lunes, 19 de abril de 2010

La partitura del señor Hernández

Dice la muy manida Wikipedia que un director de orquesta es "quien se encarga, en un contexto orquestal de coordinar los distinto instrumentos que la componen". En un ejercicio de extrapolación del concepto hacia el fútbol, podríamos redifinir instrumentos como jugadores, convertidos en piezas o músicos con su distinto instrumento, y director como aquel que utiliza el balón como batuta y se encarga de lograr que la partitura suene a música celestial. Si buscamos, de manera más concreta, un director de orquesta en la sinfónica más armoniosa de todas, no podríamos dejar de mencionar a Xavi Hernández, el auténtico cerebro del mejor equipo que vieron las últimas décadas, el auténtico gurú de una generación que ha galopado sujeto a sus riendas, de un equipo campeón que devora ciclos triunfantes como quien se ve agasajado por el éxito de su inspiración, de una selección española que comenzó a bailar al son de una partitura ejemplar, la misma que empezó a tocar, años atrás, a quien señalaron con el dedo para después subir a los altares.

Y es que la de Xavi es la historia de un tipo que no siempre tuvo el elogio cargado en la espalda. Hubo un inicio, cuando el chaval llegó con una maleta de ilusiones y le dijeron que debía ocupar el puesto de Pep Guardiola, en el que le convirtieron en cabeza de turco de los esperpentos de su club. Eran años en los que el Gasparismo devoraba proyectos, el barcelonismo devoraba uñas y en las portadas se devoraba a todo ser viviente que vistiese de azulgrana. En foros, tertulias y debates se decía que el chico no tenía carácter, que solamente servía para los bailes de salón y que en la guerra se difuminaba como un azucarillo en el café. Lo que ellos no sabían es que el fútbol no se vende con la palabra si no con los pies y, sobre todo, que todo el fútbol y la resurrección del equipo seguía estando en la cabeza del maestro Hernández.

Bastó un giro de tuerca, un cambio de concepto, media docena de fichajes competentes y, sobre todo, un cambio de posición, para que Xavi pudiese despegar todo el fútbol que llevaba dentro. Desde entonces, Xavi ya no hubo de ser Guardiola si no Xavi, simplemente él, simplemente el fútbol. Resguardado por un sistema que le favorecía a la perfección, el de Tarrasa se convirtió en el mito que tanto tiempo llevaba esperando el Camp Nou. De sus pies salió la mejor partitura, de su forma de jugar se fraguó la mejor orquesta y de su capacidad de liderazgo, desde el más discreto de los silencios, se compuso la mejor pieza musical que pudo crear el fútbol. Armonía, compás, tempo y estilo. Elaboración, desmarque, pase al hueco y gol. Así es el Barça, así es España, así es Xavi Hernández.

miércoles, 7 de abril de 2010

Holanda 2005

Cuando asistimos a la explosión esplendorosa de un futbolista, no podemos evitar llevar a cabo ese fausto ejercicio que supone el volver la vista atrás. Nos gusta encontrar los orígenes, el momento del big bang particular, el excelso instante en que el niño apunta a convertirse en leyenda.

Si de Messi hablamos, los que no teníamos la oportunidad de conocerle más allá de oídas, pudimos descubrirlo en aquel mundial juvenil celebrado en holanda en el año 2005. Aquella era una Argentina que apuntaba maneras, que, igual que otras, se perdía en detalles pero que a diferencia del resto de equipos se cuajó a base de concreciones. Allí estaban Ustari, Zabaleta, Garay, Cardozo, Gago, Agüero y, por encima de todos, Lio Messi.

Lo del chico comenzó a ser serio una vez su seleccionador se vio obligado a echar mano de su mejor carta. Tras ser suplente en la primera derrota de Argentina en el torneo, Messi tomó el mando y dejó bien claro que los que hablaban de él como una futura estrella no se equivocaban. Fue el despegue de un tipo que había asomado tímidamente al primer equipo del Barça de la mano de Rijkaard y que una vez regresó de Holanda con el campeonato mundial juvenil en el bolsillo no dejaría jamás de asombrar a la gente.

Lo hizo entonces, lo hizo ayer, lo seguirá haciendo. Siempre hay un primer momento, lo realmente hermoso es no adivinar jamás cuando será el último.