jueves, 30 de octubre de 2008

Miedo al despiste

Es en los momentos de incertidumbre cuando una minuciosa reflexión tiene más valor y tiempo de análisis. Es ahora, que el rojiblanco pinta en dudas en este comienzo de competición cuando hace falta valorar el verdadero flujo y sentido de esta plantilla confeccionada de manera dispar y en cuyo trayecto quedan depositados miles de ilusiones y esperanzas de cara al último tramo. Es ahora que la nada vuelve a pintar una mueca de desagrado en la cara de cada aficionado cuando vale recurrir al análisis y aclarar si a esta plantilla le cabe la exigencia de sesenta partidos al máximo nivel.

En la espiral de fracasos recientes nos resulta fácil recordar el purgatorio por el que pasaron en su día equipos como Celta de Vigo, Real Sociedad, Betis o Mallorca; todos ellos confeccionados a base de ilusión y castigados al abismo del sufrimiento por los duros quehaceres de la competición. El despiste y agotamiento al que somete la Champions suele pasar dura factura allá por los meses donde el sol comienza a despuntar en las horas altas del día y los concursos vitales suelen afrontar sus tramos decisivos. La necesidad de una plantilla amplia, talentosa y motivada no es una mera conjetura si no un hecho probado y comprobado.

Por todo ello, cabe analizar la profundidad de una plantilla poco compensada y mal confeccionada. A parte de media docena de futbolistas muy buenos y de un filial que para el entrenador es más un adorno que un recurso, provoca pánico comprobar que no existen laterales de garantías, que solamente hay un jugador por banda en el centro del campo y que en la dirección hay mucha cantidad pero poca variedad; no existe el añorado director de orquesta y, en punta, Luis García y Sinama con valores fiables para partidos puntuales pero no para largos periodos de sustitución, privilegio al que ni siquiera llegan los centrales suplentes.

Por ello hubiese sido necesario examinar el tañido de las campanas antes de lanzarlas al vuelo, asegurarse que la piel del oso sería de calidad antes de vender su caza y conocer que para tres competiciones el equipo tiene limitaciones y genera muchas dudas. Por ello, hubiese sido imprudente dejarse llevar por la inercia inicial de triunfos; por generarse una propia, y confusa, dosis de ilusión y por no saber que este equipo solo podía tirar hacia delante hasta que las fuerzas y los goles dijeran basta. Quizá cuando ello ocurra de manera definitiva se hayan ganado más partidos de los previstos y toque la hora de sonreír, pero, de no ser así, que nadie lance escupitajos contra la obviedad porque en la mentira de sus sueños vive la realidad de los resultados ¿Hay buen equipo? Sí ¿Hay buena plantilla? No. En el “sí” de la calidad vivirán los partidos ganados y el estado de ánimo suficiente para afrontar los retos. En el “no” de la limitación vivirá escondido el fantasma de la derrota. Y en la capacidad para saber digerirla, afrontarla y solucionarla estará la clave del éxito de este Atleti al que aún le quedan meses de desierto y oasis.

sábado, 25 de octubre de 2008

La vanidad es mi pecado favorito

En la última escena de la película “Pactar con el Diablo”, un satisfecho Al Pacino, apoyado en la barandilla de una escalera, sentencia, con una media sonrisa y la mirada llena de ego, una última frase que precede sin más argumentos a los títulos de crédito y a los maravillosos acordes del “Paint in Black” de los Stones. “La vanidad es mi pecado favorito”. Con ella hace saber la satisfacción que siente al haber captado, una vez más, a un ambicioso Keanu Reeves en su papel de abogado sin límites, sin derrotismos y sin escrúpulos. Un joven Reeves que piensa que el mejor bufete de Nueva York quiere contar con sus servicios como letrado cuando, en realidad, es el mismo Infierno quien quiere tentar su carne al tratarse del hijo del Diablo.

En la vanidad reside el vicio de creerse mejor que los demás. Yo soy yo y a mí nadie me tose. Es un pecado deleznable en vida que, cuando se extrapola al fútbol, suele producir tantas contradicciones como recochineos en el fracaso. El diablo blanco pensó que los futbolistas querrían jugar con él con el único argumento que el resplandor de su camiseta. Craso error, al futbolista de verdad hay que ofrecerle algo más que un escudo.

Para los que desconozcan en gran medida la historia del Real Madrid, deberían saber que sus albores se pintaron de humildad, necesidades y sufrimiento. Más allá de las formas, la historia de Santiago Bernabéu es la de un luchador implacable; un mago de concurso que, desde la nada, consiguió formar en pocos años un equipo ganador. Fue una época gloriosa en la que no cabía ser los mejores por nombre si no por hechos; realmente el Madrid era el mejor equipo del mundo y a los futbolistas les excitaba vestir de blanco porque sabían que, desde allí, y hacia el placer, había un camino muy corto.

El error del vanidoso nace de asegurar las creencias de los demás. Calderón, como un Bernabéu de poca monta e invadido por el espíritu de envidia que produjeron en él los años de grandeza de Florentino Pérez, juega a imitar a sus antecesores sin conocer los términos del convencimiento. No se trata de enseñarle el caramelo al niño y esperar que desoiga el consejo de sus padres y corra detrás de ti sin temores ni preocupaciones; se trata de asegurar un proyecto, de conocer lo que se necesita y de saber lo que se quiere. Durante meses marearon la perdiz portuguesa de Ronaldo y cuando el tiro salió por la culata intentaron apagar el fuego cuando el monte ya estaba totalmente quemado. Ni Cazorla, ni Villa, y mucho menos los representantes de cada uno, tomaron en serio una propuesta que debería haberles asegurado crédito, fama e historia. El Real Madrid de Calderón ya no es el plan de pensiones soñado por cada futbolista.

Por ello, la próxima que vez que le pregunten, a Schuster no le vendría mal hacer un par de preguntas antes de perder el tiempo mirándose el ombligo. El madridismo no debería permitirse un dirigente que juega a ser Dios, utilizando, mientras tanto, las tácticas del Diablo.

jueves, 23 de octubre de 2008

Mil razones para no hablar de fútbol

Nunca dejará de admirarme la capacidad que tiene Juan para sacar adelante con tanta calidad y solvencia un blog de fútbol sin hablar una palabra de fútbol. Los que le seguimos a diario sabemos que su secreto reside en sentir el fútbol como una coral de sentidos y sentimientos. El resto, los que nos empeñamos en hacernos valer en este mundo del juego periodístico, escribimos desde la sensación descorazonadora de querer saberlo todo y no poder, porque quisiéramos vivir el fútbol como los entrenadores que no somos o desde la perspectiva de un futbolista frustrado. Pero solamente él es capaz de vivirlo como aficionado.

Por ello, y en homenaje a su ingenio, a su capacidad para regenerar iniciativas, al club de fans que seguimos su día a día como red y, sobre todo, a él, me gustaría escribir un post, en mi blog de fútbol, que no hable de fútbol.

Suelo medir mis probabilidades de tener un buen día con la primera alzada de cortina del día. Si, en mis incoherencias de tipo recién levantado, muevo la cortina y descubro que el día está nublado o lluvioso suelo torcer el gesto; no sé por qué, pero tiendo a pensar que no será un buen día. Como ayer, además, tenía entrada para el partido y conocía mi misteriosa capacidad para atraer la lluvia cada vez que visito el Vicente Calderón, ya me veía yo, a trece horas del duelo, empapado hasta las cejas y con un cero a dos en la espalda que me hiciese interminable el camino de regreso a casa.

Y encima, atasco, mal pintaba la cosa. Como de mi jornada laboral poco importa hablar en este rincón y, además, mucho menos interesa, resumiré mis ocho horas de oficina en un “se me hicieron ocho días”. Fue uno de esos días tranquilos en los que pierdes más tiempo en planear la escaqueada que en planificar las tareas y en las que no dejas de temer que, en el último momento, te caerá el maldito marrón de última hora que te impedirá llegar a tiempo al pre partido. Pero no, justo en el instante en el que dejaba de llover, mi jefe dijo que se marchaba a hacer no se qué gestiones. Por fin el cielo enviaba una señal. Vía libre. Al menos, podría ser que sacásemos un empate.

Podría haber continuado diciendo que el camino desde el trabajo hasta Madrid no tuvo ninguna relevancia especial sino fuese por la llamada que recibí de Juanra a media distancia entre la salida y el destino en la que me dijo que estuviese atento al teléfono porque se venía a Madrid conmigo a vivir los instantes previos al partido. Para quien aún no lo sepa, Juanra es un ex compañero de trabajo reconvertido a mejor amigo que un día voló a Liverpool y quedó enamorado para siempre del ambiente de Anfield. Con él venía Katia, su inseparable compañera de aventuras y una de esas personas por las que te estás felicitando toda la vida por haberla conocido.

Madrid bullía en cánticos red. Ya desde Sol, mirando hacia arriba, olía a partido de fútbol de los de verdad. Y mientras dejaba que mis pelos continuasen erizándose mientras mis oídos se engalanaban una y otra vez con el cántico, ya inmortal, nacido en el Kop y para Fernando Torres, decidí descolgar el teléfono y buscar en la agenda el número que días atrás me había facilitado Stubbins mediante correo electrónico. Allí estábamos por fin; él en la puerta del Moore’s y yo en lo alto de la escalinata de salida de la Plaza Mayor. Como los grandes encuentros se simplifican en una mirada, bastó un caluroso saludo y un fuerte estrechamiento de manos para saber que podíamos ser amigos para siempre.

Stubbins es uno de esos tipos que inspiran confianza desde el primer vistazo. En él descubrí a un hincha de alegría incesante, un tipo al que le gusta disfrutar la compañía y que vive el Liverpool como la religión que derivó de aquellas palabras de Bill Shankly; “más allá de la vida o la muerte”. Pero como los grandes momentos no suelen simplificarse en un deseo cumplido, en la puerta de entrada al pub, abarrotado por camisetas rojas y engalanado para la ocasión por medio centenar de gargantas cantando célebres himnos, tuve la ocasión de conocer a Juan. Para quien aún no le conozca, me referiré a él como el máximo exponente del sentimiento red en Madrid. Desde su blog, es capaz de ponernos al día de la actualidad del Liverpool sin necesidad de citar estadísticas ni tácticas, y eso que sabe de fútbol más que cualquiera de los soñadores que asomamos por aquí día tras día, pero lo suyo, más que el análisis, son las sensaciones, más que las explicaciones, son las anécdotas.

Dos pintas y casi una hora después, aparecieron Juanra y Katia. Como cada vez que volvemos a reencontrar nuestros caminos, sellamos nuestra complicidad en un abrazo y en un sinfín de preguntas. Pero el tiempo impedía perder el rumbo en explicaciones así que les puse rumbo al punto de ebullición y, desde allí, volvieron a sentir el cosquilleo inolvidable de quienes viven el fútbol como una parte de su existencia. Pude presentarles a Juan, a Stubbins, e incluso a Lover y de nuestro encuentro quedaron para la posteridad un par de fotos que, una vez lanzado el guante, me enviaron con premura para dar formato de cabecera e ilustrar este post ¿Quién se acordaba, a esa hora, de que el día había amanecido lluvioso?

De cómo terminé por perderlos, es algo que no puedo detallar pues requiere una explicación que no sería capaz de aportar. El caso es que unos tiraron hacia un lado, otros hacia otro y nosotros nos entretuvimos más de la cuenta enviando un mensaje desde un aficionado de Madrid para un nostálgico futbolero de Ciudad Rodrigo. Si de algo me siento mal por haber dejado de sentir su compañía sin mediación ni aclaraciones, es por no haber tenido la oportunidad de haberme despedido de ellos y, de paso, volvernos a citar para otra ocasión inolvidable. Quizá, como me recordó Juanra, sea hora de ir un día de estos al Triskel a vivir un partido de los de verdad. Como si el de ayer no lo fuera. Pero no voy a entrar en detalles, porque he prometido hablar de fútbol sin hablar de fútbol.

De cómo pasé de sentir envidia a sentir orgullo, van por delante treinta minutos de previa y noventa más de partido. El Calderón bullía, en su alrededor, de la misma ilusión de siempre. Había desconfianza, fruto de una racha maldita que nos había convertido de nuevo en un simple invitado en la fiesta ajena de la liga, y había esperanza, porque de ilusiones, desgarradoras muestras de cariño y amor a las probabilidades, vive esta afición nacida para gestas más grandes a las que se empeñan en ofrecernos. Y aunque entré al partido con la música de la Champions ya en el recuerdo y el silbido inicial del árbitro perdido en un pequeño periodo de tiempo, fui capaz de recalentar mi garganta y convertirme, una vez más, en dueño de mis propios ánimos. A esas alturas ya daba igual que me hubiese tocado asiento en la fila número trece; depués de vivir aquello ¿Quién podía creer en supersticiones? Había sentido el calor desprendido de un partido de fútbol, había dejado de llover y, sobre todo, ahí estaba mi Atleti.

Le tenía más que abandonado. De las cuatro últimas veces que había visitado el Calderón, una había sido para ver un concierto y en las otras dos, los equipos que ofrecían la condición de local fueron la selección española y el Getafe de mis finales de Copa. A mi Atleti lo tenía abandonado, sufriéndolo desde la distancia e intentando, en vano, desenganchar mis lágrimas del filo de sus derrotas. Y como apenas recordaba como sonaban las gradas en las noches de gesta imaginaria, pude volver a ser testigo de que ningún sonido es capaz de competir con el eco del Calderón en las noches de vida o muerte.

Un partido feo, un Atleti incapaz, un arreón final y un empate que nos dejó buen sabor de boca porque durante muchos minutos estuvimos soñando con firmarlo. Del camino de regreso a casa me quedaron los recuerdos y un sinfín de detalles. Sobre el partido no puedo añadir más de lo que ya han publicado los medios especializados. Sobre las personas, el ambiente y las sensaciones tampoco puedo añadir más porque los momentos resultan mucho más fácil vivirlos que contarlos. Yo hice lo que pude; si no pude exprimir más el encuentro con mis amigos reds es porque, generalmente, mi timidez me impide preguntar mucho más de lo que me gustaría. Y si puedo agradecer mi estancia entre aquella comunidad y sentir el calor de una afición que me acogió con los brazos abiertos pese a ver en mí la camiseta del equipo rival, es gracias a la sonrisa, la complicidad y la confianza que me regalaron Stubbins, Juan y el resto de aficionados reds. Incluso los que comprobaban mi cara de asombro cada vez que intentaban dirigirse a mí con su, para mí, incomprensible idioma natal.


El día se coronó como el final del partido; con dos aficiones entregadas en un hermanamiento envidiable, en una demostración a la UEFA de que para medir la sensatez de una afición no hacen falta mentiras sino testigos y en la definitiva, e irrefutable prueba, de que Fernando Torres ha conseguido que dos aficiones sean la misma hasta en un mismo partido. Yo también soy de ellos y creo que ellos, hoy, también son de mí. Por ello, quisiera ofrecerles un nuevo abrazo desde la distancia y, por fin, tener con ellos la despedida que ayer se me escapó por culpa de un despiste. Hasta pronto, amigos, y muchas gracias por todo.

sábado, 18 de octubre de 2008

Nada nuevo bajo el sol

Reconozco que me lo esperaba. Pero no voy a caer ahora en el absurdo del oportunismo ni del victimismo; si el Atleti ha vuelto a perder contra el Madrid es porque han vuelto a entrar en juego dos factores decisivos. Uno tiene que ver con lo futbolístico; Agüero aparte, el Madrid tiene mejor equipo que el Atleti en todas sus líneas. El otro tiene que ver con lo extrafutbolístico; el Atleti, cada vez que ve al Madrid de cerca, le entra un complejo de inferioridad que no se lo quitan ni a palos.

En mis dudas existenciales andaba perdido cuando recibí la primera llamada de la noche. Como siempre que un partido importante asoma en el horizonte de mis ánimos, Juanra volvió a llamar para tantear mis sensaciones. El árbitro apenas había dado inicio al partido y mi respuesta telefónica fue "gol del Madrid". Otra vez lo de siempre. Tirar el partido a la basura en medio minuto, liquidar las ilusiones de un campo abarrotado hasta la bandera y apagar las gargantas de cincuenta mil ilusos que por un instante llegaron a creer que esta vez sí, que sería la buena.

Suele comentarme Juanra el miedo anímico que suelen generar en el Atleti este tipo de compromisos. Como apenas habíamos cruzado un saludo y el Madrid ya se había puesto por delante, se lo puse en bandeja para reafirmar sus tesis de aficionado. "Es la tercera vez en los últimos años que empezais perdiendo un derby en menos de medio minuto". No le faltaba razón, pero tan importante es el planteamiento anímico como el arreón de orgullo que debe generar un golpe de tan extrema dureza. Sin ir más lejos, en el primer partido de la temporada pasada, Agüero adelantó al Atleti a los dos minutos de juego y el Madrid no dejó que se le vieran las costuras. A ellos sí les motivó el fuego en el alma de sus aficonados, a ellos sí les dolía perder un derbi sin apenas recordar la primera jugada, a ellos si les arrastró el orgullo hacia una victoria que merecieron por hecho y por derecho. Se puede perder o ganar, pero hay muchas maneras de jugar un derbi y el Atleti hace más de diez años que juega de la peor manera posible. O directamente no lo juega.

Como tras la derrota en el Camp Nou le dijeron que su equipo estaba más roto que el ánimo de su afición, Aguirre apostó por plagar el campo de organizadores. No es mala idea siempre y cuando plantees el partido como un ejercicio de posesión, presión y combinaciones. Así lo hace España. Desgraciadamente, el Atleti está a mil mundos de la roja. Como los centrocampistas rojiblancos ni daban ni quitaban, De la Red y Snejider hiceron de la zona ancha su coto privado de diversión. El madrileño demostrando que para jugar bien al fútbol sólo hace falta darle el balón al compañero mejor situado, el holandés descubriendo un agujero en el flanco derecho de la defensa del Atleti y jugando a desquiciar a Perea hasta conseguir borrarle la sonrisa de la cara.

Cuando vi la tarjeta roja en la mano del árbitro pensé que lo mejor era dejar de ver el partido ¿Para qué? Otra vez lo mismo. Salí a la calle a respirar aire y Sagrario bajó a buscarme a los cinco minutos. "Han expulsado a Van Nistelrooy". Decidí volver. Hasta entonces, el Atleti había creado peligro en un par de ocasiones aisladas. Al Madrid, mientras tanto, le había dado tiempo de disparar al larguero y de lamentarse por dos goles injustamente anulados. Como en mi regreso pude escuchar la opinión del comentarista aclarando que la expulsión del nueve blanco había sido injusta, dí credibilidad y sensatez al mensaje recibido de parte de mi hermano al filo del descanso; "Ni robándoles, somos capaces de ganarlos". No le faltaba razón, el árbitro era un desastre.

Soy de la opinión de que no hay mayor pecado en el fútbol que regalar tiempo y posesión al equipo rival. Aguirre debió tener la misma sensación de haberle regalado la primera mitad al Madrid que sentíamos todos. Por ello sacó a Simao y por ello el partido cambió por completo. También pudo ayudar la salida de Pernía del terreno de juego, y es que, por mucha simpatía que me pueda despertar el Tano por sus años de apogeo en Getafe, hay jugadores que no valen para jugar en ciertos equipos y el suyo es el más claro ejemplo.

No es que el Atleti se comiese al campo y al rival, pero al menos demostró ser otra cosa. Banega desde la derecha, Maniche desde el centro y Simao por la izquierda optaron por jugar y, lo que es más importante, por querer ganar. Agüero (que se animó a olvidar su agotamiento) y Forlán (que no pudo contrarrestar su baja forma física), se sintieron menos solos y el Atleti empezó a ver más de cerca la portería de Casillas. No es que se hiciese un partidazo, pero al menos, como me dijo mi hermano, pasaron cosas.

Sin embargo, daba la ruín sensación de que el daño ya estaba hecho. Se habían regalado cuarenta y cinco minutos y, aunque nadie quería llevarse las uñas a la boca presos del pánico, todos teníamos la sensación de que lo peor estaba por llegar. Por eso no se celebró con excesivo entusiasmo el gol de Simao; porque nos conocíamos y porque al Madrid le quedaba la carta de Higuaín. El Pipita está peleado con el gol en la ocasión certera, pero es un futbolista de una pieza; sabe encontrar el espacio, sabe dirigir la mirada hacia el lugar oportuno y conoce los secretos del futbolista decisivo. No se le cayeron los anillos al coger el balón cuando el árbitro pitó penalti sobre Drenthe en la última jugada del partido (mis improperios hacia Heitinga mejor los guardaré en el baúl del olvido), y no se arrugó un ápice cuando cruzó la mirada con Leo Franco.

Duele mucho perder así. Duele, quizá más, ser consciente de que en pleno mes de octubre el equipo ya no aspira a casi nada en la liga. Y duele, y mucho, saber que a los jugadores del Atleti les puede el calor de su público, la expectativa ante la grandeza y la ilusión por lo imposible. Es por ello que reafirmo aquella teoria que tantas veces vengo defendiendo y que es que, la próxima vez que les ganemos, y no sé cuando será, será en el Bernabéu.

Y duele, por encima de todas las cosas, descubrirte, con treinta y dos años, levantando la cabeza ante el espejo y ver que has vuelto a llorar por un puñetero partido de fútbol.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Tras la estela y el recuerdo de las gabarras

Cuentan los viejos lugareños que por aquí, por Madrid, aún resuenan los ecos de las gargantas bilbaínas en primavera, aún se distinguen los colores rojo y blanco de las banderas ondeando al viento y aún pueden verse las txapelas viajando en fila camino de Chamartín. Durante muchos años la final de Copa se jugó en Madrid y uno de los dos equipos aspirantes al triunfo era, casi siempre, el Athletic de Bilbao.

Mis recuerdos se remontan a un Athletic igual de grande. De la misma manera que los logros van pasando al baúl de los recuerdos, la capacidad de regeneración de un equipo puede llegar a autodestruirse al mismo ritmo que sus discapacidades emocionales van influyendo en su proyección. El Athletic, como buen vecino y solidario ejemplo de malas influencias, comenzó a caer en el mismo grave error de la Real Sociedad el día que comenzó a creer que fuera de Lezama también podía sobrevivir la clave del éxito. Nunca entendí el empeño de los involucionarios por cambiar la fórmula de todo aquello que funciona. Si algo va bien, lo lógico es seguir el mismo camino para que vaya bien.

Del primer Athletic que recuerdo aún llegan a mi memoria pinceladas de Sarabia, centros medidos de Argote e imponentes arrebatos de Goicoetxea. De este Athletic de hoy queda la discutida (que no discutible) capacidad de Yeste, las verticales ideas de Iraola, los testarazos imposibles de Llorente y el oficio guerrero de Gurpegui. Vivir en casa significa sentir ser de casa con la cadena de sentimientos que conlleva ser hijo de Lezama. Si Yeste no puede ser Urtubi es porque no encuentra un Argote a quien profundizar el balón un poquito más a la izquierda, si Iraola no puede ser Urquiaga es porque no encuentra un De Andrés que sepa cubrirle la espalda y abrirle el frente, si Llorente no puede ser Dani es porque no encuentra un Sarabia que sepa devolverle una pared y ofrecerle la soledad impenitente del punto de penalti, si Gurpegui no puede ser Goicoetxea es porque no encuentra un Liceranzu en quien confiar sus salidas de pelota y llegadas al campo rival. Y está claro que ninguno de ellos es Urtubi, ni Urquiaga, ni Dani, ni Goicoetxea, pero en la incapacidad de comparación debe permanecer un suspiro de alivio por lo que resulta imposible y es que, tras ellos, hubo un Guerrero, un Larrazábal, un Urrutia o un Alkorta y que con ellos se alcanzó la Champions.

Cuando leo al gran Piterino referirse al Athletic del presente con connotaciones sentimentales del pasado entiendo en sus palabras no un ejercicio de nostalgia sino una necesidad de mirar hacia adelante recogiendo los frutos que se sembraron atrás. Nunca fue fácil la derrota, mucho menos para aquel que durante mucho tiempo se acostumbró a ganar. Saber caer de la cresta de la ola es tan importante como saber volver a levantarse y lanzarse al agua, al viento y a las circunstancias. El camino, aunque duro y largo, es el correcto cuando se observa el beneplácito de quien bien te quiere; Caparrós ha tomado el toro por los cuernos y ha decidido apostar por aquello que durante tantos años estuvo escondido tras los trastos inútiles del armario. Jóvenes leones vuelven a asomar sus colmillos por San Mamés y, aún en la derrota, muchos saben que remontar es cuestión de seguir apostando por lo clásico, de conocer el eco de la tradición y de saber que el escudo del Athletic no puede vestirlo cualquiera.

jueves, 9 de octubre de 2008

Hablando del Atleti con Fernando

Fernando Sánchez Postigo es licenciado en periodismo y, sobre todo, en el Atlético de Madrid. Para él, hincha confeso, seguidor fiel y exigente, según suplica su historia, del equipo rojiblanco, el Atleti no es un equipo más, sino un grande caído en el olvido por culpa de una mala gestión y una dejadez institucional. Como el Atleti es parte de su vida y entiende el Atleti como una forma de vivir, hemos tenido la oportunidad de tener una charla con él en la que hemos repasado presente, pasado y futuro del equipo de la ribera del Manzanares.

El Fútbol de Pablo: Hola Fernando, bienvenido a El Fútbol de Pablo. Empezaremos con esa pregunta que tanto dio que hablar ¿Por qué eres del Atleti?
Fernando: Porque cuando era niño me gustó el equipo rojiblanco. Coincidió que el Atlético de Madrid iba primero en la Liga 80/81 y me enganché al Atleti que, además, era uno de los equipos de mi ciudad.

EFDP: ¿Toda tu familia es Atletista?
F: Mi familia tiene variedad. Mi padre es del Barcelona, mi madre y mi hermano del Atleti, tengo primos del Atlético de Madrid y del Numancia. Y alguna "oveja blanca", jajaja.

EFDP: ¿Cuál es tu primer recuerdo como aficionado del Atleti?
F: El Atleti que estuvo a punto de ganar la Liga 80/81 con los Marcos, Rubén Cano, Ruiz, Dirceu, Arteche, Aguinaga...

EFDP: ¿Y el mejor?
F: El Doblete de la temporada 1995/1996.

EFDP: ¿Y qué momento, como aficionado rojiblanco, borrarías de tu memoria?
F: El descenso de la campaña 1999/2000

EFDP: ¿Cuándo terminó el partido contra el Schalke qué es lo primero que pensaste?
F: Qué iba a tener ocupados los miércoles y martes con el Atleti, pensando en los horarios del trabajo para poder ver todos los partidos.

EFDP: ¿Durará mucho la aventura en la Champions?
F: Mínimo hasta octavos de final.

EFDP: ¿Es Agüero el mejor jugador del mundo?
F: Para mí, el mejor del mundo es Messi. Agüero está entre los 10 mejores.

EFDP: Y el mejor jugador de la historia del Atleti ¿Quién es?
F: Ben Barek por calidad técnica. Adelardo y Luis Aragonés por rendimiento.

EFDP: ¿Y el mejor que tú hayas visto?
F: Paolo Futre y Milinko Pantic.

EFDP: ¿Y un jugador que para ti haya sido especial?
F: Toni Muñoz.

EFDP: Háblame de la cantera del Atleti.
F: Se debería potenciar más y tener mínimo cuatro jugadores canteranos en el primer equipo. En los años ochenta hubo plantillas en las que más de la mitad de sus componentes provenían de la cantera.

EFDP: ¿Fue un error vender a Torres?
F: Sin duda, un error económico y deportivo. Imagínate un equipo con Torres y los jugadores de ahora.

EFDP: ¿Por qué se recelaba tanto de él cuando estaba en el Atleti y ahora que está fuera se le echa tanto de menos?
F: Yo nunca recelé de Torres. Siempre le admiré y le admiro. Era el único que hacía que fueras a ver al Atleti. Yo le echaré de menos siempre.

EFDP: Parece, de todas formas, que Forlán ha ocupado bien su lugar.
F: En el campo, más o menos. En el corazón, no.

EFDP: ¿Por qué los medios de comunicación le siguen el juego a la pareja Cerezo-Gil Marín?
F: Porque están "vendidos" al poder y, además, faltan periodistas de raza y categoría. Se da mucho la versión del "periodista pelota".

EFDP: ¿No hay nada que se haya hecho bien en estos veintiún años de gestión?
F: Claro que sí. En veintiún años se han hecho varias cosas bien, pero el global no es bueno. Se han cometido errores flagrantes.

EFDP: ¿García Pitarch pinta algo en el Atleti?
F: Supongo que sí. Algo hará para ganarse el sueldo. De todos modos, si le pagan por no hacer nada la culpa no es suya.

EFDP: ¿Qué cambiarías del Atleti actual?
F: El Consejo de Administración, el entrenador y el director deportivo.

EFDP: ¿Y qué es lo que más echas de menos?
F: A Don Vicente Calderón, un entrenador valiente y que el club pertenezca a los socios.

EFDP: El Atleti de tu infancia fue...
F: El Atleti de los años ochenta; con los Arteche, Marcos, Pedraza, Cabrera, Ruiz, Dirceu, Landáburu, Mejías...

EFDP: Y Vicente Calderón significó...
F: El mejor presidente de nuestra historia y uno de los mejores dirigentes de la historia del fútbol.

EFDP: ¿Forlán o Torres?
F: Torres.

EFDP: ¿Agüero o Futre?
F: Futre.

EFDP: ¿Eras más de Caminero o de Simeone?
F: De Simeone.

EFDP: ¿Volverá el Cholo al Atleti como entrenador?
F: Sí, yo le fichaba y echaba a Aguirre.

EFDP: ¿Raúl García volante defensivo u ofensivo?
F: Defensivo.

EFDP: En la comparación con Vizcaíno sale...
F: Perdiendo a día de hoy. Pero tiene margen de mejora.

EFDP: ¿Te atreves a darme una alineación histórica del Atleti?
F: No, porque sería injusto dejar fuera de la misma a varios jugadores de gran calidad. Me resulta imposible.

EFDP: ¿Y qué alineación sería la idónea con la plantilla actual?
F: Coupet, Seitaridis, Heitinga, Ujfalusi, Antonio López, Raúl García, Maniche, Maxi, Simao, Agüero y Forlán.

EFDP: La continuidad de Aguirre te parece...
F: Nunca le hubiera fichado y, mucho menos, renovado. No me vale su discurso conformista y su juego defensivo y cagón. El Atleti debe salir a ganar en todos los campos.

EFDP: ¿Con qué entrenador se ha sido más injusto en el Atleti?
F: Con Pepe Murcia, hizo números de Champions durante su estancia en el banquillo colchonero.

EFDP: ¿El tiempo recordará a Antic como el entrenador del doblete o como el entrenador del descenso?
F: El del Doblete. El del buen juego y el de la alegría por ir al Calderón.

EFDP: Del triunfo de la selección en la Eurocopa ¿Te alegraste más como español o como defensor de Luis Aragonés?
F: Por ambos motivos, si bien soy un defensor a ultranza de Don Luis Aragonés Suarez.

EFDP: ¿Repetirá Del Bosque el éxito de Luis?
F: Ojala. Le deseo toda la suerte del mundo y que sea justo.

EFDP: Un supuesto: Mismo día; dos partidos y a la misma hora. El Atleti juega la final de la Copa de Europa y la selección juega la final del mundial. Tienes entrada para los dos partidos ¿Cuál irías a ver?
F: Al Atlético sin lugar a dudas.

EFDP: Cuando gana el Madrid sientes...
F: No me gusta nada ver ganar al Madrid.

EFDP: ¿A qué jugador del Madrid ficharías para el Atleti?
F: A Sergio Ramos y a Casillas.

EFDP: ¿Y a qué otro jugador del resto del mundo?
F: A Iniesta y a Xavi.

EFDP: ¿Volverá Torres?
F: Quizá en un futuro lejano, pero no a corto plazo.

EFDP: ¿Y volverá pronto la afición rojiblanca a Neptuno a celebrar un título de verdad?
F: Este año hay que ganar un título. La Copa del Rey puede ser el gran objetivo.

EFDP: ¿Qué será del Atleti fuera del Calderón?
F: Perderemos historia, comodidad y no veo nada claro los beneficios económicos. Nunca me hubiera ido del Calderón con las condiciones que se dan.

EFDP: Muchas gracias Fernando. Ha sido todo un lujo, para este blog, contar con tu participación.
F: Ha sido un placer. Un abrazo.

lunes, 6 de octubre de 2008

El triunfo de la nueva escuela

Cuando el Ajax irrumpió como un disparo por sorpresa en el panorama futbolístico europeo, todos los que soñaban una revolución comenzaron a entrever una puerta abierta hacia la esperanza. En Holanda se estaba gestando un nuevo estilo y de aquel fútbol innovador que ideó el Ajax se aprovechó su máximo rival, el Feyenoord, para imponerse en el plano europeo por la vía de lo inesperado.

Ernst Happel, austriaco de nacimiento y entrenador de fútbol de profesión, había mamado los estilos de la vieja Europa e, igual que cuando era joven y soñaba con un fútbol perfecto, implantaba en sus equipos un sistema de juego libre e incorporaciones por sorpresa. Happel se había criado escuchando las épicas jugadas de Matías Sindelar, el amo y señor del fútbol austriaco y europeo antes de que a Hitler se le metiese en la cabeza la degenerada idea de conquistar el mundo. Más tarde aprendió todo sobre el juego de la gran Hungría y de estas escuelas de la Europa central ideó un modo sobrio, alegre y certero de jugar al fútbol. Y fue ese mismo estilo el que llevó al Feyenoord a conquistar la Copa de Europa de 1970.

Happel se diferenciaba de su rival Michels en el intenso interés por el centro del campo. Si para Michels, lo fundamental era robar el balón lo más adelante posible y facilitar así las combinaciones entre los delanteros, para Happel el fútbol podría gestarse desde cualquier lugar del terreno si existían centrocampistas capaces de darle al equipo la claridad que cada jugada solicitaba. Y para ejecutar su fútbol preferido, Happel llegó a Rótterdam para darle a Peter Van Hanegem la batuta del equipo.

Van Hanegem, dueño y señor de cada uno de los propósitos y delirios rojiblancos de la ciudad de Rotterdam, era un incansable futbolista con una exquisita precisión en su pierna izquierda y una cabeza privilegiada para la distribución y la organización del juego. A simple vista, Van Hanegem podía tratarse de un centrocampista más de los muchos que el fútbol le había aportado al mundo del arte desde su invención, pero aparte de su toque preciso y su aportación vital, era capaz de destacar por encima de todos demostrando que para jugar bien al fútbol no hacía falta correr más que los demás.

Van Hanegem no era rápido, ni excesivamente fuerte. Su físico, más por inercia que por proporción, tendía a la incertidumbre, pero en su mente vivía el prodigio de un jugador inteligente y más capacitado que los demás. Por primera vez desde que el fútbol se había hecho dueño de la pasión del mundo, la zona ancha estaba siendo dominada por un jugador de corta y pesada zancada. En un lugar donde los guerreros habían hecho escuela desde los primeros principios, Van Hanegem había llegado para demostrarle al mundo que para jugar al fútbol en el centro de la cancha resultaba más fundamental ser rápido con el pensamiento antes que con las piernas.

De esta manera, Happel y Van Hanegem formaron una sociedad perfecta que nunca antes se había visto en Rotterdam. Happel proponía y Van Hanegem disponía, Happel deseaba y Van Hanegem ejecutaba, Happel ordenaba y Van Hanegem organizaba las jugadas como si el campo de fútbol fuese un tablero de ajedrez. Con este fútbol, tan acorde con lo que algunos habían profetizado como la revolución pendiente, el Feyenoord se había atrevido a hacerle cara en Holanda al innegable fútbol agresivo del Ajax de Ámsterdam.

En Holanda, los Ajax – Feyenoord se estaban convirtiendo en un clásico que paralizaba el país y que enfrentaba los valores de dos estilos tan iguales en forma como distintos en ejecución, en los que, por encima de todo, primaban el fútbol y el balón como señas de identidad fundamentales. Con ello, era el espectador quien salía ganando en cada contienda.

Pero para que aquella revolución surtiese efecto de verdad, era necesario que el fútbol holandés impusiese su autoridad más allá de sus fronteras. Europa había descubierto el año anterior los valores de un Ajax que buscaba la sonrisa por encima de todas las cosas y en este nuevo año le tocaba al Feyenoord consagrarse de manera definitiva como instigador de una nueva manera de vivir el fútbol.

Si el Ajax no lo había tenido fácil en la final anterior, no iba ser mucho más sencillo para el Feyenoord en esta nueva final de la Copa de Europa. El Ajax había fracasado en su misión de derrocar la muralla milanista, un dique firme y bien plantado que resultaba casi imposible de perforar y que tenía en Rivera al mago instigador perfecto para sus ejecuciones más letales. Y al Feyenoord le iba a tocar ahora enfrentarse al Celtic de Glasgow de Jock Stein, el mismo equipo que había ganado el torneo tres años antes y que aún conservaba los mismos valores y los mismos jugadores que le habían llevado a la gloria.

Y lo iba a tener, sobre todo, complicado el Feyenoord porque aquel iba a ser un enfrentamiento de fútbol contra fútbol. Happel sabía que el Celtic iba a intentar imponer su ritmo vertiginoso, su fútbol directo y sus frenéticas combinaciones en la punta de ataque para aprovechar las subidas por banda de sus dos puntales más decisivos, Johnstone y Lennox, dos extremos de la antigua escuela y que le daban al Celtic su verdadera seña de identidad. Y Stein sabía que el Feyenoord basaba su fútbol en el toque, la precisión y el descubrimiento de los huecos sin perder la paciencia, siempre en búsqueda del gol; el equipo holandés pensaba generar su fútbol desde el centro y tendría a Van Hanegem como principal motor para cada una de sus ideas.

El duelo, pues, estaba servido; el fútbol rápido, colectivo y sacrificado del Celtic frente al fútbol vertical, elaborado y técnico del Feyenoord. Dos estilos en los que el balón tomaba un papel fundamental y que prometía tantas dosis de buen fútbol como a cada aficionado le pudiese caber en el fondo de sus pensamientos.

En un partido que se iba a ganar en el centro del campo, la vieja escuela británica golpeo primero gracias a un preciso chutazo de Gemmell, precisamente el mismo jugador contra el que Van Hanegem iba a tener que jugarse el coraje y la paciencia con tal de obtener el derecho a levantar la Copa de Europa de campeones. Y aunque en este caso, el que dio primero no fue el que dio dos veces, al Feyenoord y, particularmente, a Van Hanegem, les costó más de la cuenta hacerse notar sobre el terreno de juego porque en cada lance, las profecías de vestuario del viejo profesor Stein se estaban imponiendo frente a las igualmente, pero distintas, buenas intenciones de Ernst Happel.

El partido discurrió armonioso, como le gustaba al Feyenoord, y disputado, como le gustaba al Celtic, pero de tanta tensión e incertidumbre nació un partido tirando a feo y aburrido y que coronó un empate a uno que puso fin a los noventa minutos reglamentarios. Por si los jugadores habían tenido poco con todo el esfuerzo realizado, aún tendrían por delante media hora extra de juego para dilucidar el resultado de un partido que iba a convertirse en el más largo en la historia de las finales.

En la prórroga, el ritmo intenso y prolongado del Celtic comenzó a venirse abajo por culpa del cansancio; fue entonces cuando apareció la figura de Van Hanegem para guiar al Feyenoord hacia un triunfo de ensueño. Una jugada precisa y elaborada, como todas las que ideaba el equipo holandés cada vez que intentaba ponerle un gramo de sonrisa al espectáculo, terminó en los pies de Ove Kindvall, la otra gran estrella del equipo y, a su vez, el jugador que aportaba la chispa necesaria en la ejecución del último o penúltimo lance. Kindvall fusiló a Simpson y puso la victoria en las manos del Feyenoord.

El partido concluyó y esta vez fueron los jugadores del Celtic quienes sintieron, de la misma manera que ellos habían conseguido hacer sentir tres años antes a sus rivales del Inter de Milan, el amargo sabor de una sorpresa ejecutada en su contra. El Feyenoord había dado la campanada y toda Europa, quien ya conocía el trabajado fútbol ibérico, el ordenado fútbol italiano y el frenético ritmo británico, descubrió que, sin perder la agresividad, también se podían ganar partidos jugando al fútbol de manera rápida y elaborada.

miércoles, 1 de octubre de 2008

El asombroso descaro de la juventud

Los jóvenes raramente llaman a la puerta antes de entrar. Alcanzan su propósito, derriban las barreras y no piden permiso para entrar en las alineaciones ni en el corazón de los aficionados; el descaro es su propuesta y la calidad es su respuesta. Como además, nos hace falta poca luz para deslumbrarnos y pocos hechos para perder la memoria, de la sorpresa por la novedad a la admiración por la ingenua realidad, damos un único paso que nos permite revolcar todo lo planeado.

Ante la técnica depurada hace falta potencia brutal y descarada; ante la magia inusitada hacen falta ganas de comerse el mundo. Es por ello que la afición del Inter comparte su admiración regresiva hacia Ibrahimovic con la ilusión descontrolada que ha producido la aparición de Mario Balotelli. Como además, el producto casero, por escaso, suele producir más apego que cualquier elemento de importación, no resulta difícil de comprender el entusiasmo que genera Balotelli entre los aficionados del Inter. Una inesperada vuelta atrás, un deseo concebido de máxima paciencia.


Delatado solamente por su apellido, Balotelli parece cualquier cosa menos italiano. Lejos de los cánones latinos, ha mamado el fútbol como una competición a vida o muerte pero lo juega como los niños de la calle que buscan la fortuna en medio de la pobreza. Los que ya se han propuesto esperarle están de enhorabuena pues saben que tanto el Inter como la selección italiana tienen goleador para varios años. Los aún desconfían de su impureza técnica, será mejor que no le infravaloren demasiado no sea que tarden poco tiempo en ver su blanca dentadura sonriendo imperecederamente.




P.D. Debido a un perido de vacaciones en los que he disfrutado de los paisajes, playas y gastronomía de Asturias y Cantabria, unido a una época en la que el trabajo me ha tendio muy ocupado, he estado más tiempo del que quisiera sin postear. Espero, a partir de hoy, volver a la normalidad y publicar en el blog más a menudo. Gracias a todos los que habeis estado ahí, esperándome.