perfil bajo, poca repercusión y sin calidad suficiente como para hacerse un hueco en la élite de nuestro fútbol. Y sin embargo, él escribió una tarde de mayo uno de los renglones más importantes de la reciente historia del Getafe. Corría el minuto ochenta y cinco de un partido trabado, el Eibar había empatado a uno y se encerraba en su área defendiendo su botín (y probablemente su prima) como gato panza arriba. Gica recogió un balón en la esquina del área y puso un centro de esos que, por ser una pieza de arte, son imposibles desperdiciar. Allí apareció Gari para cabecear a la red y situar al Getafe en la segunda posición de la tabla clasificatoria a sólo una jornada del final.

Después llegó la goleada en Tenerife y al pobre Gari le fueron olvidando las tertulias de sobremesa a medida que el tiempo ensalzaba a Pachón como el “héroe del ascenso”. Son las villanías de la desmemoria. Ninguno de los dos triunfará en el fútbol de élite y los dos seguirán curtiendo sus piernas en campos semivacíos, pero a uno le sonreirá la historia y al otro se lo llevará el olvido.


lunes, 17 de agosto de 2009

Sin carrerilla

Ahora que el plazo del mercado de fichajes apura su límite, viene a la memoria uno de esos fichajes de última hora que, por fuerza y “gracia” del talonario revolucionan los titulares, iluminan las sonrisas de los ganadores y hacen torcer el gesto de los indefensos.

Corría el último día de agosto de 1997 cuando Núñez, acorralado por el barcelonismo después de vender al fulgurante Ronaldo al Inter de Milán, sacó la chequera y pagó la cláusula de rescisión del mejor jugador del Deportivo La Coruña. El Dépor se quedó sin la piedra angular de su proyecto y el Barça ganó un tipo que entendía el fútbol de una manera muy distinta a la de su nuevo entrenador, Louis Van Gaal. Nació así una intensa relación de poco amor y mucho odio en el que un entrenador ponía a su jugador más decisivo pegado a la banda izquierda y su jugador más decisivo terminaba jugando por donde le daba la gana.

Entre los ciento siete goles que marcó en sus seis temporadas en España, queda el recuerdo de medio centenar de tantos espléndidos; de tijera, de cabeza, de falta directa, de penalti y hasta desde el centro del campo. Como aquel día en el Vicente Calderón cuando el estadio rojiblanco se vistió de gala para despedir a José Luis Pérez Caminero. Aquel fue un partidazo del Vieri y el último de Radomir Antic en su primera, y más gloriosa época, al frente del Atleti. Mediada la primera mitad, Rivaldo agarró un balón sobre el círculo central y, sin aparente esfuerzo, le marcó este gol a un Molina que solo tuvo la opción de mirar como le retrataban en una obra de arte.